Por Juan Julio Báez Contreras
Amos, Amos, ¡que barbaridad!.
Era la manera con la cual constantemente mi padre se refería a uno de sus compañeros que comentaba junto con el, en una de sus transmisiones de la cadena por radio de Los Toros del Este.
El le hacía esta referencia, cuando el boss salía con una de sus ocurrencias y Amos Anglada, no se podía aguantar y empezaba a reírse a carcajadas. “Don Juan es que usted sale con cada cosa, que no se que decirle”, le respondía Amos.
Y ciertamente eso era así, porque mi padre tenía una capacidad extraordinaria, para ser repentista. Al escuchar cualquier cosa, de repente le surgía una frase o una idea que iba acorde con la situación que estaba viviendo.
Y la soltaba de una vez, logrando sorprender a los que lo estaban escuchando, cuya reacción natural era reírse de las cosas de mi padre.
De ahí que la gente disfrutara tanto sus transmisiones, sus clases, sus charlas y compartir con el, a pesar de que siempre estaba presto para “pelarle el plátano a cualquiera” y darle su boche, sin ningún tipo de miramientos a la gente.
En él, se aunaban unas características raras, pues por momentos por su manera de ser, sentía odiarlo, pero no podía dejar de amarlo, pues en el fondo tenía un gran corazón y aunque sus métodos eran medios ortodoxos, siempre estaba interesado en enseñar y de sacarle el mayor potencial a cada persona, con la cual le tocaba trabajar y tratar.
“Si te lees las Páginas Amarillas, cien veces, serás capaz de memorizar todos los nombres y los números que aparecen en la guía telefónica, el problema es que nadie se cree capaz de lograrlo”.
En franca alusión a la determinación, coraje, disciplina y resilencia que se debe tener en la vida para uno lograr alcanzar sus metas.
En el repentismo era una estrella. De haber sido humorista le hubiera ido bastante bien. Porque además decía las cosas con una gracia y una picardía extraordinaria.
Lo mejor de todo era, que al decir sus ocurrencias el se quedaba impertérrito. Sin inmutarse y sin reírse. Cuando los demás estallaban de la risa, su respuesta era: “¿Y yo que dije?”.
En una ocasión estaba narrando y comenzó a hablar de un juego de pelota, donde a Pedro Martínez en la primera entrada, le entraron a palos y que su hermano Ramon Martínez, quien también fuera un estelar lanzador de Grandes Ligas, con los Dodgers de Los Angeles, llamó a alguien al clubhouse, para que le dijera a su hermano, dile a Pedro que está enseñando la bola.
De ahí en adelante, Pedro el Grande, se enderezó y no le dieron ni foul, expresó mi padre.
Haciendo uso de una de las figuras gramaticales llamada hipérbole. Que consiste en exagerar las cosas, para darles un mayor énfasis o connotación.
Alguien le escribió y le dijo: “Pero, don Juan, ¿como que no le dieron ni un foul, eso no es posible? A lo que el en el aire respondió: “Yo narro para gente inteligente, gente que tiene pupitre. La bola al home, le tira y abanica, terminó la entrada. “ Lo que provocó la risotada del colega Amos Anglada y que un oyente al cual su esposa le acababa de servir una taza de café recién hecho, se quemara, pues al escuchar esa salida tan genial, se puso a reír y derramó el café sobre su anatomía.
Porque, ese era el tipo de reacción que solía provocar mi padre.
De la misma manera, fuera con Amos Anglada o con Lucas Hidalgo Garo de comentaristas, cuando estos señalaban por ejemplo, que a un lanzador le dieron un jonrón, les decía: “Me va a decir que es macho, después que nace”.
Su amor por La Romana, era otra fragancia. Siempre hablaba con mucho orgullo de nuestra ciudad y con mucha razón solía decir: “La Romana, marca país “.
