Por Juan Julio Báez Contreras
Una de las pocas veces en la vida, en la cual mi padre se enojó conmigo al extremo que durante varios meses nuestra relación familiar tan estrecha se vio muy deteriorada, al punto de que cuando yo le pedía la bendición, me decía Dios te bendiga, con la boca prácticamente cerrada y en un susurro casi ininteligible, lo fue en un episodio ocurrido en el despacho del doctor Pina Acevedo.
Resulta y viene a ser, que estando yo recién graduado de abogado, mi padre me llama por teléfono a La Romana y me dice que por favor fuera al día siguiente a la capital, con saco y corbata, que iríamos a visitar a tu colega el Dr. Pina Acevedo.
Esta palabra de colega, me resultó chocante y hasta abrumadora, dada la estatura nacional e internacional que como abogado tenía don Ramón, pensaba que alguien que acababa de salir de la facultad de Derecho apenas un par de meses atrás, no tenía el bagaje para ser llamado colega de alguien tan grandioso, aunque los dos tuviéramos el mismo título de doctor en Derecho.
Pero preferí callarme, porque en esos días mi padre no se aguantaba y desde el limpiabotas pasando por el paletero de la esquina y todos sus colegas, sabían que su hijo Juan Julio era ya todo un doctor en Derecho, aunque en mi interior yo no tenía la más minima idea de lo que eso significaba.
Visitar al Dr. Pina Acevedo, no era nada extraño ni nuevo para mí, pues creo que desde los ocho o nueve años, era algo que hacía habitualmente.
Así que obedeciendo a mi padre, me puse mi traje gris, con una camisa blanca y una corbata negra, con mis zapatos negros y medias negras. impecablemente vestido, como a él siempre le gustó que uno anduviera. Verifiqué que los zapatos estuvieran limpios y que el pantalón del traje no tuviera dos filos, porque con justa razón siempre me decía que: “Uno nunca tiene una segunda oportunidad de causar una primera buena impresión».
De más esta decirles que ese era mi único traje, que lo había comprado para asistir a mi graduación de abogado en la universidad. Así que salí temprano en un bus para la capital, pensando en mi interior, que papi, le iría a decir al Dr. Pina, mire como el muchachito flaquito que venía aquí desde niño ya es todo un abogado.
Que lejos estaba yo de imaginarme la verdadera intención de esa visita, pues al boss no darme más detalles, simplemente yo creía que era una visita de cortesía. Cuan equivocado yo estaba.
Faltando unos minutos para las diez de la mañana, hicimos nuestra entrada triunfal a la oficina del doctor Pina Acevedo, quien luego de doña
Gladis anunciarnos, nos recibió de inmediato y me felicitó por haberme recibido como abogado. De inmediato y sin previo aviso, mi padre se destapó con la bomba, diciéndole a don Ramón: “Ahí le traje a mi hijo Juan Julio para que comience a trabajar como abogado con usted en su despacho».
Al oír estas palabras que me tomaron por sorpresa y con el ímpetu y la imprudencia propia de la juventud, pues apenas tenía 22 años de edad, dije lo más horondo posible: “Pues fíjese que no, mis sueños son tan grandes, que yo no quepo en esta oficina”.
El silencio que se escucho a continuación fue de sepulcro. Se podía oír hasta el zumbido de un mosquito al volar. Durante algunos segundos que me parecieron una eternidad ambos se quedaron con la boca abierta, estupefactos por la osadía de lo que acababan de escuchar.
Yo al ver a mi padre, vi en su mirada el presagio de la tempestad que va después de la calma. Así que, tratando de organizar mejor las ideas en mi mente de cómo iba a corregir la metida de pata que acababa de dar, dije con más vergüenza que convicción: “Perdón. No me malinterpreten, déjenme explicarme mejor”. De nuevo el más absoluto de los silencios. Ante la mirada gélida de mi padre, mis rodillas me temblaban y la voz no me salía con la seguridad que necesitaba, para poder decir convincentemente lo que a ellos yo les quería comunicar.
Respiré profundamente. Exhale un poco de aire y comencé a decirles: “Para cualquier abogado de este país, máxime si es uno recién graduado, constituiría un gran honor y una excelente oportunidad el poder trabajar en esta oficina. Pero en mi caso particular mis sueños son tan grandes, que empezar a trabajar aquí en vez de ayudarme me estancaría. Yo quiero ser uno de los mejores y más reconocidos abogados de mi comunidad. Yo voy a tener la oficina más grande de abogados y más importante de La Romana y para hacerlo no puedo emplearme aquí».
El Dr. Pina Acevedo, con una mirada de pena, sabiendo la reprimenda que me esperaba, diplomáticamente me puso la mano en el hombro, deseándome que tuviera el mejor de los éxitos, diciéndome que las puertas de su despacho siempre iban a estar disponibles para mí.
Le di las gracias y cabizbajo salí de allí, sin querer subir la cabeza y mirar a mi padre, pues el ardía de rabia, por el bochorno que le había hecho pasar y por el desprecio, que según él, yo le acababa de hacer a su amigo y mentor de tantos años.
Cuando íbamos de camino para su casa, me preguntó que si yo me estaba volviendo loco? Que como había dejado pasar la mejor oportunidad de mi vida, de yo poder aprender junto a uno de los grandes maestros del Derecho del país y de rodearme con la crema de la crema de la abogacía nuestra.
