Por Juan Julio Báez Contreras
Desde que tengo memoria siempre quise ser locutor como mi padre. De niño lo veía junto a don Tony Edwards, siendo uno de los presentadores en la celebración de las fiestas patronales en la tarima de los grandes eventos, ubicada en el club Recreativo, frente al parque Duarte de la ciudad de La Romana. Siempre me comentaba, que fue don Miguel Seijas, cuando era alcalde a mediados de los años 70, que lo puso a trabajar como presentador y que por esa labor le pagaba 18 pesos, que eran todo un dineral en ese tiempo por una semana de trabajo.
Miles de personas se aglomeraban frente al Club Recreativo, para desde la tarima de los grandes eventos, como don Tony Edwards, había bautizado ese lugar, disfrutar de los artistas nacionales e internacionales que allí se presentaban. Para seguridad de los transeúntes, el tránsito era cerrado desde la intersección de la calle Duarte con la calle Dr. Teofilo Ferry, hasta la Castillo Márquez, para evitar un accidente. La gente comenzaba a llegar temprano, con tal de poder ocupar los espacios más cercanos a la tarima y así disfrutar mejor el show.
Yo me sentía sumamente orgulloso de poder ver al boss, presentar artistas de la talla de la Sophy, Fausto Rey, Johnny Ventura, Wilfrido Vargas, Felix Del Rosario, la orquesta de los Caballeros de Montecarlo, que dirigía el maestro Jorge Taveras, entre otros.
Muy pocas personas tenían acceso a subir a la parte interna del club. El alcalde, los regidores, la reina de las fiestas patronales, los artistas. Los patrocinadores y los invitados especiales, que previamente estaban inscritos en un listado, que les permitía subir las escaleras del club Recreativo y disfrutar en primera plana del evento. Como hijo de uno de los presentadores, me dejaban subir también y eso me hacía sentir súper importante, pues mientras miles de personas estaban de pies en la calle, esperando la presentación de los artistas, yo estaba justo al lado de la tarima, sentado en una silla disfrutando el espectáculo.
Como dato curioso años después, cuando por el crecimiento de nuestra ciudad, la celebración de las fiestas patronales, tuvieron que ser trasladada al parqueo del Estadio Micheli, me tocó a mí hacer lo propio, junto a otra generación de locutores, como Manuel De Jesús, Marcos Mañana, Felipe Hunt, entre otros. Recuerdo que estando presentando yo, a Vickiana, una de las artistas dominicanas más pegadas de la década de los 80 y quien protagonizó junto a Olga Lara, una rivalidad extraordinaria, que la gente llegó a llamar a mi amiga Vickiana, como la mala y a decir de su archirrival, que Olga Lara, es otra cosa. Ese 22 de agosto de 1989, llegó a la tarima una de mis hermanas, para darme la infausta noticia, de que mi abuela materna, doña Manuela Amoros Coss viuda Contreras, había fallecido. Razón por la que me fui del lugar y creo que nunca más volví a subir a la tarima a animar en unas fiestas patronales.
Mi padre fue un locutor completo. Podía ser presentador de espectáculos, como el de las fiestas patronales, conducir a la perfección una maestría de ceremonias, leer de tu a tu con los mejores locutores de noticias, por si todo eso fuera poco podía hacer las tres cosas que son necesarias en una transmisión de beisbol, sea por radio o por televisión, la de hacer la voz comercial, el comentarista del juego y el narrador del partido. Decía conducir mucho orgullo, que el y yo, éramos los únicos que en República Dominicana podíamos narrar, comentar y ser la voz comercial, y que en las tres cosas no éramos segundo de nadie. Ustedes los que les conocieron, saben bien, que la modestia no era una de las virtudes que adornaban a mi padre, pues decía que uno tenía que ser como la gallina, que cuando ponía un solo huevo, lo cacareaba tanto, que el barrio entero se enteraba de lo acontecido.
Pero ciertamente, en honor a la verdad, el boss era muy bueno en todas esas facetas, y que brillaba con luz propia, aunque yo no se lo solía decir con frecuencia, porque su elevado ego, no necesitaba que se inflara más.
Escuchar al boss narrar con esa voz privilegiada que Dios le dio, era un gran deleite para mí y para miles de personas. Pues aparte de tener una voz grave, también tenía pupitre. La azotea bien amueblada, pues era un hombre que de manera empírica se había forjado una sólida preparación académica y podía hablar de cualquier tipo de tema con una propiedad absoluta. Era un lector voraz. En mis años de infancia, siempre lo vi comprando mes tras mes, una revista llamada Selecciones del Reader Digest, en la cual se plasmaban artículos con informaciones muy valiosas, que luego descubrí el utilizaba para hablar de ello en la radio, en la televisión o en una reunión cualquiera con sus amigos.
