Por Lester McKenzie
Por años se ha interpretado que el dialogo es una actitud porque es una comunicación interpersonal en la cual no se trata de vencer ni de convencer.
Lo que se comunica no son ideas sino vivencias de la persona: todo aquello que cala mas allá de la piel del propio yo. El verdadero dialogo no puede existir sin un amor profundo a las personas y al mundo.
El amor es el abono que fundamenta la relación dialogal y el dialogo mismo. Además, el dialogo nunca será posible sin una base de humildad; no se trata de llenar de ideas al otro como si fuese un recipiente vacío ni de empeñarse en una discusión hostil y polémica para que haya un vencedor y un vencido.
El dialogo exige igualmente una fe inmensa en el hombre, fe en su poder de hacer y rehacer, de crecer; fe en su vocación de ser mas plenamente humano, lo cual no es privilegio de una elite, sino derecho innato que tienen todos los hombres.
Hablar no es lo mismo que dialogar. Muchas veces no nos damos cuenta de que la buena práctica del dialogo nos ayudaría a sobrellevar mucho mejor la convivencia.
Pero no lo hacemos, lo que origina que la solución del conflicto se retrase o empeore innecesariamente. Hablar solamente implica una expresión verbal sobre lo que uno quiere expresar a la otra persona, pero en ningún caso conlleva que haya ningún entendimiento.
Los conflictos pueden ser buenos. Todos tenemos diferentes formas de ver las cosas, diferentes gustos, lo que hace que dialogar facilite alcanzar un acuerdo, fortalecer los vínculos y subsanar posibles heridas.
Lo que ocurre, con frecuencia, es que las personas implicadas no están dispuestas a ceder y se aferran a su postura al considerar que ceder supone una derrota, por lo que ni siquiera acceden a iniciar un diálogo, lo que impide solucionar el conflicto.
El dialogo se centra en un intercambio de opiniones y puntos de vista con una clara intención de establecer unos acuerdos mínimos. Para que llegue a dar sus frutos son ingredientes básicos del diálogo: el respeto, la actitud de escucha y la empatía.
También la sinceridad, el comunicarnos con el compromiso de ser claros y consecuentes tanto en nuestros actos como en nuestros sentimientos.
Todo lo anterior hace referencia al fondo del dialogo. Pero también es importante la forma, cómo lo decimos.
Las cosas pueden decirse de muchas formas y maneras y en muchos momentos, lo que hay que hacer es buscar y encontrar ese “momento oportuno” sin ocultar la verdad, sin trampa ni hipocresía.
A veces, incluso, la sinceridad puede incluso “doler” pero si cuidamos cuando y como decirlo en el fondo lo que hace es prevenir males peores y ayudar a superar dificultades.
¡Feliz domingo en familia, como debe ser!