Por Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)

Y sobre todo quedan los cocolos, nuestros cocolos, cuyos alientos de guarapo y mar, permanecen impregnado en nuestro recuerdo, adherido en la memoria de Macorís, vagando entre railes y humos de chimenea de ingenios, buscando las olas que los trajeron envueltos en atavíos de colores; tambores amarrados en la borda y deseo de bienestar soñado sobre miseria amarrada en la niñez. Aquí, en tierra de ingenios y cañas, sembraron sus miradas de extraños y rost ros salobres brillando bajo el sol de la ciudad verdecida, enseñando la tibieza de su forma endulzada y su parca sonrisa de pobladores mezclados, enlazando ritmos musicales colocados en la cúspide de su nombre. La ciudad renovó su identidad hospitalaria haciendo bucles de etnias forjadas, compartiendo saludos y abrazos frente al mar de olas mecidas y cangrejos esperando la lluvia, así lo dice el Sol en su poniente de Higuamo y en la sombra otoñal de las edades vivida. Cocolos de aquellos tiempos de esplendor cantado, cuyos nombres eternizó el poeta de ellos, haciendo apacibles gajos de nombres; identificando el sonido de apellidos tintados. Encima aquellos años memorables resaltamos sus siluetas de negros arbolados, bajo lluvias con relámpagos y truenos fugaces. Briznas pintorescas surcando sobre calles mojadas de guavaberry. El crepúsculo acaricia sus danzas de hermanos haciendo trenza de sangre mezclada.

SAN PEDRO DE MACORIS.- El pasado sábado 28 de junio el Ministerio de Relaciones Exteriores (MIREX) inauguró un Monumento levantado en honor y reconocimiento a los cocolos en el malecón de San Pedro de Macorís. Fue un acto esplendoroso encabezado por el Canciller de la Republica Roberto Teodoro Álvarez Gil, y el viceministro de Política Exterior Multilateral Rubén Silié Valdez.

Esta obra cultural se caracteriza por tener varias tapias de concreto aparentando rompeolas, señal de los escollos que tuvieron que enfrentar esos inmigrantes isleños para llegar a nuestra isla, donde se vieron forzados a afrontar desafíos y amenazas xenofóbicas. También esculturas en hierro con fragmentos del poemario «Los Emigrantes” de Norberto James Rawlings, y que comienza: «Aún no se ha escrito la historia de su congoja. Su viejo dolor unido al nuestro». Este emblemático Monumento proyecta en el ámbito cultural el legado de los aportes a la economía azucarera regional realizado por aquellos centenares de negros que fueron traídos a Republica Dominicana a finales del siglo X1X y los primeros 35 años del pasado siglo XX, contratados para trabajar en las plantaciones cañeras y los ingenios que operaban en Puerto Plata, La Romana y San Pedro de Macorís. Las manos de obra de esos centenares de trabajadores migrantes contribuyeron a forjar el período histórico petro-macorisano conocido como «danza de los millones». Es conocido por la amplitud de escritos sobre este tema que durante la década de los 70 del siglo X1X se produjo el empuje sustancial de la industria azucarera moderna en nuestro país bajo la primacía del ingenio Angelina, construido por el cubano e ingeniero mecánico Juan Amechazurra, en 1876. Este moderno ingenio hizo su primera zafra el 9 enero de 1879. Cinco años después de esta arrancada exitosa, en 1884 se produjo la gran crisis que afectó considerablemente el desarrollo industrial azucarero en República Dominicana. Esta crisis obligó a los propietarios a buscar vías que contribuyeran a disminuir los costos de producción.

