Por Otto de la Torre

Por qué sí, dos cosas pueden estar en el mismo lugar (si vives en el mundo cuántico)

Desde chicos nos enseñan una regla que parece de sentido común: dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Y tiene lógica: si lanzás una pelota contra la pared, rebota. No la atraviesa. Porque, bueno… la materia “sólida” está hecha de átomos que se repelen.

Pero hay un universo oculto, chiquitito y rebelde, donde las reglas cambian por completo.

Bienvenid@ al mundo cuántico. Donde lo imposible no solo es posible: ¡es normal!

La ley del sentido común (que no aplica en todos los casos)

En la física clásica —esa que usamos todos los días para explicar cómo caen las manzanas o cómo frena un auto—, la materia funciona como si estuviera hecha de puntos bien ubicados en el espacio.

No hay espacio compartido: si dos cosas intentan ocupar el mismo lugar, colisionan. Así de simple.

Y sí, eso se cumple en nuestra vida cotidiana. Pero bajá la lupa hasta el nivel atómico… y empezás a ver cosas raras.

El universo cuántico: una revolución de incertidumbre

En el reino cuántico, las partículas no tienen una ubicación fija. Son más bien probabilidades flotando en una especie de mapa de presencias posibles.

Un electrón, por ejemplo, no “está” en un punto exacto. Es como si estuviera más o menos ahí… hasta que alguien lo mide.

Y lo mágico ocurre cuando esas “presencias posibles” de dos partículas se cruzan. Lo que se superpone no son bolitas de materia sólida, sino sus funciones de onda. Es decir, sus huellas de posibilidad.

Bosones: los que aman compartir espacio

Algunas partículas son especialmente sociables. Se llaman bosones —como los fotones de la luz o los átomos de helio-4.

Cuando se enfrían a temperaturas cercanas al cero absoluto, no solo se acercan… ¡colapsan en un único estado!

Miles de ellas se fusionan en un comportamiento colectivo, como si fueran una sola entidad.

Eso se llama condensado de Bose–Einstein. Y es algo así como un “súper-átomo” hecho de pura colaboración cuántica.

Fermiones: los más estructurados

En cambio, los fermiones (como electrones, protones y neutrones) no son tan amigos del apretujamiento.

Siguen el principio de exclusión de Pauli, que dice que no pueden tener exactamente las mismas características cuánticas.

Pero eso no significa que no puedan estar en el mismo lugar físico. Pueden —siempre que tengan algún atributo diferente, como el espín.

Por eso, varios electrones pueden compartir una misma órbita alrededor del núcleo atómico. Lo que cambia es su orientación interna.

Entonces… ¿la materia se mezcla o no?

Sí y no. A nuestra escala, los efectos cuánticos se “promedian”. La realidad se vuelve estable, predecible. Una pared parece sólida. Una pelota tiene forma. Tu cuerpo ocupa un espacio.

Pero esa solidez es una ilusión construida por miles de millones de interacciones cuánticas. En el fondo, lo que existe son campos de posibilidad que se combinan, se anulan, se refuerzan… y crean lo que percibimos como realidad

Conclusión: entre el “estar” y el “poder estar”

La vieja regla de que “dos cosas no pueden ocupar el mismo lugar” no está mal. Simplemente no aplica en ese otro nivel donde rige la incertidumbre, la superposición y la magia matemática del universo.

En el mundo cuántico, dos partículas sí pueden compartir espacio. Porque ahí, “ocupar un lugar” ya no es algo tan claro como pensábamos.

Y si eso te suena increíble, recuerda esto: cada átomo de tu cuerpo obedece esas reglas. Eres, literalmente, una coreografía de probabilidades que, por alguna razón cósmica, decidió tomar forma. Y bailar.

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