Por Juan Julio Báez Contreras

En Mayo del año 1985 me gradué con honores de bachiller en Ciencias y Letras,en el colegio Episcopal Todos los Santos, donde gracias a mis excelentes calificaciones había podido estudiar con una beca.

Mis deseos eran el de ingresar de una vez a la universidad, pero mis exiguos ingresos de la época no eran suficientes, para mantener mi casa e ir a la universidad. Desde los 15 años comencé a trabajar en la FM 107.5 Stereo y de los RD$32.50 que ganaba quincenalmente, RD$25 se los daba a mi madre para ayudarla con la comida.

Así que ir a estudiar a la universidad, no era posible por el momento. Recuerdo que en diciembre de ese año, mis tías Ramona Contreras y Virginia Richardson, al ir a visitarlas a su casa, me dijeron: “Mi hijo usted es muy inteligente, para quedarse bruto, así que tenga esos 52 pesos y vaya e inscríbase en la Universidad Central del Este, a estudiar Derecho, como Luis Ney Soto Santana y Reynaldo Aristy Mota para que se haga millonario como ellos”.

Pero tías yo quiero estudiar magisterio, como ustedes. Quiero ser maestro. Usted se está volviendo loco? Maestro no, abogado si, para que sea rico, como Ney y Aristy.

Así que obedeciendo a mis tías fui y me inscribí en la carrera de Derecho. El cuatrimestre pasó volando y con el, la necesidad de buscar los 52 pesos que costaba. Como no quería molestar de nuevo a mis tías, opté por llamar a mi padre y decirle que para la próxima semana debía pagar la matrícula.

El me respondió ven mañana a buscarlo. Temprano tome un bus del transporte público y me fui para la capital, al apartamento del boss, que en esos momentos quedaba en el condominio Santurce, en la calle Lea De Castro 252 y que también conectaba por uno de sus lados con la calle Socorro Sánchez y con la Avenida Independencia, en el sector de Gascue, en la ciudad de Santo Domingo.

Parece que yo llegué antes de lo que él esperaba, pues me miró con cara de sorpresa. Como siempre le de un beso en la mejilla y le pedí su bendición. Me bendijo. Y luego con una mirada avergonzada, me dijo agarra ese radio ahí, mientras el por su parte cargaba el televisor.

Me dijo camina, vamos allí. Ni por asomo entendía lo que estaba pasando. Simplemente obedecí y cogi en mis manos el radio que era su orgullo, pues a él le gustaba seguir las transmisiones en onda corta de la BBC de Londres, de Radio Transmundial de Aruba, de la voz de América, de Estados Unidos y de otras tantas emisoras de radio internacionales, ya que según el, eso le permitía estar actualizado con el acontecer mundial.

Recuerden que para 1986, aún no existían ni el internet, ni los teléfonos inteligentes, que nos han puesto tan brutos.

Así que tomar su radio y salir con el al hombro no era nada fácil. Y si junto con el radio, llevaba su televisión con el, era que la cosa estaba bien complicada. Llegamos a una compraventa y sin miramientos mi padre le dijo al dueño de la misma, que necesitaba 52 pesos para poder pagar mi universidad y que en garantía dejaba su radio y su televisión.

Ese día, me juré a mi mismo, que algún día le devolvería el favor, comprándole un radio y un televisor mejores que esos. También ocurrió algo extraordinario, hasta ese momento, siempre pensé que mi padre era millonario.

Imagínense, daba las deportivas en el Show del Mediodía, donde se codeaba con personalidades como Yaqui Núñez Del Risco, Freddy Beras Goico, Cuquin Victoria, Daniel Díaz Alejo, Milton Peláez, entre otros y por si fuera poco, cada vez que había una pelea por el título mundial en cualquier parte del mundo, mi padre iba como juez de boxeo o como narrador de la misma.

Y si todo esto fuera poco, escribía las reseñas antes y después de cada pelea por el título mundial, en ocasiones para el periódico Hoy, otras veces para El Nacional o el Listín Diario. Así que, como no iba mi padre a ser un millonario.

Lo cierto es que no lo era. Aquel día frente a la compraventa, con el radio y la televisión en las manos, lo entendí. Y mi alma fue sanada.

Pues por mucho tiempo, cuando mis hermanas y yo, estábamos pasando muchas necesidades, llegamos a creer que mi padre teniendo tanto dinero, no nos ayudaba.

Cuando era todo lo contrario. El siempre nos dio, mucho más de lo que podía darnos, pero nosotros no lo sabíamos. Con el paso de los años eso lo pude entender muy bien.

El día de mi graduación como abogado, 16 de febrero del 1990, fue uno de los días más felices en la vida de mi padre.

Estaba pletórico de alegría. Pues yo apenas, era el segundo de la familia, de graduarme como profesional, del lado de los Báez, lo había hecho mi querido primo Tony Brown Báez, como doctor en medicina y por el lado de los Contreras, mi primo Ramón Orlando Rivera Contreras, como ingeniero eléctrico.

Con el paso de los años, gracias a Dios, las cosas cambiaron. La oficina comenzó a crecer y lo que en su día mis tías Ramona y Nina, sin saberlo profetizaron, se hizo realidad.

Tuvimos buenos casos y representamos durante varios años a la empresa más grande de toda República Dominicana, lo cual nos catapultó a la fama y por vía de consecuencia a a la fortuna.

Desde que tuve la oportunidad, honré a mi padre, como todo hijo debe hacer con su progenitor. Le regalé su apartamento, para que viviera cómodo y sin preocupaciones.

En un viaje que hicimos juntos a Miami, le pude comprar un radio de onda corta, parecido al que se perdió empeñado en la compra venta, saldando una vieja deuda. Pero aparte de lo material que pude compartir con el, lo inmaterial era mucho mayor.

Hablábamos casi todos los días. Era mi gran amigo. Mi consejero. Nos encantaba jugar dominó juntos, a veces se equivocaba y se le pasaba una jugada, cuando le reclamaba me decía jocosamente: “Deja que tú llegues a los 80 y notarás la diferencia”. Me reía de esas salidas tan geniales que el tenía.

En ocasiones disentíamos de la manera de enfocar las cosas. Sobretodo en el campo político y la manera de cómo a pesar de nuestros malos administradores, el país seguía avanzando.

Aprendí a ser un locutor con el, pues yo era media lengua, lo cual me dificultaba pronunciar correctamente las palabras con erres, lo cual corregí gracias a unos ejercicios que durante tres años me puso a hacer.

Por él pude llegar a ser un buen narrador de béisbol, con el aprendí a respetar a las personas mayores y a tratar con respeto a todo el mundo. Como todo el mundo, tenía múltiples defectos, el mismo se definía como el hombre de los 99 defectos y una sola virtud.

Lo amé y lo respeté de una manera tan especial, que estoy tan afectado por su partida, que no se ni cómo describirlo, es como que de repente mi corazón ha sido roto en mil pedazos y mi alma se ha quebrado, que no encuentro la manera de arreglarlos.

La gente me pregunta cómo te sientes? Y realmente no sé qué decirles, pues esta sensación de vacío en el centro de mi alma, es algo tan fuerte, que nunca lo había sentido. Ahora se, que soy huérfano de padre y madre y créanme que ser consciente de ello, duele y duele en el alma.

En su última conversación conmigo, apenas dos días antes de su partida, me dijo algo que siempre solía decirme: “Gracias a Dios y a ti, he vivido los mejores años de mi vida. Eres el hijo que todo padre quiere tener”. Y yo le respondí: “Gracias por ser el padre, que todo hijo quiere tener”.

 

Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.

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