Este Monumento simboliza las largas jornadas laboriosas agotadas en este histórico San Pedro de Macorís por centenares de inmigrantes de color negro o moreno cuya presencia tomó fuerza a partir de 1885, al producirse la crisis azucarera de 1984, ante esa crítica situación los empresarios cubanos Carlos F. Loynaz, propietarios de ingenios en la norteña ciudad de Puerto Plata, y William. L Bass, propietario del ingenio Agua Dulce, conocido hoy con el nombre de Consuelo; así como la participación de los empresarios y colonos azucareros Hugo Ehiers Friedheim, Santiago W. Mellor, Juan B. Mansfield, F. C. Huffington, J. M. Santoni, y Vicente Feliú, los cuales acordaron afrontar aquella situación importando de las islas de posesiones inglesa, francesa y holandesa, como una fórmula para abaratar los costos de producción, entendiéndolo como una de las soluciones para resolver aquel problema, al efecto, crearon la Sociedad de Inmigrantes, la cual reunió 15 mil dólares para sufragar los gastos operacionales de la importación laboral.

Anteriormente, la bonanza económica del negocio azucarero nacional provenía de factores externos: la guerra de los Diez Años en Cuba (1868-1878), la guerra franco-alemana de 1870, que concluyó con el Tratado de Fráncfort en mayo de 1871; países entonces mayores productores de azúcar de remolacha; en el plano nacional: la Guerra Restauradora de (1863-1865), y el mandato de seis años del caudillo Buena Ventura Báez ( 1868 al 1874).

El mayor grupo de migrantes negros llamado cocolos arribó en una goleta española fletada de nombre Ponceña, la cual atracó en el puerto de Santo Domingo, el 14 de octubre de 1893, procedente de la isla de Vieques, San Thomas y Barbada, la mercancía humana fue luego trasladada a la goleta Chicago, que lo transportó hasta el puerto de San Pedro de Macorís, de donde fueron llevado al ingenio Consuelo. Esta fecha ha sido consignada como el Día del Cocolo en nuestro país, sin embargo, desde 1850 comenzaron a llegar a nuestro país isleños de la zona de Barlovento y Sotavento para trabajar en las empresas azucareras. La mayoría de las goletas que embarcaban a los súbditos isleños pertenecían a la compañía británica Royal Navy, a cuyas embarcaciones les decían “Warspite».

Debemos recordar, en este sentido, que, en el año de 1870, el empresario azucarero Carlos F. Loynaz trajo unos 31 braceros procedentes de la dominación británica Turk Islands, dicha carga no se le permitió desembarcar alegando que violaba el decreto de control migratorio emitido en 1867. El empresario azucarero Santiago José M. Glass tuvo mejor suerte ya que se le permitió el ingreso de unos isleños que trajo para laborar en la industria azucarera, en 1879. Otro dato poco conocido fue la traída a esta provincia de 100 cocolos de parte del hacendado Lorenzo Zayas Bazán en el año 1877, a los que integró a diversas labores en sus extensos predios que poseía en la provincia. Su nombre está conectado con la historia del barrio Miramar, zona donde establecieron residencia cientos de los súbditos cocolos.

Los primeros súbditos cocolos que descendieron en el puerto de San Pedro de Macorís lo hicieron desde la goleta Echar-Apitex, estos ciudadanos extranjeros insertaron en la ciudad receptora sus costumbres, hábitos, creencias religiosas y forma organizada de convivencia.

Posteriormente el negocio de carga marítima en Goletas tuvo altos resultados lucrativo que entusiasmo al gobierno dominicana, el cual tomó un préstamo al Eximbank de los Estados Unidos de América (Ex-Im Bank o EXIM), por US$300,000, para dedicarlo a la construcción de ese tipo de embarcación, de este modo entre los años 1943 al 1944, se levantó un astillero a orillas del al rio Ozama, frente a Villa Duarte, en el cual se fabricaron las goletas La Americana, Jaragua, Duarte, Inoa, Dicayagua y San Cristóbal, todas destinadas en la exportación de productos agrícolas y de pasajeros.

