Por Rolando Hernández

Dos temas fueron decisivos para la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en el mes noviembre del pasado año: la economía e inmigración.

Trump sin mayores dificultades llegó a la presidencia, lo que también le permitió a su partido, el Republicano lograr la mayoría de legisladores tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes (diputados).

Esta situación le permitiría gobernar con relativa calma y aplicar las políticas en materia económica e imponer nuevas medidas migratorias. Sin embargo, en ambos casos las acciones no han sido las esperadas por los estadounidenses.

Primero, la agresiva política arancelaria aplicada de manea unilateral por Estados Unidos ha creado un trastorno en las relaciones comerciales a escala mundial. Lo cierto, es que esa decisión ha afectado a las economías de las naciones involucradas, incluida claro está, a la sociedad norteamericana a la hora de comprar bienes y servicios.

Además, la administración Trump con su política económica ha debilitado las relaciones con sus antiguos socios comerciales como son Europa, Canadá y México. Es más, en Canadá algunas de sus autoridades han solicitado públicamente la expulsión de Estados Unidos del Grupo G7 debido a la imposición de los aranceles.

A pesar de que la Corte del Comercio Internacional con sede en Nueva York dejo sin efecto los aranceles, otra corte de apelaciones los restituyó mientras se espera la decisión de la legalidad o no de los aranceles.

Los aranceles en Estados Unidos han provocado una disminución en el nivel de consumo, aumento del desempleo y una falta de inversión del capital interno y el extranjero.

La medida económica que fue y continúa siendo una sorpresa para todos de acuerdo a expertos en la economía se califican como la peor de las guerras que estado alguno se decida a establecer como es el caso de los Estados Unidos donde por tradición los arancele son decididos por el Congreso y no por el presidente.

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