Por Juan Julio Báez Contreras

Que yo recuerde, mi padre siempre tuvo una muy buena y envidiable salud. Era un hombre muy disciplinado. Le gustaba caminar todas las mañanas. Cenaba siempre antes de las siete de la noche.

No era dado a los tragos, ni al cigarro. Y ocasionalmente podía tomarse una o dos copas de vino. Dedicaba una buena parte del día a la lectura, creo que saqué de él, el hábito de la lectura, pues siempre solía decir: “El ignorante lleva el peso del mundo sobre sus hombros y la ignorancia es muy atrevida”.

Salvo los días en los cuales tenía que trabajar transmitiendo juegos de pelota o peleas de boxeo, solía acostarse bien temprano. Que yo recuerde, se enfermó y estuvo interno en dos ocasiones. Una, cuando yo tenía como doce años y la otra cuando lo operaron de la próstata en el 2001.

Fuera de esas dos ocasiones, Dios le dio el privilegio de tener una salud de hierro.

En cierta ocasión, siendo yo un jovencito, me sentí inquieto por ir de La Romana a la capital a visitar al boss, razón por la cual le pedí a mi madre, que me diera dinero para tomar una guagua e irme a la capital a visitar a mi padre.

Mi hijo aquí no hay dinero para comer, mucho menos para tú viajar. Mami, yo tengo un mal presentimiento de que a papi le pasa algo. Durante tres días estuve insistiéndole tanto a doña Yrma, mi querida madre, con lo mismo, que para descansar de mi, entre ella y mamita me consiguieron lo del pasaje.

En esa época, aún no existían ni Sichoem, ni Asomiro, las dos líneas actuales de transporte de buses que viajan desde La Romana a Santo Domingo y viceversa. Sino, que existían La Experiencia, cuyas guaguas no tenían aire, El Metro que era el más exclusivo y el Expreso Dominicano, que tenía un precio intermedio y cuya terminal principal quedaba justo detrás del parque Independencia, bastante cerca de la casa de mi padre y por lo tanto el más cómodo para viajar.

Al llegar al apartamento del condominio Santurce, donde para la ocasión residía mi padre, noto un olor nauseabundo y al boss, acostado siendo cerca de las 10:00 de la mañana, algo poco usual en el. Luego miro, que frente a él, hay una ponchera, llena de un líquido medio verdoso y caigo en cuenta que se trata de vómitos.

Al tocarlo noto también que tiene fiebre y está muy deshidratado. Le pregunté que le pasaba y me dijo hace dos días me comí un pescado y me intoxiqué. Estoy muy mal.

Ve avísale al Dr. Pina Acevedo. Raudo y veloz, salí caminando casi a paso doble, rumbo a la oficina de don Ramón, que más o menos quedaba a unos 800 o 900 metros del apartamento de papi.

Su secretaria se extrañó el verme solo. Le dije que papi estaba muy mal y que me había mandado a buscar ayuda donde el Dr. Pina.

Ella le avisa. Me recibió y a los pocos minutos, salimos en su carro rumbo a la casa de mi padre, mientras llamaba al Dr. Rafael Martínez Guante, un destacado galeno dominicano, con un don de gente excepcional, hermano de doña Zoila Martínez, quien fuera fiscal del Distrito Nacional y Defensora del Pueblo también.

A el le apodaban Machito y era el encargado de la comisión médica del boxeo, así como propietario de una clínica cerca de Radio Televisión Dominicana y sub director del hospital Morgan.

No bien habíamos llegado al apartamento de mi padre, cuando a los pocos minutos se apareció Machito. Al ver el estado en el cual se encontraba el boss, se preocupó bastante, pues aparte de los vómitos y de la diarrea, también tenía un hipo terrible, que iba y venía y no se le quitaba.

Machito, le dijo al Dr. Pina, que lo mejor era llevárselo para el hospital Morgan, pues casualmente estaban de visita allí, unos médicos españoles especializados en ese tipo de quebrantos.

Lo internaron en una habitación privada. Yo a la sazón tendría unos doce años. Me quedé con el en el hospital los días que estuvo interno. Le pusieron suero y otros medicamentos para que se recuperara.

Y lo que más me sorprendió, fue la técnica que usaron los médicos españoles para quitarle el hipo. Lo pusieron a soplar varias veces una funda de papel, durante algunos minutos y el hipo desapareció.

Como nota curiosa, un billetero entró a la habitación de mi padre a pedirle que le comprara una hoja de billetes de la Lotería Nacional. Mi padre con lo mal que se sentía y con el carácter fuerte que tenía lo mandó a salir de la habitación.

El billetero fue a la siguiente habitación y allí tuvo mejor trato, se lo vendió a otro señor que estaba enfermo y resultó que el billete salió con el premio mayor de la Lotería Nacional y se sacó más de cincuenta mil pesos, que era un dineral para esa época. Lo cual trajo un lamento muy fuerte a mi padre, por la oportunidad que había dejado pasar.

Al mejorarse mi papá, Machito le dio de alta.

Por mi parte, comenzó entonces una gran relación de amistad con el Dr. Martínez Guante y abusando de la misma, mi madre que era hipocondríaca, la internábamos tres y cuatro veces al año en la clínica de Machito, sin que nunca nos cobrara un centavo por el internamiento.

Salvo la invitación que le hacía para pagar nuestra acostumbrada comida de conejos al vino, que cocinaban en el Restaurante Vizcaya, que le quedaba literalmente al frente de su clínica.

A mi madre, que siempre le dolía algo, cada vez que amanecía y me decía Guancho, me duele en tal o cual sitio, mi respuesta siempre era: “Vamos para donde Machito».

Ella se enojaba conmigo, porque yo todo lo tomaba a relajo. Lo grande del caso era, que a Machito le encantaba que le llevara a mami a internar, pues decía que doña Yrma le traía mucha suerte; ya que desde que la internaba, la clínica podía estar vacía y de repente se le llenaba.

Con razón, nunca quiso cobrarnos por el internamiento de doña Yrma.

 

Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook,, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.

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