Por Juan Julio Báez Contreras

Así como en el beisbol de las Grandes Ligas, independientemente de la simpatía o no, que usted tenga por ellos, al pensar en un equipo el primero que le llega a uno a la mente son los famosos mulos del Bronx, los 27 veces campeones mundiales, los Yankees de Nueva York; en nuestro país ocurre lo propio al mencionar al glorioso equipo azul, los Tigres del Licey; y en menor proporción sucede algo parecido con las aguerridas Aguilas Cibaeñas.

Pero, cuando se habla del softball en la República Dominicana, el buque insignia en ese sentido lo ha sido el conjunto de los Astroboy de Toshiba, el equipo más emblemático que ha tenido nuestra nación.

Ese conjunto era patrocinado por don Isaac Lif, el antiguo propietario de Radio Centro, una gran tienda de electrodomésticos, que tuvo su mayor esplendor en las décadas de los años 70, 80 y principios de los 90.

Radio Centro, cuyo eslogan era la tienda de “Oh Toshiba, lo mejor” y que tenía a Astroboy, como el muñequito bajo el cual se publicitaba. Los que como yo, ya pasamos de las 5 décadas, cuánto disfrutamos en nuestra infancia de las aventuras de Astroboy, un cartón animado, que conforme le escuchaba decir a mi padre, fue inventado por los japoneses para levantarle el ánimo a las nuevas generaciones de niños, que vivieron la etapa post segunda guerra mundial en la cual Japón fue uno de los países perdedores y que con el lanzamiento por parte de los EE.UU, de la bomba nuclear, en Hiroshima y Nagasaki, hicieron que este país viviera unos años bien difíciles.

Astroboy, vino a darles un nuevo sentido de pertenencia y de superioridad a esos niños y fue tan exitoso que su fama se extendió al resto del mundo.

Como ya ustedes se imaginarán por la introducción, ya habrán conectado a este equipo con el boss. Pues real y efectivamente, mi padre era el narrador oficial de los partidos que se celebraban en el play de los Astroboy de Toshiba, los cuales regularmente se celebraban a casa llena.

La crema y nata de la prensa deportiva y de la farándula se daban cita en ese lugar los dias en los cuales se y cuando se coronaban campeones, lo cual era muy frecuente, allí se hacían unas fiestas de apaga y vámonos,
con las mejores orquestas del país y literalmente don Isaac Lif, que tenía como su mano derecha a un romanense de pura cepa, el Licenciado Federico Félix Isaac, mejor conocido como Federiquito, pues al ser el primogénito de don Federico, todos nosotros le decimos Federiquito.

En una de esas grandes celebraciones en la que el equipo de los Astroboy de Toshiba, resultó coronarse como campeón, mi hermana Manuela y yo, fuimos con mi padre a ver el juego decisivo. Al ganar ellos, le tocó a mi padre dirigir la ceremonia de premiacion de los jugadores más destacados. Mientras eso ocurría, mi hermana Manuela, que siempre se ha caracterizado por tener muy buen apetito, me dijo que tenía mucha hambre.

Yo le manifesté que aunque había un bufet y estábamos sentado cerca del mismo, teníamos que esperar a que mi padre terminara de dirigir la ceremonia y se abriera el bufet para nosotros comer.

Ella que a la sazón tendría unos 8 o 9 años de edad, me dijo que quería ir al baño, el cual quedaba relativamente cerca del lugar donde estábamos sentados.

Así que la dejé ir sola al baño y me entretuve viendo a mi padre hablar y despidiendo de una manera magistral, con una dicción impecable y con esa gran voz que Dios le dio la ceremonia e invitando a los asistentes a degustar del rico menú que en tan magna ocasión se había preparado.

Aún estaba yo embelesado mirándolo, cuando el boss llegó a la mesa donde yo estaba. Al verme solo, me preguntó por Hilda Manuela (que era la forma en la cual el siempre la llamaba, pues la combinación de sus nombres era en honor a mis dos abuelas, Hilda, por la parte paterna, cuyo apodo era Tilda y mi abuela materna, que se llamaba Manuela, cariñosamente doña Lela y para nosotros los más íntimos, simplemente Mamita).

Para mí al ella ser de tez más oscura que yo y al escuchar a mi abuela mamita un día decirle la haitiana. Hasta el día de hoy es la manera cariñosa con la cual me suelo referir a ella.

Le dije que ella estaba en el baño y él me envió a buscarla. Cual no fue mi sorpresa cuando al entrar al baño encontré que estaba vacío y mi hermana no estaba.

Me puse bien nervioso, pues no encontraba la manera de darle la noticia al boss, pues al iniciar su trabajo de manera enfática me dijo que como yo era el hermano mayor, tenía el deber ineludible de cuidar a mi hermana, a la cual simplemente yo le llevo un año y 25 días, en otras palabras era un muchacho, cuidando a una muchacha.

Al no encontrarla en el baño, tuve que ir adonde estaba mi padre y darle la infausta noticia de que la haitiana estaba desaparecida. Mi padre se levantó de su silla nervioso. Me agarró por una mano y juntos fuimos mesa por mesa a ver si encontrábamos a Manuela y nada.

Cuando ya no nos quedaba más lugar por donde buscarla, el me dijo vamos a ver por el área donde está el bufet y a preguntarle a los camareros a ver si por casualidad ellos la han visto. Nos dijeron que no.

Cuando ya nos íbamos del lugar yo alcanzo a ver unos zapatos por debajo de la mesa del bufet, muy parecidos a los de mi hermana Manuela. Cuando levanto el mantel, ahí estaba la haitiana sentada, con un plato comiendo y con muchos huesos de pollo.

Al mirarla se estaba casi ahogando, pues estaba ahíta de tanto comer, pues ella sola se había comido un pollo horneado de más de cuatro libras, que en un descuido de los camareros, ella lo había tomado de la mesa, junto con una espléndida razón de moro de guandules, ensalada rusa y no se cuantas cosas más que ella se había comido porque tenía hambre.

Tan pronto mi padre la sacó de debajo de la mesa, dijo que le dolía la barriga y que tenía deseos de vomitar, lo cual efectivamente hizo encima de nosotros.

Al verla en esas condiciones, tuvimos que salir corriendo para el médico con ella y llevarla a urgencias, en la cual la dejaron ingresada por varias horas, lo único lamentable para mi padre y para mi fue, que por la jartura que la haitiana se dio, nos quedamos el boss y yo, sin cenar.

Hace unos años estando por asunto de trabajo en Miami, tuvimos la oportunidad de compartir en la postrimería de su vida con don Isaac Lif, que ya había vendido su participación accionaria en Radio Centro y cuando le mencioné que yo era hijo de Juan Báez y de las muchas veces que había ido con mi padre a ver un juego de los Astroboy de Toshiba.

El se sintió tan contento y comenzó a rememorar los días de gloria de su equipo en República Dominicana, destacando dos cualidades que siempre distinguieron al boss, durante su vida, cuando me dijo: “Tu padre es el hombre más puntual y más responsable que yo he conocido en mi vida, hay pocos profesionales del micrófono que se le pueden poner al lado, cuando lo veas dile que Isaac Lif, le envía saludos y su mayor respeto». A lo que le comenté: “Con mucho gusto se los daré».

 

Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.

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