«El Pito es mío»: Charle Papa y el último adiós a Rubby Pérez

Charlie Papa (nombre de pila Porfirio Cedano Alfonso), pintoresco personaje ampliamente conocido en La Romana.

Por Néstor Julio Fornés

Por más que el país entero lloraba el desplome de una noche, de una discoteca, y de toda una generación dorada del merengue, hubo una figura que, como salido de un realismo mágico criollo, se abrió paso entre las elegantes coronas de las más preciadas flores, los flashes interminables de las cámara fotográficas, y el incienso del dolor por la Discoteca Jet Set convertida en campo santo: Charlie Papa, vestido de luto total-traje negro, corbata grisácea, gafas oscuras a los agentes secretos de la patria, entró al cortejo fúnebre, dispuesto en el Teatro Nacional, como quien acude a cobrar una herencia.

No lloraba, no rezaba, solamente observaba y revisaba con detenimiento los rostros, los arreglos florales y por supuesto la ubicación de todas las cámaras televisivas, hasta que, como quien encuentra la luz, se plantó justo al lado del féretro de Rubby Pérez, la voz más alta del merengue, el artista que desafío la carpeta con sus notas altas y su fuerza escénica, aún con latentes problemas en su pierna izquierda.

Una reportera de uno de los canales de televisión nacional de noticias, de esas con voz firme y sonrisa prefabricada para la ocasión profesional, se le acercó con el micrófono en mano a Charlie Papa, buscando quizás una frase de consuelo o una anécdota inocente, como había oído pronunciar por lo bajo esa palabra en su entorno.

Y, es ahí, precisamente, donde estaba Charlie Papa esperando, y listo para declarar su historia:

–“Yo fui su maestro,” soltó con voz grave y tono doctoral.
–»¿De música?», preguntó ella, sorprendida.
–“¡De todo!» Pero sobre todo… del pito.

Ese pito con el que Rubby abría los conciertos, el que la gente aplaudía antes de que sonara la primera nota. Ese pito es mío. ¡Eso es Charlie Papa patentizado!”

La cámara que, recogía y enviaba al mundo las impresiones, tembló. Como, de seguro, todo el país que no se movía del frente a los televisores y tuvo que sentirse atragantado con el café que a esa hora estaba degustando para calmar el estrés de “La tragedia del Jet Set”.

Porque si algo sabe hacer Charlie Papa, es sembrar la duda en medio de la certeza con que él narra sus fabulosas historias.

Néstor Julio Fornés, autor del artículo.

Y mientras el ataúd seguía rodeado de lágrimas sinceras en cientos de personas compungidas, Charlie Papa comenzó a imitar el famoso pito de Rubby Pérez con una exactitud que, por segundo heló el aire de su entorno.

–“Ese sonido era el sello de él, sí… Pero fue idea mía, una tarde, cuando fue a un concierto en mi ciudad natal de La Romana, yo le dije: “Mira, Rubby, antes de que tú cantes, suelta un silbidito con rabia de atención. Eso hipnotiza. Y desde entonces, ese pito viajó por el mundo. Pero nunca dijo de quién era…”

Y, entonces las cámaras lo enfocaron más fijamente, como escudriñando algo que no arroja certeza de ser verdad o ser mentira, por lo que las redes lo hicieron tendencia.

Algunos lo creyeron, otros de inmediato fruncieron el ceño, y al unísono gritaron a todo pulmón: “Farsante…” después de escuchar su supuesto pito, al que muchísima gente que ya conoce el historial de nuestro personaje Charlie Papa pintoresco no les hizo ninguna gracia.

Y así, en el funeral más doloroso del merengue, Charlie Papa volvió a hacer lo imposible: hacerse parte del relato sin estar en la partitura.

Porque, todo el que le conoce sabe que, realmente, no ha sido maestro de Ruby Pérez, o que nunca ha pisado un estudio de grabación musical.

Pero en el teatro absurdo de la vida, Charlie Papa no necesita haber vivido los hechos para formar parte de ellos con su propia historia.

Él cuenta su historia, y punto. Y quien lo dude… O quien lo crea ya cayó en su juego de fábulas memorables.

Así, Charlie Papa, cerró ese día con una fábula más; con la voz entristecida de todo un pueblo llorando a Rubby Pérez…Y el eco de un pito, ahora convertido en supuesta herencia nacional, saliendo de los labios de un personaje que, como el mismo merengue, no necesita lógica para ser eterno.

El autor escritor, abogado-notario y locutor.

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