La gran importancia estratégica y marítima del caribe insular

 

Por: Marcos José Núñez

Desde los primeros tiempos de la civilización humana, ha existido un grupo reducido de países que logran prevalecer por encima de todos los demás y acumular tal nivel de influencia geopolítica, que sin dudas les ha colocado como los ejes indiscutibles de poder regional o global.

En una primera etapa, los reinos que lograron trascender en los escenarios de la edad antigua eran aquellos que lograban controlar con éxito territorios aledaños y determinadas rutas comerciales. Egipto fue la primera potencia de la antigüedad por encima del imperio hitita, el reino babilonio y acadia, al lograr importantes conquistas al este y oeste de su país.

Siglos después y mientras Egipto se enfrentaba bélicamente a sus rivales en guerras de desgaste mutuo, el pueblo semita de Fenicia (lo que hoy es la Republica del Líbano), se estableció pacíficamente en una estrecha lengua de tierra en la costa mediterránea del medio oriente, utilizando rutas marítimas comerciales y de exploración territorial para erigirse en una gran potencia regional.

Más tarde los griegos hicieron lo propio. Antes de la época de Alejandro Magno, el pueblo de los helenos se convirtió en una competencia directa de los fenicios en el mar mediterráneo y más allá. Ambos pueblos pese a tener intereses encontrados, nunca fueron a la guerra para dirimir conflictos sino que ambos prosperaron sin mayores inconvenientes.

Es el imperio de los persas durante el siglo V antes de Cristo, la primera potencia que pone su ojo en la necesidad de controlar mares e islas en el Mediterráneo, enfrentándose directamente a la confederación de ciudades-estados griegos y su influencia política-comercial en las llamadas “guerras médicas” las cuales se extendieron durante varias décadas.

En ese contexto de beligerancia de los griegos, los fenicios en cambio eligieron no luchar en contra del creciente poderío persa, ya que siempre fueron un pueblo relativamente pacifico, aspecto que facilitó el proceso de su conversión en una especie de estado vasallo.

Después de la derrota de los persas por parte de los griegos, estos últimos comenzaron a partir del siglo IV, un periodo de expansión territorial hacia el medio oriente, unidos simbióticamente con el norteño reino de Macedonia, alianza que terminó por derrotar a los persas y asumir el control de sus territorios que iban desde el Asia Menor en el mar Mediterráneo hasta el norte de la India.

En ese contexto de oportunidad en el que los griegos, convertidos en un poderoso imperio oriental, alejados de su influencia en el Mediterráneo, que asciende con un gran poderío marítimo lo que había sido durante mucho tiempo una importante colonia de los fenicios en el norte de África: el país de Cartago.

Cartago fue la primera potencia regional de la antigüedad en ejercer la talasocracia (que es control adyacente y dominio de los mares) a lo largo y ancho de las costas mediterráneas. Los griegos quienes constituían una serie de ciudades-estados que se confederaban en ocasiones especiales, nunca pudieron convertirse en un estado unificado como Cartago o Roma para ejercer con éxito el control estratégico de los mares.

Para los fenicios de Cartago, el dominio de los mares ya no solo era por el apoderamiento de rutas de navegación comercial sino para conseguir el dominio militar de amplias zonas marítimas con sus islas incluidas, así como la colonización de nuevos territorios costeros con importantes riquezas.

Mientras el imperio de los griegos en declive todavía controlaba una parte del Mediterráneo oriental y la Magna Grecia en el sur de la península de Italia, los cartagineses se expandieron por toda la costa norteafricana exceptuando Egipto, llegaron al sur de Francia, al sur y oeste de la península ibérica, alcanzaron las columnas de Hércules (el peñón de Gibraltar), las islas del Mediterráneo oriental, costas occidentales de África y lograron puestos comerciales en las islas británicas y el norte de Europa.

