Por Juan Julio Báez Contreras

Acabamos de comer en mi casa, nos visitan mi padre y su compañera de vida de los últimos 12 años, doña Rafelita Vargas, a quien el sinvergüenza de mi hijo mayor la ha bautizado con el mote de la abuelastra, y ya todos nosotros, incluyéndome yo, al saludarla la llamamos como la abuelastra.

Rafelita es una mujer encantadora. Fue la responsable del cambio tan notorio, que dio en su vida mi padre. Ella con su amor, su paciencia y fortaleza de carácter, logró domesticar a una fiera explosiva como era el boss. Siempre con una sonrisa a flor de labios, logró con paciencia y mucha sabiduría, convertir a mi padre en una mansa palomita. Junto con ella, vivió los mejores años de su vida.

Tenían un apartamento en La Romana, una casa en Santo Domingo y un apartamento en Dominicus, Bayahibe, muy cerca de la playa.

Cuando me comunicaba con esos dos tortolitos, antes que nada tenía que preguntarles: ¿Se puede saber por dónde andan ustedes hoy? Porque solían entrar y salir de un lugar al otro todas las semanas.

Y en muchas ocasiones, al venir unos amigos de ella desde Boston, entonces era que la cosa se ponía seria, pues se ponían tan andariegos que al llamarlos me decían estamos en Punta Cana, la semana próxima en Las Terrenas y luego para Puerto Plata y queremos llegar hasta Punta Rucia. Me reía con ellos y les decía: “Cuando sea grande quiero ser como ustedes, porque si así viven los pobres, no me imagino cómo vivirán los ricos”. Y se reían a carcajadas.

Solo un par de días antes de fallecer, cuando lo fuimos a visitar, nos comentó con voz entrecortada y lágrimas en los los ojos a mi esposa Ivonne y a mi: “Rafelita trabaja tanto y aún así saca tiempo para cuidarme tan bien, que no tengo con que pagarle”.

Verlo tan sensible resultó muy extraño para mí, pues el boss siempre se caracterizó por ser un hombre muy fuerte y no muy dado a expresar sus sentimientos y dejarse llevar por sus emociones.

Para mis adentros me dije: “Definitivamente la abuelastra lo cambió “. A Rafelita le tendré un agradecimiento eterno por todo lo que hizo por mi padre. Ella y sus hijos son maravillosos.

Y que decir de su nieto Robertico, que le decía tío al boss, y con quien desde su tierna edad llevó una relación muy especial con mi padre. Al extremo de que siempre estaba en la cama acostado con el y negociando el con papi las horas que a el le tocaba ver muñequitos en la televisión, cuando papi quería ver noticias o un juego de pelota.

Esa fue una relación muy linda de abuelo a nieto, se que al igual que a todos nosotros, a Robertico que apenas tiene siete u ocho años de edad, su tío Juan le está haciendo una falta enorme.

Con la abuelastra, conociendo el carácter explosivo de mi padre, en cada ocasión que yo la veía le decía y le recomendaba tenle paciencia a mi viejo, que yo sé que no es nada fácil lidiar y convivir con el. Ella riéndose siempre me comentaba tranquilo mi hijo, que a ese ya lo tengo amansado.

Siempre escuché al boss decir: «El día que tu mujer se coja con que te tire por la ventana, trata de vivir en un primer piso, porque de que te va a tirar, te va a tirar».

Me reía de eso, por dos razones; número uno porque yo vivo en un octavo piso, por suerte, Dios me dio una santa por esposa y a Ivonne nunca se le ocurriría pedirme eso; y número dos, porque sin mi padre saberlo, se había hecho realidad eso en su vida, pues no había cosa que la abuelastra quisiera, que el no la complaciera, aunque ella nunca le pidió que se lanzara por la ventana.

Al terminar de almorzar, sabiendo cuál será su respuesta, y solo para reírnos a carcajadas, mi esposa Ivonne le pregunta con mucha gentileza al boss, a mi padre, Don Juan quiere un poquito de café? “Mi hija sabes que no bebo café, porque dos negros buenos no pueden estar juntos”. Así de humilde era mi padre. Y aunque ya sabíamos la respuesta, siempre nos reíamos bastante de sus ocurrencias.