Al verlo leer tanto, yo quise imitarlo también y comencé, quizás con seis o siete años de edad a leer la revista de Selecciones y a llevármela para mi casa. Llegue a tener una gran colección de ellas, hasta que se me ocurrió la brillante idea, de comenzar a prestárselas a mis amigos para que se instruyeran y nunca me las devolvieron.
Como leer se vuelve un hábito adictivo, con mi amigo de infancia, Eddy García Mojica, cariñosamente Tete comenzamos a leer novelas de vaqueros del viejo Oeste, en ocasiones hasta cuatro y cinco en un solo día. Luego veníamos a los alrededores del parque Central, donde un señor tenía un puesto de vender esas novelas y las intercambiábamos por otras, pagando un par de centavos de diferencia.
De las novelas de vaqueros, dimos un gran salto y empezamos a leer los clásicos de la literatura. Siendo mi favorito, Los Miserables de Víctor Hugo, libro que me prestaron para leerlo en un fin de semana y lo hice, aunque amanecí leyendo viernes y sábado para poder entregarlo el domingo en la tarde como lo había prometido.
El boss, primero se sintió preocupado, porque un niño de siete u ocho años, no debería leer cosas de adultos. Pero luego me lo permitió y hasta comenzó a recomendarme libros que obligatoriamente tenía que leer, el primero en su lista era: El Hombre Mediocre, del escritor argentino José Ingenieros.
Ese hábito de la lectura que adquirí del boss, me acompaña hasta el día de hoy y como la mayoría de los hábitos se adquieren por observación, mis hijos al verme leer tanto, también son unos lectores voraces.
Mi padre tenía una forma muy especial de poder describir lo que estaba ocurriendo en un estadio de béisbol o en una arena de boxeo. Por esa razón, periodistas de la talla de don Max Álvarez y don Max Reynoso, solían decir que con la narración del boss : “Usted puede ver como si fuera por televisión, lo que Juan Baez esta narrando a través de la radio”. Queriendo señalar con eso que la manera tan especial de describir un partido de pelota o de una pelea de boxeo, que tenía mi padre, la hacía de un modo tan preciso y con tantos lujos de detalles, que al oírlo por radio, usted se trasladaba al terreno de juego y podía verlo por televisión, aunque usted solo estaba escuchando por la radio.
Solo he visto esa facilidad y gran cualidad; a él y a su gran amigo de larga data, don Mendy López, quien era un maestro de maestros describiendo un partido de manera tal, que usted no necesitaba tener una televisión, para saber lo que estaba pasando en el nido de las águilas, en el valle de la muerte en el Estadio Cibao.
Don Mendy y toda su familia, eran más que familia para mí padre; y se que hoy deben estar juntos narrando un juego de pelota en el cielo entre los equipos los Ángeles del Cielo frente a los Toros de Jehová.
Esa capacidad descriptiva no todo el mundo puede lograrlo. Pero tanto don Mendy, como mi padre, poseían una gracia y un talento extraordinario para hacerlo. Un ejemplo de ello en un día cualquiera narrando Juan Báez o don Mendy López, sería más o menos así : “El partido de pelota empatado a cero carreras. Se juega la parte de abajo de la tercera entrada. Está lanzando el estelar pitcher dominicano Pedro Martínez. Hay corredores en primera y segunda. El antesalista juega un poco adelantado y cuidando la raya. Siore y segunda en posición normal. El primera base cuida al corredor de la inicial. El centro campista juega adelantado. El jardinero izquierdo juega bien profundo, casi pegado a la pared, sabe que el bateador tiene poder para poner a viajar la bola fuera del parque. El jardinero derecho en posición normal. La bola al home, le tira y abanica el hombre es ponchado. Terminó la entrada.” O cuando de manera sarcástica, pero con una gracia increíble don Mendy decía: “Ni alta, ni baja, ni afuera, ni adentro, pero no fue strike”.
Sin temor a equivocarme, en la temporada que ya se aproxima de la pelota invernal dominicana, harán falta dos de las voces que por más de cincuenta años deleitaron a los amantes de la buena narración del béisbol, mi tío, don Mendy López y a mi padre Juan Báez, marca país.
¡Que Dios los tenga en gloria!
Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.