Por: Marcos Núñez Fis

El drama haitiano conmovería hasta a una estatua inerte de un gran parque del primer mundo, desde el cual en muchas ocasiones empezando por la época colonial, se han beneficiado de Haití y quienes hoy no dan pasos en firme, para la búsqueda de soluciones a esa sufrida y postrada nación del Caribe insular.

Ese pueblo digno de mejor suerte, tiene una serie de inconvenientes y trabas históricas, hasta étnicas, que han impedido su efectiva evolución.

Comenzando por el hecho de que entregó gran parte de su riqueza (y la nuestra) a Francia a cambio del reconocimiento de su soberanía, el próximo paso fallido que dió, fue aislarse durante años de la primitiva comunidad internacional, durante gran parte del siglo XIX. El temor a invasiones por parte de Francia, España o Estados Unidos, los condujo por ese sendero de soledad hemisférica.

Su suelo zaherido y agotado de un estilo de siembra intensiva para el jengibre, la caña de azúcar y el café, también ha sufrido los embates de cambios climáticos y de la falta de criterio de sus habitantes, para depredar gran parte de su capa boscosa. Gran tragedia autoinfligida para los hijos de esa maltratada tierra.

Las diferencias étnicas, las dictaduras, reyes e imperios sin razón de ser en tan escasa porción de territorio y en poco más de 200 años de historia nacional que parecen haber llegado a su fin, pueden ser la oportunidad para que de la mano de la comunidad internacional, se produzca una especie de renacimiento.

Está casi probado que Haití, con un sistema político al estilo de las democracias occidentales europeas, a menos que intervenga un poder mayor conformado por países verdaderamente amigos, difícilmente se organice motu proprio para funcionar como la nación que nunca ha podido ser del todo.

La pobreza abyecta y la concepción tribal filogenética de ese país, así como la mega-corrupción pandémica que reina en sus escasas estructuras nominales, requieren una intervención a 20 años de ese país, para su pacificación gradual, establecer controles sociales-poblacionales y crear nuevas estructuras de gobierno más acorde con la realidad que viven sus habitantes.

El desorden de Haití no solo es inconveniente para los haitianos, sino que es una bomba fragmentaria que amenaza la estabilidad de todo el Caribe y parte de Sudamérica.

Eso no conviene tampoco a los polos en disputa en este momento que son China y Estados Unidos, en términos de rutas y destinos para el comercio internacional, en el cual compiten y por consiguiente, de ello se enriquecen.

De manera audaz y aunque no pretendemos ser expertos en el tema haitiano, creemos que una de las propuestas a ponderar para llevar orden a ese país debe ser no solo la intervención a través de un fideicomiso internacional, sino terminar por disolver sus estructuras para crear un nuevo tipo de sistema político que incorpore aspectos formales de los modelos de organización de los Estados en el hemisferio, pero más cónsono con su propia dinámica interna.

Una municipalización del gobierno en donde cada municipio elija no solo su poder ejecutivo local sino que también tenga representantes en una Asamblea Unicameral Nacional con tres dirigentes principales tipo Consejo de Estado (ambos serian tipos de gobiernos colegiados) con sede en Cabo Haitiano y que sea ésto, la que gobierne efectivamente ese desdichado país.

Tener Presidentes y Primeros Ministros enfrentados de forma perenne, un Senado infuncional y ni siquiera un registro electoral real, hacen necesario tener más creatividad a la hora de pensar en cómo sentar las bases para el resurgimiento y de cara al futuro, regir los destinos de ese caos permanente que ha devenido ese ensayo de nación.

Contexto histórico

La crisis haitiana es un conflicto multidimensional y prolongado, exacerbado en 2021 por el asesinato del presidente Jovenel Moïse, y que incluye una profunda inestabilidad política, la consolidación del poder de las pandillas, la violencia armada generalizada, la paralización de servicios esenciales, inseguridad alimentaria y el desplazamiento masivo de personas. La situación actual tiene raíces históricas, marcadas por el legado de la deuda colonial, el subdesarrollo institucional, intervenciones extranjeras y dictaduras prolongadas, como la de los Duvalier.

Causas Profundas e Históricas

Legado de la deuda colonial: Haití nació endeudado tras pagar una indemnización a Francia, lo que limitó su desarrollo institucional y económico desde su independencia.
Intervenciones y subdesarrollo: El país ha sufrido numerosas intervenciones militares extranjeras, que han dificultado la consolidación de instituciones fuertes y han perpetuado ciclos de inestabilidad.

Dictaduras y corrupción: La larga dictadura de los Duvalier (1957-1986) y otras épocas de inestabilidad han desestabilizado el país y vaciado sus arcas.

Factores Desencadenantes Recientes

Asesinato del presidente Moïse (2021): La crisis política se agravó drásticamente tras este evento, sumiendo al país en una mayor inestabilidad.

Poder de las pandillas: Las pandillas se han consolidado como una fuerza armada que controla grandes partes de la capital, paralizando las actividades económicas y el transporte.

Corrupción y protestas: Las denuncias de corrupción y las protestas ciudadanas, particularmente relacionadas con el programa PetroCaribe, han erosionado la confianza en el sistema político.
Consecuencias Humanitarias y Sociales

Inseguridad alimentaria: El conflicto entre pandillas dificulta el transporte de alimentos, lo que ha llevado a una declaración oficial de hambruna.
Desplazamiento masivo: Más de 360.000 personas han sido desplazadas debido a la violencia, la mitad de ellas menores de edad, que no tienen acceso a servicios básicos como salud y educación.

Colapso de servicios: El sistema de salud y educación está al borde del colapso debido a los ataques y la inseguridad, afectando gravemente a los niños y niñas.

Falta de estabilidad política: No hay elecciones programadas y el parlamento ha perdido gran parte de su poder, dejando al país sin un liderazgo democrático efectivo.

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