Héctor René Gil Ramírez, asesinado el 4 de julio de 1960, durante el régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo Molina.
La Romana, R.D.- Vía una un publicación autoría de Manolo López (fechada 29/11/2021) en Facebook, replicamos este esencial texto del malogrado romanense Héctor René Gil Ramírez, quien fuese asesinado durante el régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo. En esta provincia una importante arteria vial lleva su nombre en honor a su memoria.
A continuación, el texto íntegro publicado en Facebook, fuente original de obtención del mismo:
«Rene Gil Asesinado en la Dictadura del Sátrapa el 04 de julio del 1960. Nació, vivió y murió en «La era» del ser más execrable haya nacido en nuestro lar y en América. No conoció otro régimen político que el del megalómano maestro del oprobio, latrocinio, asesinatos premeditados y alevosos, del miedo, terror, tortura, traición, delación, soplo y chivatazo de serviles. Hijo de familia desafecta por no simpatizar ni comulgar con el régimen. Sus padres: Julio Gil Morales y Celia Ramírez. Sus hermanos: Juan Julio, Pedro Julio, Guido y Luisa Gil.
Nació en La Romana el 9 de mayo de 1935. Estudiante de termino de Veterinaria en la Universidad de Santo Domingo cuando a los 25 años de edad le arrancaron la vida.
El día de su muerte viajó a Ciudad Trujillo y se dice, que al salir de La Romana fué entregado por calié Romanense de apellido Herrera avisando había salido “el paquete”.
Esperado por los esbirros del SIM y en la zona universitaria se desató la más feroz persecución. Mi padre entendía que René en ese momento aciago, de incertidumbre y acorralado, decidió asilarse para salvar la vida junto a amigo de apodo Maracallito en la Embajada de Argentina ubicada en la Av. Máximo Gómez con Independencia.
Entró al patio de la casa contigua, a la Embajada de Nicaragua en dictadura de Luis Somoza Debayle y detrás, ingresaron también los sicarios.
Despreciando la vida e irrespetando las normas internacionales, mientras René se defendía con los puños dentro del territorio de la embajada, le apuntaron y acribillaron inmisericordemente.
Sacaron su cadáver a la acera donde permaneció por largas horas antes de ser levantado y tirado en la morgue del Hospital Dr. Salvador B. Gautier. Sus hermanos Juan Julio y Pedro Julio, y el primo hermano Pedro Antonio Ramirez acudieron a retirar los restos mortales.
Al término de los trámites, solicitaron a los encargados de ese departamento les permitieran limpiar y vestir el cadaver; le negaron la petición oponiéndose rotundamente diciéndoles de forma imperativa y ordenándoles: «Llévense a ese perro muerto de aquí así como está». Lo introdujeron al ataúd y colocaron en ambulancia para su traslado.
En la carretera vieja, en el trayecto San Pedro de Macorís – La Romana, se detuvieron a la orilla del río a la entrada del poblado de Ramón Santana para lavarlo, vestirlo y no presentar como habían dejado el cuerpo de René a su madre, familiares y amistades les esperaban en la casa.
Hoy se cumplen 59 años de su vil y cobarde asesinato. Le quitaron la vida y con ello, arrancaron el corazón, la alegría y borraron la sonrisa a la madre abnegada. Destruyeron emocionalmente a nuestra familia, en las conversaciones la muerte de René era un tema vedado y recuerdo siempre el silencio provocaba al mencionarlo o preguntar por él.
Se ha hecho costumbre la tendencia al olvido de la historia y la decidía de las nuevas generaciones a no mostrar el mínimo interés por su pasado, también en ésta época el soñar de algunos la presencia de un Trujillo como ser mesiánico, donde el amigo querido y «educado » no tiene el menor recato ni consideración exclamar frente a ti un «Viva el Jefe» o enviarte por la red, un mensaje alusivo al maldito asesino el mismo día que conmemoramos con tristeza otro año del asesinato de René.
¿Quién nos puede decir que la pena y la tristeza las borra el tiempo?. En nuestra familia el dolor de la pérdida es perenne, el recuerdo no claudica, no se olvida su desaparición física y violenta que ya trasciende de un siglo a otro y de generación a generación.
En mis pensamientos y en mi pecho no hay cabida a repetirse engendro de bestia humana similar a Trujillo. Ambiciono y ansío la esperanza de que mientras viva un Gil, al mínimo asomo de ideas vanas de ilusos y serviles al trujillato, nos encarguemos diligentemente de extinguirla todos los días de nuestra existencia.
Procuremos por siempre, sin desfallecer, mantener viva la memoria y el ejemplo de René.»