Se refería también a la gran generación de empleos que representaba el grupo Central Romana Corp., el empleador privado más grande del país, que cuenta con los dos Parques Industriales de Zona Franca, el puerto de Cruceros, el ingenio azucarero, el aeropuerto internacional de La Romana, Marina Chavón y Casa de Campo, razón por la cual, en nuestra ciudad, parafraseando a otro periodista nativo de aquí, don Machi Constant, papi decía: “ En La Romana a las siete de la mañana, los hombres salen para el trabajo y los muchachos para la escuela».
Señalando con ello, que somos una de la provincia que cuenta con el menor índice de desempleo y de deserción escolar de la República Dominicana, razón por la cual tenemos la mayor cantidad de habitantes provenientes de lugares tan distantes como Pedernales, Monte Cristi o Dajabón y tan cercanos como El Seibo, Higüey y Hato Mayor, que en búsqueda de mejores condiciones económicas migraron a La Romana y fueron acogidos como propios por los habitantes originarios de nuestra provincia.
En las décadas de los 70, de los 80 y de principios de los 90, era normal que el reloj despertador de la mayoría de los habitantes de nuestra ciudad, lo fueran las guaguas de transporte público que desde las seis de la mañana, pasaban en caravanas, llevando a más de 15,000 personas, que día tras día, iban a laborar a la zona franca.
El ruido de los motores y el bullicio que generaba las conversaciones de la gente, nos despertaba mucho antes de que los primeros rayos del alba de la mañana irradiados por el astro rey nos despertaran.
Los viernes en la tarde, que era día de cobro, la parte baja de nuestra Romana, se volvía intransitable, pues los trabajadores eran desmontados en los alrededores de la calle Dr. Hernández, con Dr. Gonzalvo, para que pudieran cambiar sus cheques en las agencias de cambio que están en esos alrededores. La bulla era insoportable.
Literalmente era imposible moverse de un lado para otro, millones de pesos se cambiaban allí que dinamizaban aún más la pujante economía de nuestra provincia.
Su pasión por La Romana era tal, que una de sus frases más preferidas por el público, surgió un día, en el cual veníamos en mi carro desde Santo Domingo para La Romana. Al estar en las proximidades del puente Cumayasa, que divide los límites territoriales de nuestra provincia, con el de la provincia de San Pedro de Macorís, vio un letrero grande que rezaba: “Usted está saliendo de San Pedro de Macorís”.
Inmediatamente dijo en voz alta: “Usted no sale de La Romana, la lleva en el corazón”. Y se convirtió, junto con la de: “La Romana, marca país”, en sus dos frases más conocidas y queridas por todos, al extremo de que la gente al verlo llegar a un lugar, en vez de llamarlo por su nombre de Juan Báez, solían decirle: “Marca país”.
Al igual, que: “usted no sale de La Romana, la lleva en el corazón “. La de: “La Romana, marca país”, fue una frase que acuñó un día cuando revisando algunas de las estadísticas que adornaban a nuestra ciudad, leyó que este pequeño terruño, tenía el ingenio de mayor producción de azúcar del mundo, la más grande fábrica de tabaco mundial y por si todo eso fuera poco, a Casa de Campo, el complejo turístico más completo del Caribe y único en su especie en el mundo, pues en la república independiente de Casa de Campo, convergen al mismo tiempo, la primera marina del país, Marina Chavón, cinco campos de golf, de primera calidad, incluyendo el Diente de Perro, que ocupa el lugar número 27 en el mundo. Canchas de Polo, el anfiteatro de Altos de Chavon, innumerables canchas de tenis, helipuertos, aeropuerto y puerto.
Y lugar en el cual figuras de tallas mundial y de la alta sociedad tienen sus villas o la usan para pasar unas vacaciones a otro nivel, lo que hace a este lugar un referente que eleva el nombre de nuestra nación y coloca a La Romana, en otra dimensión, en otro nivel, de constituirse en una marca que nace que se conozca nuestra tierra allende los mares, como marca país.
De ahí que al unir estas ideas, dijo en innumerables ocasiones: “La Romana, marca país».