Ese gran poderío alcanzado por los cartagineses comenzó a ser recelado por la naciente influencia de la república romana. Los romanos quienes necesitaban nuevas tierras para la agricultura, la minería y el comercio, observaron que para poder expandirse en su zona natural, debían derribar a los cartagineses y desplazarlos de su posicionamiento en el Mediterráneo occidental y esa fue una de las razones que originó las llamadas “guerras púnicas” entre ambos estados, enfrentamiento que se prolongó por más de un siglo.

Bajo la consigna imperial “Delenda est Cartago”(Cartago debe ser destruida), Roma terminó arruinando por completo a Cartago en el siglo II antes de Cristo, luego de destruir su dominio comercial e insular y costero-marítimo, para luego enfrentarse en una serie de guerras de corta duración con los diferentes estados griegos al sur y oriente de la península itálica, en el mar Jónico, el mar Adriático y el mar Negro, hasta consolidarse como la única potencia tanto al este como al oeste del mar Mediterráneo, pasando en Roma a denominarse este último cuerpo de agua como el “Mare Nostrum” (mar nuestro) a principios del siglo I antes de Cristo.

Es ese modelo de control talasocrático de los romanos que sería primero empleado parcialmente por el imperio español, más adelante copiado igualmente por los británicos, portugueses, holandeses y franceses durante más de dos siglos a partir del descubrimiento de América, logrando éstas potencias europeas una enorme acumulación de riquezas con la creación de rutas directas de comercio con el nuevo mundo, más la explotación agrícola y minera en algunos de los nuevos territorios bajo su dominio.

Sin embargo, serían los norteamericanos como potencia regional emergente en el hemisferio occidental en franca expansión hacia el oeste de su territorio -como hicieron antes los cartagineses y romanos- durante todo el siglo XIX, quienes pondrían su mirada en el mar Caribe como primer paso para construir, lo que eventualmente constituiría la definitiva hegemonía global que aún hoy ostentan.

Amparados en la doctrina Monroe, la cual advertía especialmente a las potencias europeas no intervenir en el continente americano, los Estados Unidos de América ya había hecho el intento infructuoso de apoderarse de la estratégicamente ubicada bahía de Samaná en el nordeste de República Dominicana, aprovechando el estado de pobreza absoluta y la inestabilidad política del país durante el gobierno del presidente Buenaventura Báez.

Hacía ya varias décadas que las guerras de independencia de América Latina respecto del Reino de España se había efectuado, cuando todavía importantes territorios insulares del mar Caribe como Cuba en occidente y Puerto Rico al oriente, permanecían leales a la corona española.

Cabe destacar que la importante isla de Jamaica en el Caribe sur había sido arrebatada por los británicos a los españoles en los albores del siglo XVII.

Hubo un intento de los españoles por recuperar la parte oriental de la isla de Santo Domingo entre 1861 y 1865, pero como se sabe, devino totalmente fallido.

El intercambio comercial fluido y las relaciones de buena vecindad de casi todos los países americanos con España como madre patria, continuaron después de las guerras de liberación, sobre todo por la herencia cultural e idiomática compartida, un vínculo indisoluble y duradero entre ambos pueblos.

Mientras tanto, la presencia insular caribeña del debilitado imperio español, ya era bastante inconveniente para los ambiciosos planes de expansión y dominio estadounidenses. Aunque controlaban una parte de las islas vírgenes en barlovento, las zonas adyacentes de la isla de Puerto Rico en el mar de las Antillas, eran la verdadera puerta de entrada marítima hacia las Américas.

Por otra parte, el creciente comercio de Estados Unidos con la isla de Cuba y las cruentas luchas intestinas de criollos contra españoles para lograr la independencia cubana a finales del siglo XIX, fueron factores inteligentemente aprovechados por los norteamericanos, sobre todo a raíz de la misteriosa explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana en febrero de 1898, convirtiéndose este hecho en la excusa perfecta para iniciar una guerra contra la alicaída España.

Los norteamericanos ganaron el conflicto bélico en tiempo récord. España tenía dos frentes abiertos, pues debía luchar primero, contra el efectivo ejército de los mambises -como se denominaban así mismos los criollos cubanos levantados en armas- y conjuntamente combatir en la guerra hispano-americana en contra de un extraordinario adversario con mucha mejor tecnología militar y un despliegue estratégico superior.

