Redacción Exposición Mediática.- Hay platos que se comen. Otros, se saborean. Pero la lasaña… se siente. Porque no es solo pasta, carne y queso: es un estrato de recuerdos, capas de afecto y horno lleno de hogar. La lasaña —o “lasagna” en su idioma madre— ha trascendido su origen italiano para convertirse en una expresión universal de placer culinario, reunión familiar y arte gastronómico.
Un origen ancestral con alma de casa
El rastro de la lasaña se remonta a la antigua Roma y Grecia, donde se preparaban pastas planas horneadas llamadas laganon o lasanum. Sin embargo, fue en Bolonia, al norte de Italia, donde tomó forma el plato que hoy conocemos: láminas de pasta intercaladas con ragú de carne, bechamel y queso parmesano.
Más allá del origen técnico, lo que la hace eterna es su capacidad de representar el corazón de la cocina italiana: ingredientes simples, amor por la preparación lenta y el placer de compartirla con otros.
Una sinfonía de capas y contrastes
Hablar de lasaña es hablar de armonía estructurada. Cada capa cumple una función: la pasta aporta textura, el queso suaviza, la salsa aporta profundidad, y la carne o verduras construyen cuerpo. La bechamel acaricia todo. Y el horneado final la transforma en una pieza maestra dorada y perfumada, crujiente por fuera, melosa por dentro.
No hay dos lasañas iguales. Algunas son carnívoras, otras vegetarianas; hay quienes le añaden ricotta, berenjenas, champiñones o incluso mariscos. La versatilidad es parte de su magia.
Comida de domingo, de abuela, de celebración
En muchas culturas —dominicana incluida— la lasaña ha sido adoptada como plato especial de ocasiones importantes: cumpleaños, domingos familiares, cenas de Navidad o incluso almuerzos de compromiso. Su preparación requiere dedicación, lo que automáticamente la convierte en una ofrenda de amor culinario.
Ver llegar una fuente humeante de lasaña a la mesa es asistir al anuncio de algo más que comida: es el aviso de que se viene una conversación larga, risas y probablemente una segunda porción.
La lasaña se globaliza sin perder el alma
Hoy, la lasaña es parte de la carta internacional en restaurantes de todo tipo. Desde trattorias en Nápoles hasta puestos callejeros en América Latina, se ha adaptado sin traicionar su esencia. Es a la vez cómoda y elegante, casera y gourmet, cotidiana y digna de celebración.
Incluso ha inspirado variantes veganas, sin gluten o bajas en carbohidratos, sin perder ese corazón cálido que la hace tan deseada. Porque más allá de sus ingredientes, la lasaña es una experiencia.
¿Por qué amamos tanto la lasaña?
•Porque huele a hogar.
•Porque combina sabores profundos con texturas reconfortantes.
•Porque su preparación implica tiempo, y el tiempo es amor.
•Porque una porción siempre sabe mejor si se comparte.
Sin duda que la lasaña no se come, se celebra
En un mundo acelerado, la lasaña es una pausa. Nos obliga a sentarnos, a oler, a cortar con cuidado y a mirar al otro mientras comemos. Nos recuerda que el buen comer no es solo nutrición, sino conexión.
Esta oferta gastronómica representa: historia, cultura, sabor, paciencia y amor. Porque si algo tiene esta joya de la cocina, es que siempre vale la pena cada bocado… y cada capa.