Y esa frase pegó de una manera tan extraordinaria, que ya no tan solo era La Romana, la marca país, sino que la gente asoció esa frase con el boss y entonces pasó a ser el, a quien cuando la gente lo veía, lo reconociera y le dijera: “Marca país”.
Como nos ocurrió el pasado 24 de junio de este año, el día de su cumpleaños. Ivonne, mis hijos y yo, les invitamos a Rafelita y a él, para que almorzáramos juntos en el restaurante La Cassina.
Desde que llegamos al lugar y nos acomodaron en la mesa donde comeríamos, los camareros, primero entre ellos, comenzaron a mirarnos y a hablar quedamente entre ellos señalando a mi padre, hasta que no aguantaron más y lo fueron a saludar diciéndoles: “Marca país. Somos admiradores suyos”.
Se hicieron fotos con el. Y nos hicieron fotos a nosotros, junto con el. Les llevaron un bizcocho y le cantaron cumpleaños feliz.
Los que conocieron a mi padre, sabiendo que la humildad y la sencillez en el, brillaban por su ausencia, se pueden imaginar como el estaba.
El estado de ánimo del boss, era súper feliz. Parecía un pavo real extendiéndose para que todo el mundo viera el colorido de sus plumas o como un pez, nadando a sus anchas en el agua.
Sin lugar a dudas disfrutó como nadie la celebración de su cumpleaños número 82. Y nosotros estábamos tan contentos de la felicidad que le embargaba.
Que también nos tomamos varias fotos con el, sin saber, ni mucho menos imaginarnos que serían las últimas fotos que nos haríamos con mi padre.
Al verlo en plenitud de condiciones, con una salud envidiable, solo con las molestias propias de las ochenta y dos mil millas recorridas, como el nos decía; oramos y les dimos gracias a Dios por su vida. Porque durante todos esos años de vida, había tenido un gran vigor y gozado de una gran salud.
Cuán lejos estábamos de imaginarnos que apenas dos meses y tres días después, la estadía de mi padre por esta tierra terminaría. Que su muerte nos sorprendería a todos y que dejaría un cráter tan profundo en nuestros corazones, imposible de llenar.
Y que hoy a manera de catarsis, para no permitir que el dolor que siento en lo más profundo de mi corazón me ahogue, me he refugiado en las letras y me he volcado en escribir estos relatos que a modo de historias anecdóticas, me permiten recordarle tal como el fue; y entre anécdotas, chistes y ocurrencias, compartir con ustedes algunas de esas experiencias que a lo largo de toda mi vida pude tener con él.
Algunas muy bonitas, otras no tantas; pero el hacerlo me hace sentir que aún está presente en medio de cada uno de nosotros los que tuvimos el privilegio de conocerlo y de compartir con él.
Que su legado, con sus virtudes y sus defectos permanecerá entre nosotros y que superará las barreras del tiempo y del espacio, sobreviviéndonos incluso a nosotros sus hijos que hoy con tanto dolor en el alma lloramos su partida.
Recordándolo con sus grandes dotes, de hijo, de padre, de abuelo, de maestro, de narrador y de amigo de los amigos, como lo demostró y lo practicó durante los 82 años que Dios le permitió vivir en su paso por la tierra.
Mientras escribo, lágrimas descienden de mis mejillas. De dolor. De ese vacío inmenso que nos deja la orfandad. De tristeza por su ausencia, pero paradójicamente siento gozo.
Siento paz también. No se si me entenderán o creerán que me estoy volviendo loco, o quizás crean que tengo un poco de las dos cosas y a lo mejor tengan razón.
Pero dentro de tanto dolor y tristeza, el gozo que siento es el de saber que miles de personas han sentido la partida de mi padre como propia y por lo tanto han llorado junto conmigo y con cada uno de nosotros los miembros de su familia a la cual tanta falta nos hace.
Pero cada anécdota. Cada frase. Cada ocurrencia de mi padre, me hacen sonreír y recordarle tal cual era, genio y figura hasta la sepultura.
Descansa en paz, padre querido. El boss, Juan Báez, marca país.
Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook, original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.