Por Lester McKenzie
Así pueden decir los de nuestra generación … Las costumbres, normas, hábitos tradicionales que eran un común denominador en los hogares en nuestra época de mozalbetes, en un alto porcentaje, hoy brillan por su ausencia.
Era aquella época en que normalmente papa trabajaba para llevar el sustento a la casa y mamá se encargaba del manejo del hogar. No había horario corrido laboral pues se trabajaba de ocho a mediodía, hasta las doce y media los planteles escolares, se reiniciaban las labores a partir de las dos hasta las cinco de la tarde de lunes a viernes y los días festivos no se cambiaban.
El pueblo era un vecindario, todos se conocían y las normas de comportamiento se cumplían de manera cuasi-militar. Considero que somos la ultima generación en ser corregida por sus padres y los de esta la primera en ser regañada y cuestionada por sus hijos, pero los hijos necesitan percibir que en el hogar hay una cabeza visible, con autoridad, pues la formación hogareña no se negocia ni se delega, por ejemplo al plantel escolar, sino que debe ser dosificada en el hogar como los sueros, diría yo, gota a gota.
En nuestra época papá y mamá trazaban las pautas rígidas, pero flexibles en su momento, y bajo ningún concepto ni circunstancia podíamos “hacernos los chivos locos” respecto a su cumplimiento, como por ejemplo, la sirena de las 12 del mediodía había que oírla en casa, y el almuerzo era un momento en el que todos coincidíamos a la mesa y cuando íbamos al parque por las noches el primer campanazo de las 9:00 pm rompía la taza y regresábamos a la casa salvo los jueves y domingos por la siempre recordada retreta en el parque Duarte de La Vega.
Pero esto no era exclusivo en la casa de Mr McKenzie y doña Ana, era un común denominador hogareño y cuando íbamos a Samana de vacaciones, en casa de nuestra abuela paterna la norma era todavía más estricta, pues los permisos para salir a la playa o cualquier otro lugar quien lo concedía era ella por la siguiente razón: Decía que estábamos en su casa y que sus hijos no mandaban en ella, por consiguiente sus nietos al pedir permiso debían negociar directamente con ella, sin intermediarios y al atardecer todos, bien bañaditos, nos sentábamos en la galería a compartir como familia, en familia.
Cuando llegaba visita a la casa, la mirada de nuestros padres era razón más que suficiente para entender que debíamos desaparecer del entorno dirigiéndonos a otro lugar o al patio donde siempre encontrábamos con que divertirnos, con que entretenernos. Se respetaba a los mayores y si uno de ellos nos llamaba la atención o nos halaba por una oreja sufríamos callados, pues si nuestros padres se enteraban entonces no nos salvábamos de una reprimenda.
Otro detalle que ha desaparecido por completo es decir «sión padrino», o sea, se pedía la bendición doblando la rodilla en ocasiones y la respuesta «que Dios te bendiga» casi siempre venia acompañada de una moneda de 5 o 10 centavos y cuidado, mucho cuidado con llegar a casa con algo que no pudiésemos justificar su procedencia pues ese era “un lío” de marca mayor con impredecibles consecuencias.
Aún estamos a tiempo para retomar ese sendero haciendo los ajustes necesarios acorde con la época en que vivimos pues debemos comprender muy, pero muy bien que los tiempos son cambiantes.
En esta época la unión de la familia no depende de los kilómetros que separan a cada uno de sus miembros, sino de ese amor que se mantiene intacto pese a esa distancia.
Disfrutemos de este domingo en familia, como debe ser. Los tiempos son cambiantes y quienes estén abiertos a esos cambios se adueñarán del futuro, mientras que quienes no se adapten estarán equipados para un mundo que ya no existe.