La República de la Vergüenza: Una nación secuestrada por la mediocridad, el amiguismo y la simulación institucional

 

Por Nelly Montás Gil

La República Dominicana vive sumergida en una profunda crisis de credibilidad institucional, donde cada nombramiento público, cada concurso, cada selección parece ser una burla a la inteligencia del pueblo. Este país, que debería aspirar a convertirse en una nación desarrollada, confiable y organizada, se ha convertido en lo que muchos ya llaman sin tapujos la República de la Vergüenza.

En ningún otro lugar del mundo se hacen tantos concursos sin intención real de evaluar méritos. *Aquí se organizan procesos “competitivos” hasta para elegir la mejor gallina o el cerdo más saludable, pero antes de que el concurso se anuncie, ya se sabe cuál es el animal que ganará. Lo mismo ocurre en las instituciones públicas. No se selecciona al más capacitado, ni al más honesto, ni al más comprometido. Se elige al amigo, al familiar, al compañero de partido, al que garantice impunidad y favores. El mérito, la ética y la competencia son valores que han sido desterrados del escenario político dominicano.

La Cámara de Cuentas: de órgano fiscalizador a institución decorativa

Uno de los ejemplos más vergonzosos de este deterioro institucional es la Cámara de Cuentas, o como muchos le llaman con sarcasmo, la «Cámara de Cuentos». Esta entidad debería ser la columna vertebral de la transparencia del Estado, la que vele porque los recursos públicos se utilicen con responsabilidad, que fiscalice y que, ante las evidencias de irregularidades, actúe con firmeza contra los responsables.

Sin embargo, ¿qué hemos tenido históricamente? Una institución capturada por intereses políticos, utilizada como trampolín económico por quienes la dirigen, y absolutamente incapaz de someter a la justicia a un solo funcionario corrupto. Es una puerta giratoria donde entran nombres nuevos, pero con el mismo propósito: servirse del cargo, no servir al país. Se hacen los ciegos, los sordos y los mudos ante los escándalos de corrupción. En lugar de velar por el buen funcionamiento de las instituciones, se han convertido en cómplices por omisión o por conveniencia.

Hoy, una vez más, el país se prepara para recibir nuevos “miembros” de la Cámara de Cuentas. Ya sabíamos sus nombres antes de que se iniciara el supuesto proceso de evaluación. No hubo competencia real, sino reparto político. Los «vive bien» del país —diputados y senadores—, los verdaderos titiriteros del Congreso, ya habían pactado quiénes serían los elegidos. En este país los concursos no son más que escenarios decorativos para justificar decisiones tomadas entre bastidores.

Concursos que empobrecen y burlan la dignidad del pueblo

¿Y qué decir de quienes participan en estos concursos creyendo que existe una oportunidad real? Decenas, cientos de ciudadanos y ciudadanas serios, con preparación, con experiencia, con ideales de servicio, invierten su dinero y tiempo reuniendo papeles, viajando desde el interior o incluso desde el exterior, con la esperanza de aportar al país. Gastan más de 10,000 pesos, entre certificados, legalizaciones, transporte y otros trámites, para luego darse cuenta de que su participación fue un simple relleno, una forma de legitimar un fraude anunciado. Se juega con la dignidad y la economía de la gente como si nada.

Esto no solo es indignante, sino profundamente peligroso. Un país donde sus instituciones son simples maniquíes decorativos, donde las decisiones se toman a espaldas del pueblo, está condenado al estancamiento y la descomposición. No hay forma de avanzar hacia el desarrollo si los órganos responsables de fiscalizar el gasto público están al servicio de intereses políticos.

Oposición cómplice, reparto descarado

En medio de esta comedia institucional, también es necesario señalar a la supuesta “oposición”. Porque cuando llega el momento de repartirse los cargos, todos se ponen de acuerdo. Peledeístas, reformistas, fuercistas y oficialistas se sientan en la misma mesa y reparten los puestos como botín. Solo después, cuando las críticas arrecian, aparece uno que otro senador de la Fuerza del Pueblo a «expresar su desacuerdo». Pero, ¿dónde estaban en el proceso anterior? Callaron. Se metieron la lengua entre las patas. Porque ya todo estaba negociado.

Eso deja claro que la verdadera ideología de los partidos no es ni el socialismo, ni el liberalismo, ni el conservadurismo. Es el clientelismo compartido, el amiguismo funcional, la doble moral. No hay oposición real, solo una simulación para seguir saqueando juntos los recursos públicos.

La confianza institucional está muerta

¿Cómo puede confiar el pueblo en un país donde todo está amarrado y repartido? ¿Cómo puede un joven que estudia, que se sacrifica, que cree en el servicio público, tener fe en un sistema donde lo que se premia es la lealtad política y no la competencia? ¿Cómo se construye desarrollo en un país donde las instituciones no funcionan y quienes deben protegerlas solo las usan para enriquecerse?

La respuesta es clara: no se puede. Y por eso este país no avanza. Porque las bases están podridas. Porque no hay renovación, ni ética, ni vergüenza. Porque el maldito relajo institucional ha sustituido la verdadera democracia.

Un grito de indignación nacional

¡Coño, qué país este! ¡Qué desgracia tener que ver cómo se pisotea la esperanza de un pueblo! La República Dominicana no podrá desarrollarse jamás si no se saca de raíz esta cultura de la simulación, del amiguismo y de la impunidad. Necesitamos un despertar nacional. Ya está bueno de burla, ya está bueno de relajo. Este país no se merece seguir siendo gobernado por farsantes y vividores.

La República de la Vergüenza no puede seguir siendo el nombre de nuestra historia. Debemos convertir esta indignación en acción, y esta acción en transformación. Porque mientras la mediocridad siga ganando concursos y la dignidad siga siendo ignorada, no habrá futuro posible para esta tierra.

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