Deje que el boss se desahogara y cuando ya estaba un poco más calmado. Le dije: “Papi yo sé lo quiero. Se para donde voy y se como lograrlo. Lo único que yo necesito es tiempo para hacerlo, en unos años hablamos”.
De retorno a mi casa, unas semanas después, abrí mi primer despacho, con un socio que había sido mi compañero de estudios en la universidad, así como de tesis, el Dr. Pablo Andrés Calcaño Galván, en un local de menos de 20 metros, que quedaba ubicado en la calle Héctor René Gil. En el mismo teníamos un solo escritorio.
Él pagaba los 700 pesos que costaba el alquiler y yo pagaba la misma cantidad a la secretaria. La oficina era tan pequeña, que si usted lo iba a visitar a él, yo tenía que salirme de la oficina y viceversa. Cuando mi padre nos visitó por primera vez, y vio “la gran oficina” que tenía me dijo: “Que barbaridad, definitivamente tú no estás bien de la cabeza, despreciar la oficina del Dr. Pina Acevedo, en la capital dominicana, para poner este cuchitril en La Romana, llamado Calcaño y Báez, por Dios”.
Unos meses después de estar en ese lugar tuve unas desavenencias con mi socio y decidí abandonar la oficina. Unos días después, fruto de mi vinculación política con el Partido Reformista Social Cristiano, vía la intervención de mi gran amigo y hermano el Dr. Joselo Vasquez y del Chino Seijas que en ese entonces era el gobernador de la provincia de La Romana, se me presentó la oportunidad de pasar a formar parte del Ministerio Público de nuestra ciudad.
En los próximos 5 años estuve desempeñando varios cargos, tales como fiscalizador de tránsito, fiscalizador del juzgado de Paz, Abogado Ayudante del Procurador Fiscal de La Romana y Fiscal Interino de nuestra provincia.
En cada nuevo cargo que me nombraban, la cara de satisfacción de mi padre no se hacía esperar, ni tampoco sus consabidos consejos de hacer el bien. De ayudar a todo el que pudiera. De no involucrarme en cosas no santas de las cuales tuviera posteriormente que arrepentirme.
Y que trabajara con las puertas abiertas, para que todo aquel que me quisiera ver, lo pudiera hacer sin ningún tipo de dificultad.
En febrero del 1996, renuncié al cargo que ocupaba en la fiscalía, en la cual devengaba un salario de RD$6,350.00 pesos mensuales. Al escucharse el rumor de que ya había renunciado, varios empresarios de la ciudad me llamaron y comenzaron a ofrecerme igualas para que yo fuera su abogado, cuatro horas después de mi renuncia, tenía igualas que en conjunto totalizaban 50 mil pesos, casi diez meses de salario.
Mi futuro parecía estar asegurado. Aparentemente algo había hecho bien en mi paso por el Ministerio Público. Al día siguiente de manera formal comencé a trabajar en un despacho prestado, como abogado independiente, gracias a que mi hermano del alma y amigo de siempre el Dr. Joselo Vásquez, me cedió un espacio en una oficina de asuntos comunitarios que él tenía, que terminó siendo el despacho de Juan Julio Báez y Asociados, hasta que el ciclón Georges el 22 de septiembre del año 1998, lo destruyo pero eso es parte de otra historia que se las contaré en otro momento.
Para concluir el relato de mi relación con el Dr. Ramón Pina Acevedo, resulta que 15 años después de ese día, donde fui tan poco diplomático y le rechacé el trabajo; iba subiendo yo las escalinatas del palacio de Justicia de Ciudad Nueva, con mi toga puesta, ya que me tocó defender a uno de los involucrados en el caso el Baninter, que era miembro del consejo de directores de esa institución; un caso que estremeció nuestro país, por las repercusiones económicas que generó para toda la República Dominicana.
Siento que alguien me toca por la espalda, al voltearme vi a don Ramón, junto a su inseparable compañero de barras, el Dr. Francisco Benzan, luego de saludarme, me preguntó que en qué gestiones yo andaba y al decirle a quien yo representaba, con una gran sonrisa, me dijo: “Te felicito ya estás en las Grandes Ligas del Derecho, parece ser que lo que me dijiste hace varios años en mi despacho, ya se está haciendo realidad “.
Cuando le relate ese episodio al boss, me dijo descaradamente: “Tú sabes de que yo nunca tuve dudas de donde tú llegarías “. Así de simple era mi padre, siempre quería tener la razón en todo.
Años después, cuando por la misericordia de Dios, inauguramos en el año 2008, el edificio Andrea I, lugar donde están actualmente nuestras oficinas, donde logramos contratar a más de 20 profesionales del Derecho y de la Contabilidad, para que trabajaran para nosotros, constituyéndonos así en la firma de abogados más grande del Este del país, al ir a visitarnos un día el boss, de nuevo me repitió: “Yo siempre supe que tú llegarías a cumplir tus sueños de tener la oficina más grande y bonita de La Romana y de ser uno de los abogados más importantes de la ciudad “. Yo lo miré extrañamente y para mis adentros dije: «¿En seriooooooo?».
Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.