Por Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés se celebra la fiesta de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote. Esta festividad tiene sus orígenes en la celebración del Sacerdocio de Cristo que la Iglesia realiza desde siempre, especialmente en el contexto de su sacrificio y mediación entre Dios y la humanidad.
La celebración de la fiesta de Jesucristo, Sumo y eterno sacerdote fue introducida en España en 1973 con la aprobación de la Sagrada Congregación para el Culto Divino (hoy, convertida en Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos) y el patrocinio del Papa San Pablo VI.
La fiesta resalta la importancia del sacerdocio de Jesús, que se presenta como el modelo perfecto de sacerdote.
Se centra en su sacrificio en la cruz, que es visto como el acto supremo de amor y redención por la humanidad.
Las lecturas del día suelen incluir pasajes del Nuevo Testamento que hablan del sacerdocio de Cristo, como la Carta a los Hebreos, que describe a Jesús como un sacerdote según el orden de Melquisedec.
San Juan Pablo II, en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” [La Iglesia vive de la Eucaristía] señalaba que “el Hijo de Dios se ha hecho hombre para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza a Aquél que lo hizo de la nada… De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad”.
El sacerdocio, encarnado de manera plena en Jesucristo, se constituye en elemento indispensable para salud de las almas y para perfección de todo lo creado, obra de Dios. Todo sacerdote -de acuerdo al grado recibido- participa del mismo sacerdocio de Cristo y prolonga en el tiempo su acción redentora.
La fiesta de hoy invita a los fieles a reflexionar sobre el sacramento del orden sacerdotal en la Iglesia y la importancia de los sacerdotes en la vida espiritual de los creyentes. Un signo de madurez de una comunidad es cuando da a la Iglesia sacerdotes para el servicio del pueblo santo de Dios. Oración por las vocaciones del papa Francisco:
Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Ti y a la evangelización. Sosténlas en el empeño de proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y caminos de especial consagración.
Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso.
Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios.