Por Juan Julio Báez Contreras
Tres de las cosas que todo ser humano debe tener son sueños, visión y propósito, ya que estos son los motores que harán posible, lo que para muchas personas es imposible.
Los sueños son la mecha de inspiración, que harán que un joven criado en un barrio llamado Tocón, cuyo primer oficio fue la de hacer anafes con sus propias manos y salirlos a vender por las calles, a llegar a transmitir desde el Madison Squire Garden, la pelea por el título mundial de Miguel Montilla con Kid Pambele.
Esos sueños harán que un joven cuyo mote era Juan Kaka, pase de ser un mecánico de torno, a viajar por los cinco continentes narrando o siendo juez en peleas de boxeo, en las cuales estaba en juego el título mundial.
Son esos mismos sueños, que te llevarán de narrar en la liga de verano, un partido entre los Azucareros del Este y los Mellizos del Sur, desde el Buena Vista Park, un play ubicado en la ciudad de La Romana, a ser parte de la cadena en español de los Medias Rojas de Boston y transmitir en vivo desde el Fenway Park, un juego entre los Yankees de Nueva York y los Medias Rojas de Boston, lanzando Pedro Martínez, el mejor pitcher de la historia moderna.
Del cual sin lugar a dudas mi padre era su mayor fans. Siempre que tenía que hacer una lista de los mejores lanzadores de la historia, era Pedro el Grande quien encabezaba la lista, diciendo que el era: “La crema de la crema” de los mejores pitchers de las Grandes Ligas.
¿Pero como llega un joven de un estrato social tan humilde a escalar los lugares más importantes en el mundo del beisbol y del boxeo?
El boss, no solo era un soñador, sino que tenía visión para saber lo que quería y lo que tenía que hacer para lograrlo. Por ese motivo, muchas personas no entendieron cómo ocupando la apetitosa posición de mecánico de primera, en el taller de torno del Central Romana, a principios de la década de los 70, había renunciado y en un todo o nada, lanzarse a perseguir sus sueños.
Trasladándose a vivir en Santo Domingo, en una pequeña habitación de una pensión ubicada en la calle El Conde, cuya administradora llamada doña Rosa, le dio cabida y aún en momentos donde el no podía pagar el alquiler, ella creyendo en el, le decía: “Tranquilo, me pagarás cuando puedas”.
Mi padre era el mayor de la segunda camada que tuvo mi abuelo José Báez. En su primera camada, mi abuelo Kaka, como lo conocían, tuvo seis hijos: Angelica, Digna, Luis, Santiago, Ramon y Francisco. Mis tíos Santiago el compi y Ramon, fueron durante muchos años conductores de las locomotoras del Central Romana, que recogían las cañas en los bateyes y las traían al ingenio para molerlas. Mi tío Luis, comerciante por naturaleza, tuvo varias bodegas en los bateyes del Central Romana, tradición que siguieron sus hijos, tanto aquí, como en Estados Unidos.
El prieto Báez, era el dueño del Supermercado Báez, ubicado en el sector de Las Piedras en esta ciudad. Su hermano Héctor el Toro Báez, fue uno de los mejores baloncestistas de República Dominicana, siendo pieza fundamental en esa primera medalla de oro ganada por nuestro país, en un torneo internacional en el año 1977.
Mi tío Francisco era un mecánico excepcional, que durante muchos años fue el segundo al mando en el taller de mecánica del Central Romana en Higüeral. Mi tía Angelica, falleció al cumplir los 100 años y con el perdón de mi tía Digna, que vive en Central Park en NY, creo que ella también está bien cerca de cumplir los 100 años.
Mi padre fue el mayor de la segunda camada, por lo que siempre tuvo la responsabilidad que nos toca a los que tenemos la dicha (o desdicha dirían algunos) de ser el hermano mayor. Era muy rígido y tan fuerte de carácter, muy diferente a todos sus demás hermanos: Marsella, Manila, Jesús, Manuel, Santa, Marcia y Jacqueline, completan el clan de los Báez Cedeño.
Pero una persona de carácter débil, no habría podido llegar adonde él llegó. Ni lograr cumplir sus sueños como el lo logró. Al llegar a la capital, no fue nada fácil, para un jovencito, negro, pobre y sin padrinos abrirse camino.
Pero la visión lo mantuvo enfocado. Sabía que sólo necesitaba una oportunidad para poder mostrar su talento y aunque pasó la mil y una, en lo que esa oportunidad llegaba, se mantuvo enfocado en su visión, la de narrar junto a los que en ese momento estaban considerados como los mejores, me refiero a los integrantes de la Gran Cadena de la Calidad, personajes de la talla de Lilin Díaz, Billy Berroa, Johnny Naranjo, Jorgito Bournigal, Freddy Mondesi, el as Félix Acosta Núñez, entre otros. Cuando le dieron la oportunidad, dio un jonron con las bases llenas y eso le permitió ser el primero en entrar en ese selecto grupo, donde más tarde desfilarían otros grandes narradores y comentaristas deportivos.
El vende anafes de Tocón, dio un salto tan grande que en ocasiones, conversando con el, ni el mismo se lo creía. Transmitió con todos los grandes del país y de fuera del país, siempre hablaba de que compartió cabina en el ámbito internacional con personajes de la talla de Delio Amado Leon, Pancho Pepe Croquer, Monsieur Lacabaleri y Felo Ramírez, entre otros, la crema de la crema.
El mecánico tornero, que un día le dijo al taller del torno, basta ya, voy a perseguir mis sueños, y gracias a Dios, pudo lograrlos, tuvo la dicha de narrar junto a Luis Tiant y J.P. Villaman, en la cadena de los Medias Rojas de Boston. Que además transmitió durante varios años la Serie del Caribe, para las cadenas Fox y ESPN en español.
Me decía que el tenía el privilegio del cual sólo goza el 5% de la humanidad, que era el de trabajar en lo que realmente le gustaba y que por eso para él, esos más de sesenta años hablando por un micrófono, se había convertido en un verdadero placer.
Al cumplirse sus sueños, al alcanzar su visión, su vida adquirió un propósito, lo que la biblia señala: “El dar por gracia, lo que por gracia hemos recibido “. Se dedicó durante los últimos 20 años de su vida a enseñar.
A dar clases de locución. Cursos de narración deportiva y de cómo conducirse en la vida. Al final de todo lo que hizo el hijo de José Kaka, Juan Kaquita, como les decían sus amigos de infancia que se criaron con el, en los barrios Brooklyn, Fortuna y Tocón, fue el de enseñar. Creo sin lugar a equivocarme, que ese es el mejor legado, que el boss, mi padre, marca país, deja a las nuevas generaciones de locutores y narradores de nuestro país.
En nombre de todos nosotros te decimos: Gracias, Juan Báez, por ello.
Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.