Cuando la honorable sala capitular del Ayuntamiento Municipal de La Romana, lo nombró como Hijo Meritorio de nuestra ciudad, no cabía en si, de gozo. Y ni hablar, de cuando fue electo como inmortal del deporte romanense; ahí sí fue verdad que se pararon las aguas.

Durante varios meses se lo pasó hablando por la radio y la televisión de la distinción de la cual sería objeto de parte del Pabellón de la Fama del Deporte Romanense, que a la sazón presidía mi buen amigo el Dr. José Reyes.

Para ese evento invitó a sus amigos y compañeros del alma, los que durante años fueron sus contertulios y canchanchanes, mi tío Horacio Bakemon Rodríguez, con quien junto al Dr. Ramón Pina Acevedo y el Dr. Francisco Benzan, recorrió el mundo entero, más de 100 países en los cinco continentes, siendo parte primero de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) y después de la Organización Mundial de Boxeo (AMB).

Su discípulo aventajado, Osvaldo Rodríguez Suncar, quien el día de su sepelio, mientras almorzábamos juntos me comentó, que gracias a un consejo que mi padre le dio, aún conservaba la voz.

Pues en su peculiar forma de llamar la atención, el boss le dijo en una ocasión: “Osvaldo tú estás dañando a todos los nuevos narradores, pues quieren narrar como tú en un tono bien alto y eso te va a dañar la garganta a ti y a ellos también. Debes bajarle medio tono”. Meses después, con ejercicios vocales, Osvaldo había logrado bajarle un tono a su voz.

También estaba Alfonso Muñoz Cordero, a quien su madre le dijo don Juan se lo entrego, cuídamelo como si fuera un hijo suyo y que bien lo hizo, pues donde estaba mi padre el Aguilón, como le dicen a Alfonso por su pasión por el equipo de las Aguilas Cibaeñas, siempre estaba detrás de papi.

Aparte de ellos vinieron otros colegas cuyos nombres se me escapan, que estuvieron con el, en ese evento y que también le acompañaron en el día de su muerte.

Para mí, que desde los inicios del ceremonial del pabellón de la fama del deporte romanense, he tenido el gran honor, de ser la voz en off que cada dos años, anuncia los que han sido escogidos y los homenajeados de esta ocasión, no niego que la voz se me quebró cuando tuve que anunciar el nombre de mi padre como nuevo inmortal del deporte romanense.

Y esa distinción no era para menos, en su larga y fructífera carrera en la narración deportiva, había estado narrando desde principios de los 70, en la liga de verano del beisbol, la cual entre otros equipos contaba con las Fieras Capitaleñas, los Mellizos del Sur, los Brujos de San Juan, creo que los Cangrejeros de San Pedro; así como con el equipo de Los Azucareros del Este, cuyos partidos se transmitían por las tardes, en una cadena radial, donde la voz comercial era George Anthony (padrino de mi hermana Manuela), don Rafelito Torres y mi padre.

En una ocasión que fuimos a uno de esos juegos, llevé a mi hermana Yossi, con tan mala suerte para ella que se le pegó un foul en la cabeza, sin mayores consecuencias.

Cuando se inauguró el estadio Romana (posteriormente Micheli), en honor a don Francisco Micheli, (padre de don Frank y abuelo de Kiko), quien fue la persona que introdujo el juego del sóftbol en nuestro país.

Mi padre fue parte de la primera cadena que transmitió en ese estadio, la de Las Estrellas Orientales, que jugaban la mitad de sus partidos como home club en el estadio Tételo Vargas y la otra mitad aquí en La Romana.

Los partidos por televisión se transmitían por Rahintel y junto con el, estaban don Billy Berroa, Rafelito Torres, Andrés Padua Naranjo y mi padrino George Rodríguez en los comerciales.

Yo era un mozalbete en ese entonces, con apenas 13 o 14 años, como era hijo de Juan Báez, entraba gratis al estadio por las escaleras por donde subían los periodistas y sin ser aún periodista me gustaba sentarme en el palco de prensa.

En una ocasión que el me vio sentado ahí, me sacó del lugar y me puso a leer el letrero que decía: palco de prensa. Luego me dijo: “Como usted no es periodista, aunque sea hijo mío, no tiene derecho a sentarse en ese palco. Cuando usted sea periodista, podrá entrar, mientras tanto su lugar es afuera en las gradas”.

