Por Alex Domínguez alexdminguez@gmail.com
La lengua es un arma de doble filo: puede ser un instrumento de bendición o un veneno mortal. En la Biblia, Santiago 3:6 advierte: «La lengua también es un fuego, un mundo de maldad.
Es como una parte del cuerpo que contamina todo el cuerpo, y encendida por el infierno, prende fuego a todo el curso de la vida». Estas palabras resuenan con fuerza en una sociedad donde el discurso desenfrenado se ha convertido en moneda corriente.
Los esclavos de la lengua no controlan sus palabras, sino que son controlados por ellas. Cada comentario impulsivo, cada chisme venenoso y cada crítica destructiva se convierte en una cadena invisible.
Hablan sin pensar, sin medir el daño que dejan a su paso. Son prisioneros de su propia boca. Su lengua, en lugar de construir, destruye; en lugar de sanar, hiere.
Y aunque intenten justificar sus palabras con la excusa de la sinceridad o la libertad, la verdad es que solo son esclavos de su falta de dominio propio.
Jesús mismo dijo en Mateo 12:36-37: «Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado». Es un recordatorio solemne de que cada palabra tiene peso y consecuencia.
El que usa su lengua para el mal, crea su propia condena; pero aquel que la usa para el bien, abre las puertas de la gloria.
Cada rumor alimenta el fuego de la discordia. Cada burla o juicio ensombrece la dignidad de otros y, en el proceso, corrompe el alma de quien habla. Pero la lengua, aunque poderosa, puede ser gobernada.
Proverbios 18:21 lo deja claro: «La muerte y la vida están en poder de la lengua, y los que la aman comerán su fruto». Nuestras palabras pueden ser una fuente de vida o de destrucción.
La verdadera libertad comienza cuando la palabra se convierte en herramienta de bien. Quien elige hablar con prudencia, edifica.
Quien calla para no herir, demuestra sabiduría. Y quien usa su voz para alentar y sanar, revela el verdadero poder del lenguaje.
Efesios 4:29 nos exhorta: «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes».
Que cada uno decida: continuar siendo un esclavo de la lengua o aprender a gobernar sus palabras. Porque lo que sale de la boca no solo define a los demás, sino también a quien lo pronuncia.
¿Seremos esclavos de nuestra lengua o amos de nuestras palabras? La elección es nuestra.