Redacción Exposición Mediática.- En 1933, mientras el mundo atravesaba los estertores de la Gran Depresión, tres expresiones culturales coincidieron en revivir la fascinación colectiva por los dinosaurios.
Ese mismo año debutaba en las salas de cine King Kong, con su inolvidable mezcla de simio colosal y reptiles prehistóricos; la Feria Mundial de Chicago maravillaba a miles con sus dinosaurios mecánicos capaces de moverse y rugir; y los periódicos norteamericanos acogían una nueva tira cómica que trasladaba al público hacia un reino imaginario donde cavernícolas y saurios convivían entre enredos, carcajadas y aventuras: Alley Oop.
En Hispanoamérica, este cavernícola troglodita de mandíbula cuadrada y corazón noble fue bautizado con un nombre que lo acompañaría durante décadas: Trucutú.
El origen de un cavernícola atemporal
Creado por Vincent Trout Hamlin —mejor conocido como V.T. Hamlin—, Alley Oop apareció por primera vez en los periódicos en diciembre de 1932 en una edición de prueba local en Texas, pero fue en agosto de 1933 cuando la Newspaper Enterprise Association lo distribuyó nacionalmente.

Desde el principio, Hamlin encontró la fórmula mágica: un entorno prehistórico salpicado de humor moderno, dinosaurios entrañables y personajes que parecían extraídos de cualquier pequeño pueblo estadounidense.
Alley Oop, o Trucutú, vivía en el ficticio Reino de Moo. No estaba solo: lo acompañaban Ooola, su compañera inseparable; Foozy, el amigo leal de rimas imposibles; el autoritario Rey Guz; y el Gran Mago, siempre listo para complicar la trama con sus caprichos mágicos. Y, como todo héroe necesitaba una contraparte adorable, allí estaba Dinny, un dinosaurio domesticado que hacía las veces de mascota y bestia de carga.
En esencia, la tira de Hamlin combinaba lo mejor de dos mundos: la comedia física inspirada en el vodevil y los dramas cotidianos de cualquier aldea, pero bajo la excusa de situar todo en un universo remoto, donde las preocupaciones modernas podían disfrazarse de aventuras cavernícolas.
Humor prehistórico para tiempos difíciles
El éxito de Trucutú se entiende también por el contexto histórico. En plena Gran Depresión, las familias estadounidenses buscaban entretenimiento ligero y económico. Los periódicos ofrecían un escape diario a través de tiras cómicas que, entre viñetas y gags, aliviaban tensiones.
Lo interesante es que Hamlin no creó un personaje simplón. Trucutú era bruto y torpe en ocasiones, pero también valiente, sentimental y hasta reflexivo. Su carácter representaba la lucha del “hombre común” en medio de un mundo hostil, con la diferencia de que ese mundo estaba habitado por saurios gigantes y cavernícolas con tocados absurdos.
En Hispanoamérica, su traducción como Trucutú reforzó esa identidad híbrida: un nombre sonoro, rústico y risueño, capaz de conectar de inmediato con lectores desde México hasta Argentina. Para muchos, Trucutú fue el primer contacto entre dinosaurios y humor gráfico.
Viajes en el tiempo: un salto narrativo audaz
En 1939, Hamlin introdujo un giro que transformaría definitivamente la tira: los viajes en el tiempo. Un científico del “presente” —el doctor Wonmug, caricatura evidente de Einstein— inventaba una máquina que trasladaba a Trucutú a distintos escenarios de la historia humana.
De pronto, el cavernícola compartía páginas con Juana de Arco, Julio César o Cristóbal Colón. La premisa, arriesgada para una tira cómica, funcionó. No solo permitió ampliar la creatividad de las tramas, sino que abrió un campo pedagógico inadvertido: millones de lectores conocieron episodios de la historia universal a través de los ojos ingenuos y testarudos de un hombre de las cavernas.
Este recurso convirtió a Trucutú en un híbrido entre cómic de aventuras, sátira histórica y humor cotidiano. Era, sin proponérselo, una manera de democratizar la historia entre el gran público.
La universalidad de un personaje local
Aunque Trucutú nació para un público estadounidense, su éxito en traducciones —sobre todo en Hispanoamérica— demostró que el humor de Hamlin era universal. Las discusiones con Ooola, las artimañas del Rey Guz, los inventos inútiles del Gran Mago o las travesuras de Dinny podían leerse como metáforas de cualquier comunidad del mundo.
Los editores de periódicos latinoamericanos lo incluyeron rápidamente en suplementos dominicales, al lado de clásicos como Mandrake el Mago, Flash Gordon o El Fantasma. Pero Trucutú tenía un encanto especial: no era un héroe impecable, sino un hombre tosco que metía la pata, pero que siempre salía adelante.
Esa humanidad lo hizo querible. En un continente que atravesaba sus propias crisis políticas y sociales, Trucutú era un recordatorio de que el humor podía suavizar incluso los paisajes más oscuros.
Dinosaurios, modernidad y memoria cultural
El impacto de Trucutú no debe medirse solo en términos de popularidad, sino en cómo ayudó a moldear la cultura popular sobre dinosaurios. Décadas antes de Jurassic Park, la tira cómica ya había naturalizado la idea de humanos conviviendo con saurios, algo científicamente imposible, pero culturalmente irresistible.
Esa mezcla de anacronismos —cavernícolas con dinosaurios, trogloditas con máquinas del tiempo— cimentó una estética que permeó a la historieta, al cine de aventuras y a los dibujos animados. Desde Los Picapiedra hasta incontables películas de serie B, el eco de Trucutú sigue resonando.
La vigencia de un cavernícola
Aunque V.T. Hamlin dejó de dibujar la tira en 1971, su creación sobrevivió en manos de otros artistas y aún hoy circula en algunos medios. El paso del tiempo la ha convertido en una pieza de nostalgia más que en un producto de consumo masivo, pero el legado cultural permanece.
En Hispanoamérica, generaciones crecieron con las travesuras de Trucutú, y todavía el nombre provoca sonrisas entre quienes recuerdan aquellas páginas de suplemento dominical en blanco y negro.
Síntesis
Trucutú no fue solo un personaje de cómic. Representó un puente entre épocas: la prehistoria imaginada y la modernidad convulsa de los años treinta; el humor sencillo y la sátira inteligente; el entretenimiento popular y la reflexión sobre la condición humana.
Su éxito se explica porque, en el fondo, todos nos reconocemos un poco en ese cavernícola testarudo que tropieza, se equivoca, pelea, ríe y, pese a todo, sigue adelante.
Hoy, en un mundo hiperconectado, dominado por pantallas y algoritmos, mirar atrás hacia Trucutú es recordar que la cultura popular también se construye desde la risa y la imaginación.
Y que, en algún rincón de la memoria colectiva, los dinosaurios todavía caminan junto a nosotros gracias a la viñeta inmortal de un cavernícola llamado Alley Oop, pero que para toda Hispanoamérica siempre será Trucutú.