Eso me pareció muy drástico, pero con el paso de los años lo entendí. Aunque no se si fue por eso, que lo llevaba en el subconsciente, pero en los 30 años que estuve trabajando como narrador en la cadena de Los Toros del Este, se pueden contar las veces en las cuales me senté en el palco de prensa a ver un juego.

Recuerdo también cuando Los Astros de Houston y los Yankees de Nueva York, jugaron una serie de exhibición en el estadio Romana, todo un acontecimiento y en el cual mi padre también fue el narrador de esos juegos.

Del mismo modo fui testigo de excepción, sentado en ring side, en un estadio repleto de personas, en la pelea por la eliminatoria por el título mundial de nuestro campeón de boxeo Eleoncio Mercedes frente al mexicano Juan el Monito Díaz, donde el boss, con la elocuencia que le caracterizaba decía: “Esta pelea es en vivo, desde el estadio Romana, venga para que lo vea”. Eleoncio Mercedes logró vencer al monito Díaz y esa noche no se durmió en La Romana de la algarabía.

Cuando se dio la expansión del beisbol, el boss, fue el narrador de los Caimanes del Sur, franquicia con sede en la ciudad de San Cristóbal, equipo que tuvo un paso efímero en la liga de béisbol profesional dominicana.

Aparte de Los Caimanes del Sur, mi padre también trabajó para Los Leones del Escogido, Las Estrellas Orientales y naturalmente Los Toros del Este, el equipo de sus amores.

Luego fuimos la primera pareja de padre e hijo que narramos en un mismo partido de pelota y yo a modo de chanza, cuando nos tocaba narrar un juego juntos, yo hacía los primeros cuatro innings y medios y al despedirme de manera jocosa solía decir: “Para su hermano y amigo, Juan Julio Báez ha sido un gran placer haber trabajado para todos ustedes, a partir de la próxima entrada y por el resto del camino, estará con ustedes mi papá».

Lo que le provocaba una gran sonrisa al boss, pues aparte de padre e hijo, solíamos ser compañeros de trabajo y muy grandes amigos. En ocasiones yo les daba uno que otro consejo para algunas decisiones que tenía que tomar, pero generalmente era el quien me aconsejaba.

Cuando tenía alguna diferencia con respecto a algún honorario que quería cobrar, siempre me decía, recuerdas que el cien por ciento de cero es cero. Recordándome que era mejor cobrar uno, que nada.

Cuando algo no salía como el quería o si algunos de los jugadores de Los Toros, cometía un error, decía: “que barbaridad. La gente se equivoca para saber que es humano, pero el dulce en demasía empalaga”.

Al desfilar esa mañana por las escalinatas de la Alianza Juvenil, el decidió que yo fuera su acompañante de honor y que desfilara con el por todo el salón que estuvo repleto de personalidades ligadas al deporte y al empresariado nacional.

No se sabe quién estuvo más orgulloso de los dos, si yo, al ver que mi padre era profeta en su tierra y lo estaban reconociendo en vida y convirtiéndolo en un inmortal del deporte o el, que pudo disfrutar como nadie el ver que su gente lo había distinguido de una manera muy especial.

Como olvidar ese magno evento, celebrado hace tres años en las instalaciones de la Alianza Juvenil de La Romana. Con su estilo inconfundible, al subir y dar las gracias por tan alta distinción; hizo, lo que siempre acostumbraba a hacer cuando el era motivo de un homenaje: “La mayoría de la gente en una falsa modestia, dicen gracias por el favor inmerecido. Yo no. Yo he trabajado demasiado en mi vida, así que yo sí me lo merezco. A quien le amarga un dulce”.

A lo cual algunos, encabezado por don Frank Micheli su amigo de larga data, con quien venía trabajando desde cuando existía La Voz del Papagayo, una de las primeras estaciones de radio del país, que comentaron : “Ese es Juan Báez, genio y figura hasta la sepultura. “

PD. La medalla que le dieron como inmortal del deporte romanense, durante varios meses siempre la llevaba puesta, cual un jovencito que le acababan de dar en la escuela una medalla de honor. Gracias, por tanto, Marca País.

 

Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.

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