La novedad de estos trabajadores inmigrantes importados por los propietarios azucareros, produjo algunas reacciones de rechazo y de hostilidad, al efecto, medios de prensa de la época, lanzaron fuertes campaña detractora, sin embargo, no obstante, amparado y respaldando la disposición gubernamental que dispuso que los ayuntamientos destinaran un 5% de las recaudaciones para el fomento de la inmigración, visto como necesidad para aumentar la población nacional, el gobernador civil y militar de San Pedro de Macorís, general Ramón Castillo, destacó en un informe al Ministro de lo Interior, en 1893, a los beneficios que implicaba esta política estatal. A partir de 1891 comenzó a asentarse en un libro de control en los ayuntamientos el ingreso de extranjeros, en aplicación y cumplimiento de la Resolución 3069 emitida por el Congreso Nacional, de 1891, dándoles la potestad a los cabildos para dedicar el 5% de sus ingresos para impulsar la inmigración a través de la creación de una Junta Provincial integrada por el Gobernador, el Síndico, y un comisionado del municipio.

De acuerdo al primer censo de la historia dominicana realizado entre diciembre de 1920 a enero del 1921, tiempo de la ocupación norteamericana de nuestro país, indica que en San Pedro de Macorís residían en sus demarcaciones geográficas, 9,272 cocolos, la ascendencia del número se mantuvo fluctuante hasta 1935, a partir de este año fue disminuyendo sensiblemente la cantidad de contratados por las restricciones impuestas por la larga dictadura de Trujillo 1930–1961, que al adueñarse de los ingenios prefirió la presencia haitiana en las faenas agrícolas de la industria azucarera.

Cuando el cocolo más emblemático Teofilus Chiverton (Primo), rey de la danza Momise, llegó a San Pedro de Macorís en 1923, la población provincial sumaba 19, 600 personas, las cuales estaban repartida de la siguiente manera: 7.500 en la zona urbana y 12.680 en la zona rural. Los dominicanos eran 9.559 y los extranjeros 9.111. La provincia contaba en ese momento con 1.265 casas de madera en la zona urbana, así como de 1.889 en la zona rural, campos y bateyes. En la zona urbana 655 estaban techadas de zinc, 279 lo tenían de yagua, 65 eran de mampostería y 32 tenían más de dos pisos. El dinamismo productivo-laboral- social en el ámbito de los ingenios motivó que en su entorno se instalaran variados negocios: bodegas, pulperías, tiendas de calzados y ropas, entre otros, los días de pagos aquello era un gentío moviéndose en funciones de compras y ventas comerciales. Alrededor de cada ingenio se instalaron atractivos comercios. En Consuelo el número llego a diez, en Angelina a siete, en Santa Fe a seis, en el ingenio Puerto Rico uno, en Porvenir (Vega) cuatro, en Cristóbal Colon (Guano) seis y en el ingenio Quisqueya tres. Por igual, alrededor de los centrales azucareros se creó una cantidad importante de establecimientos comerciales. En Consuelo diez, Angelina siete, Santa Fe seis, Puerto Rico uno, Porvenir cuatro, Cristóbal Colón (Guano) seis, y Quisqueya ocho. El impulso empresarial y el auge poblacional encaminaban la provincia por sendas de progreso y modernidad.

Esos centenares de inmigrantes cocolos tuvieron la dicha de haber llegado a una zona geográfica cuyos habitantes venían de una larga brega en la producción de azúcar, pues desde 1546, época en que Diego Colón Toledo y Jerónimo de Agüero, instalaron en sociedad un pequeño ingenio hidráulico, movido por la fuerza del agua, a las orillas del río Almirante de Hato Mayor, y en 1548 el ingenio Casuy, que era propiedad de Juan de Villoria, todavía son visibles algunas ruinas de ese ingenio en el Batey Hoyón de Consuelo, asimismo, la familia Coca Landerche, levantó otro ingenio en lo que hoy se llama Monte Coca.

Los trabajadores ingleses o cocolos se sumaron al aporte productivo de los criollos que trabajaban en los
ingenios, más su valía y el dominio de sus funciones laborales con esmera calidad y alta responsabilidad personal, contribuyeron grandemente al impulso constructivo de la industria azucarera en sus vertientes laborales.

