Empleados chinos en un restaurant. (Imagen ilustrativa)
Redacción Exposición Mediática.- En República Dominicana, la palabra “chino” dejó de ser hace tiempo un gentilicio lejano para convertirse en una referencia cotidiana dentro de la economía local.
Desde la esquina del colmado del barrio hasta el bazar de importaciones del centro urbano, su presencia es tan visible como persistente. Sin embargo, el crecimiento del comercio de origen chino, que durante años fue visto con curiosidad y aceptación, ha pasado recientemente a estar bajo una lupa más severa.
La Federación Dominicana de Comerciantes (FDC), a través de su presidente Iván García, ha denunciado que cientos de comercios chinos en el interior del país estarían operando al margen del sistema fiscal dominicano.
Según sus declaraciones, estos negocios se manejan principalmente en efectivo, rehúyen el uso de terminales de pago con tarjeta y emplean a trabajadores extranjeros en condición irregular.
García incluso ha sugerido la posibilidad de aplicar la Ley 155-17 sobre Lavado de Activos y Financiamiento del Terrorismo, lo que elevaría el tema de un conflicto económico a una preocupación de carácter penal y nacional.
El señalamiento no ha pasado desapercibido. Los comerciantes chinos, a través de la voz de Rosa Ng, presidenta de la Fundación Flor para Todos y reconocida promotora de las relaciones comerciales dominico-chinas, respondieron con firmeza: “No nos negamos a cumplir con la ley. Estamos dispuestos a corregir, a pagar lo que debamos, pero esto no puede hacerse con atropello. Lo que se necesita es diálogo, no cierres arbitrarios.”
Sus palabras resumen un dilema que trasciende el marco tributario: ¿cómo equilibrar la legalidad con la integración?, ¿cómo fiscalizar sin estigmatizar?, ¿cómo construir confianza sin demonizar al otro?
La otra cara del crecimiento
Desde la apertura diplomática entre República Dominicana y la República Popular China en 2018, el flujo comercial entre ambos países se multiplicó en cifras y en presencia visible.
Los comercios regentados por ciudadanos chinos se expandieron del Gran Santo Domingo hacia provincias como La Vega, Santiago, San Cristóbal, Higuey y La Romana, impulsados por su modelo de negocio: bajos costos, horarios extendidos y una férrea cultura laboral.
A nivel de consumo, la ecuación parecía perfecta. Productos accesibles, diversidad en oferta, y un flujo constante de mercancías importadas desde el gigante asiático.
Pero el aparente éxito ocultaba un punto ciego: la informalidad tributaria. Muchos de estos establecimientos, según expertos consultados, funcionan bajo una estructura cerrada, familiar y con escaso contacto con los mecanismos digitales o bancarios locales.
Las transacciones se hacen en efectivo y los registros contables no siempre coinciden con la realidad del movimiento económico.
No obstante, es necesario matizar: la informalidad no es un fenómeno exclusivo del empresariado chino.
República Dominicana posee uno de los índices más altos de economía informal del Caribe, superando el 55 % según cifras del Banco Central. De modo que, aunque el tema sea legítimo, no puede verse como un fenómeno étnico, sino como un síntoma estructural.
Entre el control y la desconfianza
Las recientes intervenciones simultáneas de la DGII, Aduanas, Pro Consumidor, Salud Pública, el MIVE y Migración en establecimientos chinos, son reflejo de un esfuerzo estatal coordinado. Sin embargo, la percepción pública ha oscilado entre la aprobación y la sospecha.
Para algunos comerciantes dominicanos, el operativo representa un acto de justicia comercial largamente esperado: “Mientras nosotros cumplimos con todos los impuestos, ellos venden más barato porque no pagan los mismos compromisos”, argumentan.
Para otros, es una muestra de exceso y generalización. “No todos son iguales”, insiste Rosa Ng, señalando que existen cientos de negocios chinos registrados formalmente y con empleados dominicanos en regla.
La situación, de hecho, expone una tensión más profunda: la del extranjero emprendedor que prospera en un entorno de reglas inconsistentes.
