Avaricia y Perdición: El Llamado a Humillarnos y Buscar a Dios

 

Por Alex Domínguez
alexdminguez@gmail.com

En un mundo donde la búsqueda insaciable de riquezas y poder ha corrompido incluso a aquellos llamados a ser luz y ejemplo, es urgente levantar un clamor sincero: Sana nuestra tierra, nuestros corazones. Esta frase, simple pero profunda, refleja la esencia del mensaje de Cristo y la necesidad apremiante de volver nuestros ojos al único que puede restaurar lo que se ha quebrado: Dios.

Las Escrituras nos advierten claramente sobre los peligros de la avaricia. En 1 Timoteo 6:10, el apóstol Pablo nos recuerda: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” Es un llamado de alerta para cada líder, cada servidor, cada creyente: no podemos permitir que las riquezas temporales desvíen nuestro propósito eterno.

El verdadero liderazgo espiritual no se mide por bienes materiales ni por títulos, sino por la capacidad de humillarnos ante Dios y servir con un corazón limpio. 2 Crónicas 7:14 nos da la clave para la restauración personal y colectiva: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

Este versículo es mucho más que una promesa; es un mandato divino. Nuestra tierra—que puede ser nuestro país, nuestras comunidades o incluso nuestras propias almas—necesita sanidad urgente. Pero esta sanidad solo vendrá cuando dejemos la soberbia, el egoísmo y la codicia, y volvamos a Dios con un corazón arrepentido y sincero.

Escuchando la canción “Sana Nuestra Tierra” de Marcos Swift, fui llevado a una profunda meditación, comprendiendo que muchas veces olvidamos la verdadera fuente de sanidad y restauración. La letra: “Vengo a Ti, guíame, santifícame en Ti. Quiero humillarme, buscar tu rostro. Hoy me arrepiento delante de Ti,” nos recuerda que debemos acudir a Dios con un espíritu quebrantado, pidiéndole que sane no solo la tierra que habitamos, sino también nuestros corazones endurecidos.

Este canto es más que una melodía; es un llamado urgente a la acción espiritual. Debemos humillarnos ante Dios, no ante los hombres, y entender que solo Él puede salvarnos. Así como pedimos por nuestra nación, debemos reconocer que también nuestros corazones son un “terreno” que necesita ser sanado, purificado y restaurado.

Como bien lo dice Mateo 6:19-21: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino hacéos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.”

Que este mensaje sirva como un espejo y un reto: ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Estamos sirviendo para la gloria de Dios o para la exaltación personal? Es tiempo de volver a las sendas antiguas, de pedir no solo por la sanidad de nuestra nación, sino también por la transformación profunda de nuestros propios corazones.

Sana nuestra tierra, Señor. Sana nuestros corazones.

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