Por Marcos Sánchez

La conclusión en aspectos de pérdidas humanas en el nefasto incidente escenificado en la discoteca Jet Set en la capital dominicana, arrojó una dramática estadística de 221 víctimas mortales. Un auténtico desastre para nuestro país, que no veíamos desde septiembre de 1998 y en circunstancias muy diferentes ya que había un inminente paso de huracán.

Me refería Al Huracán Georges, el cual se constituyó en la séptima tormenta tropical, el tercer huracán y el primer huracán de una categoría 4 de la temporada de huracanes del Atlántico de 1998.

Fue un huracán muy destructivo y bastante intenso que alcanzó la categoría 3 en la escala de Saffir-Simpson. Este ciclón tropical tocó tierra en siete ocasiones durante su largo trayecto del mar Caribe al Golfo de México en septiembre, convirtiéndose en la segunda tormenta más destructiva de la temporada, después del Huracán Mitch y en la más costosa desde el Huracán Andrew.

Este huracán mató a más de 600 personas, en su gran mayoría en nuestra República Dominicana y causó daños que costaron 6 millones de dólares de la época (unos US$379 millones actuales, ajustados a la inflación).

Antes que ese fenómeno, que citaré los subsiguientes ejemplos en aspectos de dimensión catastrófica (en aspectos de pérdidas humanas).

Fueron éstos: el huracán David, cuarto ciclón tropical nombrado de la temporada de huracanes en el Atlántico de 1979. Como huracán de categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson, el huracán David fue uno de los huracanes más mortíferos de la última mitad del siglo XX, dejando más de 2.000 víctimas fatales a su paso, mayormente en la República Dominicana en su entrada el 31 de agosto del citado año. Ostenta aún récord de ser el único huracán en tocar tierra en la República Dominicana con una intensidad de categoría 5.

El anterior y causante de la mayor devastación registrada en República Dominicana fue San Zenón, ciclón tropical de gran intensidad y letalidad que causó estragos en las Antillas Mayores, especialmente en territorio dominicano.

El 3 de septiembre de 1930, el huracán San Zenón tocó tierra cerca de Santo Domingo, República Dominicana, con una presión mínima central, pero como continuaba intensificándose justo antes del impacto, el cua se concentró en un área de aproximadamente 3.2 km de diámetro en su punto de impacto, arrojó entre 2,000 y 3,000 víctimas mortales, aunque algunos reportes indican que el número total de fallecidos ascendió a 8,000.

Pasó mucho tiempo hablándose de ese fenómeno y por estar nuestro país en el Caribe, lo usual es que fenómenos atmosféricos provoquen ese tipo de estragos conforme avance su paso, pero lo del Jet Set fue algo que jamás se había vivido aquí: 221 personas fallecidas en un incidente por desplome de techo de un centro de diversión.

Figuras de múltiples ámbitos sociales perecieron allí en un día que usualmente es de labores ya que se trató de un lunes (el incidente aconteció iniciada la madrugada del martes 8 de abril).

El indescriptible dolor embargó rápidamente a todos aquellos con sensibilidad humana y fue imposible obviar la compasión por los parientes de tantas familias impactadas duramente por la nefasta tragedia.

El aire se sentía raro al igual que el ambiente. Una experiencia de soledad colectiva y de asombro sostenido ante un evento inesperado y arrollador.

Las redes sociales fueron el caldo de cultivo de toda teoría guardada en espera de ser externada por una manada de seres mortales quienes inyectados de morbo, comenzaron a vertir sus inapropiadas y oportunistas opiniones respecto al caso, cómo pudo evitarse e incluso, tildar a todos los afectados de propiciar su fin porque en vez de una iglesia, estaban gozando en un lugar de entretenimiento de costoso consumo, creando contraste con decenas de miles de familias que no tienen qué comer.

Expresar puro odio en calidad de anonimato, es práctica común de todo aquél quien está siempre al acecho de ser testigo indirecto de una catástrofe y aprovechar la misma para dar rienda suelta a sus más bajas pasiones.

El lugar, día, forma y cantidad que una persona desee gastar su dinero, es su prerrogativa y de nadie más. Quien no fue edificado con el don de retribución, jamás entenderá eso y además en una convulsa actual sociedad individual, menos.

De todos modos, el sentir de ser cada cierto tiempo un dador alegre o buen samaritano, depende básicamente en cómo a usted lo hayan forjado desde su niñez en su hogar principalmente.

La catástrofe mortal del Jet Set nos dejará por un buen rato ese incómodo recuerdo de lo que pasó y para las familias de los afectados, será más delicado ya que a nadie le preparan mentalmente para aceptar la partida abrupta de un ser querido.

Nadie sabe su día, hora, lugar o forma de morir. De saberlo, igual se iría más rápido, porque la presión psicológica de esa potente verdad no le dejaría espacio para pensar en nada.

Tratemos lo más que podamos de ser mejores seres humanos. Más orientados a la empatía y siempre prestos a dar una mano a quien la necesite, ya que es determinante recordar y no olvidar que: ésta es tu única y última vida…

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