Con el triunfo de los Estados Unidos de América en la guerra sobre España, se estaba gestando un poder talasocratico inmenso en el hemisferio occidental al amanecer del siglo XX. Teniendo el control geográfico de gran parte del golfo de México, más el dominio de Cuba y Puerto Rico, Washington acumulaba en sus manos posesiones geoestratégicas que ensanchaban sus fronteras imperiales en el Atlántico norte.

La isla de Cuba era muy deseada por ser un estado archipiélagico, esto es, con varias islas e islotes en su mar territorial y con grandes extensiones de tierra propicias para el cultivo de rubros como la tradicional caña de azúcar, además de poseer puertos naturales de gran calado y con ubicación perfecta para el intercambio comercial seguro. Una situación similar tenía Puerto Rico.

Sin embargo, pese a que las élites económicas de Cuba no les disgustaba la idea de pasar a ser colonia norteamericana, una mayoría del pueblo llano cubano se negaba al dominio directo de su territorio. La resistencia pacífica se extendió por varios años hasta que se optó por una fórmula política intermedia que se denominó “Enmienda Platt”, un mecanismo incrustado en la nueva constitución cubana, mediante la cual se estableció la salida efectiva de las tropas norteamericanas del territorio cubano pero, reservándose el derecho de Washington a intervenir diplomáticamente en los asuntos cubanos.

Además los norteamericanos se quedaron con la oriental bahía de Guantánamo, lo que les permitió no solo tener una base naval militar permanente en Cuba, sino consolidar su dominio en la parte occidental del mar Caribe.

Los puertorriqueños en cambio, no opusieron resistencia a la transferencia de su status colonial y aceptaron plácidamente convertirse en territorio norteamericano en 1917. La parte norte y oriental del Caribe como nuevo “Mare Nostrum” de la potencia norteamericana estaba asegurada.

Para lograr el dominio marítimo absoluto del gran Caribe y mantener a raya a las potencias europeas, a los estadounidenses solo les hacía falta intervenir directamente la parte central de las antillas mayores y para ello fijaron su mirada en lo que acontecía a ambos lados de la isla de Santo Domingo, ocupada por República Dominicana y la República de Haití.

La continua inestabilidad política de Haití, así como una situación muy similar en República Dominicana desde 1911, allanaron el camino en 1915 y 1916 para la intervención directa de los marines norteamericanos en toda la isla. Bajo la excusa del no pago de la deuda externa, la presencia militar buscaba asegurar el control estratégico definitivo que tanto anhelaban en Santo Domingo.

Los planes de expansión imperial insular en un esquema parecido al que implementaron con éxito los romanos a costa del desplazamiento total de griegos y cartagineses en el antiguo Mediterráneo, parecían ir con viento en popa.

Los importantes puertos naturales de Haití por un lado y por el otro, las fértiles tierras del norte, el este y la bahía de Samaná en la República Dominicana, eran altamente codiciadas por los Estados Unidos.

Pero a diferencia de Cuba y Puerto Rico, la fuerte resistencia interna dominicana y la denuncia internacional de importantes intelectuales criollos sobre la ilegalidad de la invasión, abortó los planes de consolidación y dominio de la isla, acortando la presencia interventora de los norteamericanos.

Estados Unidos no renunció a seguir influyendo de forma indirecta en distintas formas en las Antillas mayores, triunfando astutamente en donde antes las potencias europeas fallaron. La enmienda Platt en Cuba perduró hasta 1934, haciendo efectiva la independencia de ese país a partir de esa fecha, mientras en Haití y Dominicana el modelo de su presencia se mantuvo a través de importantes inversiones comerciales, así como en su estrecha asociación con elementos importantes de las élites sociales y políticas de ambos países.

Era cuestión de tiempo para que como sucedería con los resultados de la segunda guerra mundial en 1945, Estados Unidos de América se consolidaría como la primera potencia mundial al controlar insularmente no solo el mar Caribe sino prácticamente todo el océano Atlántico.

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