René Fortunato, cineasta documentalista dominicano, explica que contar historias de la pantalla chica o grande, es su proyecto de vida.
Sus documentales son testimonio de que el cine puede ser más que espectáculo: puede ser memoria, resistencia y esperanza. Para el cineasta documentalista, el cine es su forma de participar en la construcción de una sociedad más justa y consciente.
Santo Domingo, R.D.— Para el cineasta dominicano René Fortunato, el cine no es simplemente una forma de entretenimiento o una vía para alcanzar fama y fortuna. Para él es un proyecto de vida y sinónimo de compromiso social.
Desde los inicios de su carrera, ha concebido el cine como un proyecto de vida profundamente vinculado a las luchas sociales, la identidad nacional y el compromiso con la verdad histórica.
Indicó a Morla que no se trataba de hacer cine por moda: “Yo no hago cine para hacerme rico ni para estar de moda. Lo asumí como un instrumento de expresión personal para expresar mi disconformidad y protesta por las cosas que considero que no están bien”.
“Asumo el cine como un proyecto de vida”, afirma Fortunato, aclarando que esta vocación nació en los años 70, en un contexto marcado por las luchas políticas contra la represión del régimen de los Doce Años de Joaquín Balaguer. Para él y muchos jóvenes universitarios de la época, el cine fue una herramienta de denuncia y de resistencia:
“Lo asumimos como un arma para luchar y fortalecer esas luchas reivindicativas del pueblo dominicano”, explica en entrevista que concedió al canal de Youtube del joven divulgador de la historia Vladimir Morla de la Rosa.
Fortunato ha sido fiel, dice, a un cine que honra la dominicanidad y que aporta al conocimiento colectivo de la historia del país. Su obra es testimonio de que el cine puede ser más que espectáculo: puede ser memoria, resistencia y esperanza. Para el cineasta documentalista, el cine es su forma de participar en la construcción de una sociedad más justa y consciente.
Explica en la entrevista, ofrecida hace meses, que su acercamiento al cine comenzó con la fascinación de las tantas matinés durante su infancia. Pero fue en la adolescencia y juventud, aún antes de entrar a la universidad, que descubrió el poder del cine como medio de expresión social.
Fortunato participó en talleres de cine en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y en el Palacio de Bellas Artes, integrándose a colectivos como Cine Militante y el Comité Pro Instituto Nacional de Estudios Cinematográficos (CINÉC), dirigido por figuras claves como Jimmy Sierra.
En esos espacios, Fortunato comenzó a filmar los acontecimientos políticos de la época con cámaras de 16 mm, enfrentando los desafíos técnicos de un cine artesanal que exigía conocimiento empírico, compromiso y pasión. No se trataba de hacer cine por moda:
“Yo no hago cine para hacerme rico ni para estar de moda. Lo asumí como un instrumento de expresión personal para expresar mi disconformidad y protesta por las cosas que considero que no están bien”.
Pero fue en 1986 cuando se dio a conocer como realizador con el documental Tras las huellas de Palau, y dos años después debutó en salas comerciales con La trinchera del honor, hito que marcó el inicio de una trayectoria centrada en la historia y la conciencia nacional. Su obra es testimonio de que el cine puede ser más que espectáculo: puede ser memoria, resistencia y esperanza. En sus palabras, el cine es su forma de participar en la construcción de una sociedad más justa y consciente.
Su evolución profesional lo llevó a trabajar en la Productora Fílmica Dominicana, donde compartió con figuras de renombre como Claudio Chea, Max Pou, y Máximo José Rodríguez.
Pero fue en 1986 cuando se dio a conocer como realizador con el documental Tras las huellas de Palau, y dos años después debutó en salas comerciales con La trinchera del honor, un hito que marcó el inicio de una trayectoria centrada en la historia y la conciencia nacional, realizada prácticamente sin dinero pero con mucha colaboración, ya que trabajaba como libretista en el programa Santo Domingo Invita, producido por Negro Santos, quien le permitió trabajar en el proyecto editando los fines de semana.