Refinamiento, ambición y el retrato sonoro de una banda en plenitud.

Redacción Exposición Mediática.- En septiembre de 1990, mientras el mundo transitaba entre los últimos resplandores del glam rock ochentero y la inminente irrupción del grunge, una banda australiana demostraba que el equilibrio entre estilo, consistencia y magnetismo escénico podía ser una forma de arte.

Ese grupo era INXS, y el disco que lanzaban al mundo —titulado simplemente X— no solo representaba su séptimo álbum de estudio: se convertiría en una declaración de vigencia, una reafirmación de identidad y, visto desde la perspectiva actual, en un testimonio de madurez artística.

Hoy, 35 años después de su lanzamiento, X resiste el paso del tiempo con la elegancia de las obras que no necesitan nostalgia para seguir respirando. Más que un producto de su época, fue una consolidación: el sonido de una banda que ya había conquistado el mundo y ahora se atrevía a mantenerse en la cima sin traicionarse.

El contexto: la cima y la sombra del éxito

En 1987, INXS había alcanzado la gloria con Kick, un álbum que redefinió su destino. Con más de veinte millones de copias vendidas y una serie de sencillos que dominaron las listas globales —“Need You Tonight”, “New Sensation”, “Never Tear Us Apart”—, la banda australiana pasó de ser una promesa del hemisferio sur a convertirse en uno de los nombres más poderosos del pop-rock internacional.

El desafío era claro: ¿cómo seguir después de un éxito tan absoluto?
La respuesta llegó tres años más tarde, en forma de equilibrio. X no intentó repetir Kick, pero tampoco renunció a su ADN. Fue un trabajo que apostó por la solidez antes que por la sorpresa; por la elegancia antes que por la excentricidad.

Bajo la producción de Chris Thomas —el mismo artífice del sonido que había llevado a Kick a la cúspide—, la banda se encerró en los estudios Rhinoceros de Sídney entre 1989 y 1990 para construir un álbum que conjugara precisión técnica, sensualidad rítmica y confianza escénica.

En sus palabras y acordes se respiraba algo inusual: la serenidad de quien ya no necesita demostrar nada, pero aún tiene mucho por decir.

Una obra de refinamiento y control

El título X, alusivo al número romano “diez”, celebraba el décimo aniversario discográfico de INXS. Pero también, simbólicamente, representaba una incógnita: ¿qué vendría después del éxito?

A diferencia del desenfado juvenil de Kick, X proyectaba una madurez evidente. La producción es más pulcra, los arreglos más medidos y el sonido más homogéneo.

La presencia de la armónica de Charlie Musselwhite otorga al álbum un matiz orgánico y terroso, una textura que contrasta con los sintetizadores elegantes y las líneas rítmicas de los hermanos Farriss.

Thomas supo traducir el carisma de Michael Hutchence en una mezcla que equilibra lo sensual y lo introspectivo. Si en Kick el vocalista era la encarnación del deseo, en X aparece como una figura más reflexiva, consciente del peso del estrellato y de la fragilidad de los vínculos humanos.

En el plano técnico, X brilla por su coherencia. Cada canción fluye hacia la siguiente con la precisión de una narrativa sonora pensada para estadios, pero también para la intimidad del oyente. No hay cortes abruptos ni rellenos; hay intención.

Las canciones: entre el magnetismo y la introspección

Escuchar X de principio a fin es atravesar un puente entre dos décadas: el último eco de los 80 y la antesala de los 90. Su fuerza está en la diversidad controlada de su repertorio:

Suicide Blonde” abre el disco con energía irresistible. Inspirada en una frase casual de Kylie Minogue, la entonces pareja de Hutchence, combina riffs de guitarra cortantes, percusión seductora y la armónica de Musselwhite como firma inconfundible. Es rock, pero también es actitud: la canción de una banda que se sabe atractiva y dominante.

Disappear”, coescrita por Hutchence y Jon Farriss, encapsula la faceta más luminosa de INXS. Una pieza pop perfecta, radiable y contagiosa, pero con un trasfondo de melancolía que la salva del cliché.

By My Side” funciona como contrapunto emocional. Balada de acompañamiento y ausencia, su sobriedad instrumental permite que la voz de Hutchence florezca sin artificio.

Bitter Tears” retoma la energía rockera, recordando que la banda, pese a su sofisticación, sigue siendo una máquina de groove.

The Stairs”, por su parte, es una joya oculta. Más atmosférica y narrativa, ofrece una mirada urbana a la soledad moderna. Si Kick era el clamor de la multitud, X es la observación íntima del individuo dentro de ella.

Estas piezas no solo destacan por su estructura musical, sino por la cohesión emocional que mantienen. X no busca deslumbrar con pirotecnia, sino sostener una conversación con su público: madura, magnética, constante.

Recepción y permanencia

Al momento de su lanzamiento, X debutó en el número 1 en Australia, número 2 en el Reino Unido y número 5 en Estados Unidos, cifras que confirmaron la condición global de INXS. Los sencillos dominaron la radio, los videoclips rotaron con fuerza en MTV, y las giras consolidaron su estatus de banda de estadios.

Sin embargo, la crítica se mostró dividida. Algunos medios consideraron que el grupo había optado por la seguridad en lugar del riesgo.
A la distancia, esa lectura parece injusta. X fue el álbum de una banda que entendió la importancia de evolucionar sin perder identidad, de modular su energía en lugar de reinventarla innecesariamente.

Hoy, en 2025, a 35 años de su lanzamiento, X se escucha con una frescura sorprendente. La producción resiste el paso del tiempo, las letras siguen conectando, y la interpretación de Hutchence continúa resultando hipnótica. En tiempos de saturación digital, el álbum ofrece una lección de equilibrio: sofisticación sin artificio, emoción sin exceso.

La herencia y la madurez

Con X, INXS demostró que no todos los discos deben ser revoluciones para ser trascendentes. Algunos se convierten en hitos por su coherencia, por la maestría con que traducen una etapa vital de los artistas que los conciben.

El disco selló la imagen definitiva de Michael Hutchence como frontman icónico del rock moderno: carisma natural, presencia teatral y una voz capaz de oscilar entre la provocación y la ternura.

Musicalmente, consolidó el estilo INXS: una mezcla de funk, pop y rock que influiría en bandas de los noventa y dos mil —desde Jamiroquai hasta The Killers— sin perder su sello original.

En términos simbólicos, X fue también la antesala de una etapa más introspectiva. A partir de allí, la banda exploraría caminos menos comerciales, pero más personales, como se aprecia en Welcome to Wherever You Are (1992).

Así, X marcó un punto de equilibrio entre lo que fueron y lo que podían llegar a ser.

35 años después: una celebración merecida

Revisitar X hoy es más que un ejercicio de nostalgia; es reconocer un documento cultural.

En él se encapsula la elegancia de una era, el dominio escénico de una banda y la voz de un artista —Hutchence— que supo trascender los límites del tiempo y del género.

Cada acorde del álbum recuerda una época en la que el rock aún podía ser sofisticado sin perder intensidad. Y cada palabra pronunciada por Hutchence parece cobrar nueva dimensión con el paso de los años, como si X hubiera sido concebido para durar más de lo que la propia industria imaginaba.

Treinta y cinco años después, X sigue siendo un espejo donde convergen tres virtudes: la convicción artística, la excelencia técnica y la emoción humana.

En un panorama musical que vive de la fugacidad, su permanencia es una declaración: las buenas obras no envejecen, maduran.

Loading