Por Manuel Castillo
En el arte de escribir hay chispa y cordura,
decir la verdad, misión de altura.
Y si el verso pica con su bravura,
dicen que invento, por travesura.
Los políticos juran: “¡Este es su país seguro!”,
prometen progreso, trabajo y futuro.
Pero entre sonrisa y discurso duro,
andan buscando su propio lucro oscuro.
“Seremos un pueblo más sostenible”,
repiten en coro, casi infalible.
Mas el plan que traen, nada creíble,
solo favorece al grupo visible.
En amores, la fábula sigue igual,
el engaño llega sin señal.
Del “pana” confiao, nace el mal,
que da su consejo… con toque fatal.
El que dice ayudar desde el corazón,
primero asegura su posición.
Y el pueblo que escucha con devoción,
se queda esperando revolución.
El pastor predica en tono solemne,
pide el diezmo, con voz que convence.
Habla de fe, de lo eterno y lo ameno,
pero su templo parece un colmado moderno.
La hermandad sincera quedó en los cuentos,
ya nadie comparte ni sus alimentos.
El “lo mío e’ mío” domina los vientos,
y el ego gobierna los movimientos.
El ministerio público —¡qué tragicomedia!—
parece oficina de vieja tragedia.
Protegen los grandes, cambian de idea,
y el pobre se hunde si el rico quiere pelea.
Aún hay quien cree en la “señora justicia”,
de blanco vistía, con gran pericia.
Pero coquetea, sin dar noticia,
con quien le ofrece mejor propicia.
Como dijo un poeta con voz sincera:
“No es París la calle, ni igual parir afuera.”
Ríamonos juntos, en esta quimera,
que la verdad disfrazada, baila ligera.
Y aunque el mundo gire con tanta prisa,
el dominicano nunca pierde la risa.
Entre café, merengue y noticia imprecisa,
brega con todo… con su propia divisa.
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