No podemos destacar el aporte de estos inmigrantes sin mencionar a otros que si bien no son cocolos fueron los pioneros y auspiciadores para que estos llegaran a nuestra provincia y otras zonas de la industria azucarera como La Romana, para citar un ejemplo cercano, ellos fueron el cubano Juan Amechazurra, quien construyó el ingenio Angelina en el año 1876, el ciudadano francés Augusto Rousset y el cubano Salvador Ross, fundadores del ingenio Santa Fe, en 1882, el estadounidense Santiago W. Mellor fundador del Ingenio Porvenir (Vega), en 1879, el norteamericano Hugh Kelly ( Mister Kelly) quien al adquirir el ingenio Porvenir los transformó y convirtió en el más pujante de su época, Padrón y Solaum, fundadores del ingenio Consuelo, en 1881; Alejandro Bass Guillermo Bass, que al adquirir el ingenio Consuelo le dieron un impulso trascendental, el norteamericano Edwin E. Kilbourne ( Míster Kibur), que tan pronto se hizo cargo del ingenio Consuelo impulsó grandes inversiones elevándolo como el más importante de esta zona; el cubano Juan Fernández de Castro, fundador de los ingenios Quisqueya en 1888, y Cristóbal Colón, en 1883; así como los empresarios azucareros Salvador Ross y Juan Serrallés, este último fundador del ingenio Puerto Rico en Las Cabuyas de Juan Dolio, en 1892; y por último, la familia Vicini Canepa, quienes adquirieron los ingenios Angelina y Cristóbal Colon, cuyas inversiones y dedicación ha hecho posible que este tipo de industria siga aportando el desarrollo económico de la provincia de San Pedro de Macorís.

El Ministerio de Relaciones Exteriores (MIREX) hizo su trabajo: Erigió este valioso Monumento. Ahora les corresponde a las autoridades de San Pedro de Macorís: La alcaldía, el Ayuntamiento a través de sus regidores, la senadora, diputados y demás funcionarios. La sociedad civil a través de sus instituciones representativas, asumir la responsabilidad de preservarlo y cuidarlo. A la Regional de Educación instruir para que las escuelas públicas y colegios lleven a sus estudiantes no solo a contemplar esta bella obra cultural sino disponer de gestores que instruyen y orienten a los escolares sobre su significado histórico y lo que representa en la historia de la ciudad. Al hacerlo contribuyen a acrecentar el legado de los cocolos como símbolo cultural dentro de nuestra identidad nacional.

Y sobre todo quedan los cocolos, nuestros cocolos, cuyos alientos de guarapo y mar, permanecen impregnado en nuestro recuerdo, adherido en la memoria de Macorís, vagando entre railes y humos de chimenea de ingenios, buscando las olas que los trajeron envueltos en atavíos de colores; tambores amarrados en la borda y deseo de bienestar soñado sobre miseria amarrada en la niñez. Aquí, en tierra de ingenios y cañas, sembraron sus miradas de extraños y rostros salobres brillando bajo el sol de la ciudad verdecida, enseñando la tibieza de su forma endulzada y su parca sonrisa de pobladores mezclados, enlazando ritmos musicales colocados en la cúspide de su nombre. La ciudad renovó su identidad hospitalaria haciendo bucles de etnias forjadas, compartiendo saludos y abrazos frente al mar de olas mecidas y cangrejos esperando la lluvia, así lo dice el Sol en su poniente de Higuamo y en la sombra otoñal de las edades vivida. Cocolos de aquellos tiempos de esplendor cantado, cuyos nombres eternizó el poeta de ellos, haciendo apacibles gajos de nombres; identificando el sonido de apellidos tintados. Encima aquellos años memorables resaltamos sus siluetas de negros arbolados, bajo lluvias con relámpagos y truenos fugaces. Briznas pintorescas surcando sobre calles mojadas de guavaberry. El crepúsculo acaricia sus danzas de hermanos haciendo trenza de sangre mezclada.

Loading