Redacción Exposición Mediática.- Cuando el reloj marcó seis horas y treinta y nueve minutos de juego —sí, 6 h 39 min— en el tercero de la serie por el título entre los Los Angeles Dodgers y los Toronto Blue Jays, pocos sabían que lo que tenían ante sí no era un simple partido, sino una epopeya.
Al fin, y sin avisos previos, apareció el héroe vestido de blanco y azul: Freddie Freeman. Ese bate se alzó como estandarte en el momento justo, y cambió el guion. Fue en la parte baja del decimoctavo (“sí, la 18. ª entrada”) cuando Freeman conectó un cañonazo contra el zurdo Brendon Little para consumar la victoria de los Dodgers por 6-5.
Antes del estallido: el maratón ya era historia
Desde el primer inning, el aire en el Dodger Stadium vibraba diferente. Los Jays tomaron ventaja, los Dodgers respondieron, los relevos comenzaron a acumular uno tras otro. Pero llegar al inning 18 en la postemporada es una rareza; hacerlo en una Serie Mundial era casi ciencia ficción.
Mientras tanto, el otro nombre que habría de figurar en cada nota histórica era Shohei Ohtani, quien aquella noche alcanzó base nueve veces, impuso récord de postemporada y se convirtió en figura casi mítica antes del batazo decisivo.
Los bullpens explotaban en uso. Los aficionados ya no miraban al marcador únicamente; miraban al reloj, al cielo, a los bancos, a cada movimiento como si fuera el último aliento de una película épica. Cada entrada, una pausa, un respiro, una cuenta regresiva.
El momento clave: “una vez más” Freeman
Fue al comenzar la parte baja del 18.º inning: Freeman se presentó al plato con la tensión a flor de piel, sabiendo que cualquier error lo convertía en leyenda en blanco o en mártir en azul. Un conteo completo frente a Little, y luego… el contacto. Un sinker que viajaba, que dibujó su arco hacia el centro y se perdió en la grada. Juego. Fin. Delirio.
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“Me siento afortunado de que haya sucedido otra vez”, declaró Freeman, consciente del peso: ya había conectado un grand slam walk-off en la Serie Mundial del año anterior. Hoy hacía historia de nuevo.
Lo que vio el estadio fue más que un jonrón: fue la liberación de seis horas y más de sudor, de abrazos tardíos, de lanzamientos impetuosos, de errores, de intentos. Y el héroe era el mismo que ya había firmado el libro de los recuerdos el año anterior.
¿Por qué este juego quedará en los anales?
Duración histórica: 18 mangas, 6 h 39 min, igualando el récord de entradas más largo en una Serie Mundial.
Freeman como protagonista histórico: se convierte en el primer jugador de MLB con dos jonrones walk-off en Serie Mundial.
Todas las piezas se alinearon: el rival, la tensión, el escenario, el tiempo… La sensación fue la de asistir a algo fuera del calendario.
Impacto emocional: los jugadores del bullpen saltaban al campo como si hubiera terminado la temporada, y de hecho puede que haya sido un hito definitorio para lo que sigue.
Detalles técnicos que cobran significado
• Freeman conectó al primer lanzamiento, un sinker de Little que salió con velocidad de 92.4 mph, ángulo de lanzamiento 34° y velocidad de salida 107.4 mph.
• 19 lanzadores entraron en el juego para ambas novenas, un testimonio de cuán profundamente se había extendido este duelo.
• El Blue Jays dejaron 19 corredores en base, otro récord de Serie Mundial para atrapados entre innings extra.
«Expectante” no basta para describir lo vivido
Desde el primer out hasta el jonrón final, los aficionados vivieron en un limbo entre esperanza y tensión. Cada lanzamiento tenía una doble carga: podía ser el fin… o otro escalón hacia el infinito. Los jugadores caminaban entre el deber y el asombro. En ese limbo, Freeman se plantó frente al box y lo rompió.
En los bancos, los rostros ya no eran de peloteros, eran de exploradores cansados, de guerreros que han visto demasiado y que todavía creen en lo imposible. El inning 18 no era solo la espera del cierre, era la confirmación de que un partido puede golpear más hondo que un título: puede marcar una generación.
¿Y ahora qué viene?
Con ese triunfo por 6-5, los Dodgers se adelantaron 2-1 en la serie best-of-seven. Esa ventaja es clave, pero también es el trasfondo emocional el que cuenta: ganar de esta forma envía señales. Señales de carácter, de profundidad, de que cuando todo parece perdido, aún queda un golpe maestro.
Para Toronto, el golpe duele, claro. Pero también es una lección: jugar hasta el final, sin reservas. Para los Dodgers y para Freeman, es un acto de escritura de legado. Y para el aficionado, una historia que se recontará en cafés, redes sociales, bares y estadios como “la noche que no acababa”.
Síntesis
Cuando el silbato imaginario se dio en los 18 innings, cuando todos creían que ya no iba a pasar nada más, apareció la escena final: la multitud exhalando, los brazos alzados, el bate elevándose.
Fue un recordatorio de que el béisbol no solo es estadísticas, no solo es títulos, no solo es cronómetro: es épica contenida, es espera hecha golpe, es historia que se escribe sin guion previo.
Freddie Freeman, con su disposición serena y su poder contenido, entregó ese momento que atesora el deporte. Y lo hizo en la noche que parecía interminable. Porque el béisbol, como la vida, ama los finales que llegan cuando menos lo esperas.
Fuente consultada para obtención de datos estadísticos: https://www.mlb.com/
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