Y es que, si bien el Estado dominicano exige formalidad, también mantiene un laberinto de procesos y cargas que empujan a muchos a operar fuera del radar fiscal. La pregunta, entonces, no es solo si los chinos pagan impuestos, sino si el sistema está diseñado para que puedan hacerlo fácilmente.
Historia de una desconfianza antigua
La pregunta “¿pagan impuestos los chinos?” no es nueva. Desde principios del siglo XX, cuando las primeras familias migrantes provenientes de Guangdong y Fujian se establecieron en el Caribe, su modelo de trabajo basado en la autosuficiencia y la discreción generó tanto admiración como recelo.
En República Dominicana, su presencia se consolidó en la segunda mitad del siglo, especialmente en el comercio minorista y la gastronomía popular.
Con el paso del tiempo, los chinos pasaron de ser figuras exóticas a actores económicos esenciales, pero el estigma de la “competencia desleal” ha persistido como una sombra cultural heredada.
Lo paradójico es que el país ha sido simultáneamente beneficiario de su esfuerzo. Los negocios chinos han dinamizado economías locales, revitalizado espacios urbanos abandonados y creado empleos directos e indirectos.
El problema, quizás, no radica tanto en su presencia, sino en la falta de una política de integración económica que armonice su aporte con las normas fiscales nacionales.
El desafío de la formalización
Desde el punto de vista técnico, el cumplimiento tributario implica varios niveles:
• Registro formal ante la DGII.
• Declaración de ingresos y gastos reales.
• Emisión de comprobantes fiscales electrónicos (NCF).
• Integración al sistema bancario nacional.
De acuerdo con analistas consultados, muchos comerciantes chinos enfrentan barreras lingüísticas, desconocimiento de las leyes locales o desconfianza hacia el sistema financiero, lo que explica su preferencia por el manejo en efectivo.
Por tanto, más allá del operativo punitivo, el país necesita una estrategia pedagógica e institucional, capaz de acompañar al comerciante extranjero en su proceso de formalización.
Esto es algo que Rosa Ng ha señalado con insistencia: “No se puede construir confianza a golpes de cierre. El respeto y el entendimiento mutuo son los primeros impuestos que todo país debería cobrar.”
Entre la vigilancia y la convivencia
El fenómeno de los comercios chinos pone de manifiesto una lección más amplia: la globalización no solo se mide en acuerdos diplomáticos, sino en la convivencia diaria de las economías pequeñas con los grandes flujos migratorios y comerciales.
Donde el Estado no actúa con equilibrio, surgen los prejuicios, y donde los empresarios actúan sin transparencia, se siembra la desconfianza.
Por tanto, lo que está en juego hoy no es únicamente una auditoría fiscal, sino la credibilidad del modelo de apertura dominicano.
Castigar al infractor es necesario; pero comprender su contexto es aún más inteligente.
Una política pública eficaz debería, simultáneamente, exigir cumplimiento y ofrecer acompañamiento, garantizando que la integración económica no se traduzca en exclusión.
Un espejo de nuestra economía
La polémica sobre los comercios chinos es, en última instancia, un espejo de nuestra realidad nacional.
Porque, en el fondo, su informalidad es reflejo de la nuestra: un país donde los procesos son complicados, los impuestos altos y la cultura de cumplimiento aún en desarrollo.
Si algo ha demostrado este episodio, es que la informalidad no distingue pasaporte.
Y si se pretende construir una economía sólida, el enfoque debe trascender la denuncia para pasar al rediseño.
Educar, traducir, acompañar y simplificar son verbos tan importantes como fiscalizar.
Síntesis
República Dominicana se encuentra en una encrucijada: entre la defensa de la ley y la necesidad de mantener abierta la puerta del entendimiento.
La comunidad china no es un enemigo, sino un actor económico que necesita guía, regulación y confianza mutua.
El desafío está en construir un modelo que no tema al extranjero, pero tampoco tolere la evasión.
Solo así, el país podrá afirmar que no está persiguiendo al otro, sino persiguiendo su propio desarrollo.