Solo Dios es Juez: Abandonemos el Dedo Acusador y Sigamos el Ejemplo de Jesús

 

Por Alex Dominguez alexdminguez@gmail.com

En las palabras finales de Jesús en la cruz encontramos no solo redención para la humanidad, sino también principios esenciales para la vida cristiana. Cada una de las siete palabras pronunciadas tiene un peso eterno, pero hoy quiero detenerme en la segunda, la cual revela la esencia de lo que Jesús espera que seamos:

«De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.» (Lucas 23:43)

En este momento sagrado, Jesús no repasa la lista de pecados del ladrón. No lo somete a interrogatorios ni lo condena por su pasado. Sencillamente, al ver su corazón arrepentido, le promete la vida eterna. El Maestro nos da, con este acto, una lección definitiva: la fe y el arrepentimiento sincero abren la puerta del cielo, más allá de los errores pasados.

Sin embargo, al mirar la realidad actual, parece que hemos olvidado esta verdad. Hoy, muchos cristianos se han convertido en fiscales, jueces y verdugos de las almas ajenas. Ante cada tragedia, como la lamentable que ocurrió en la Discoteca Jet Set, se apresuran en declarar el destino eterno de las personas. Señalan, juzgan y condenan sin conocer el último suspiro del alma ante Dios. ¿Olvidamos que solo Dios conoce el corazón?

La Escritura nos exhorta claramente:

¿Tú quién eres que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme. (Romanos 14:4)

Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones. (1 Corintios 4:5).

El acto de señalar y condenar ha reemplazado muchas veces al llamado genuino de orar e interceder. Nos hemos especializado en detectar la falta del hermano en vez de pedir por su restauración. Quizás hoy necesitamos un ortopedista espiritual, que doble nuestro dedo acusador y lo convierta en una mano extendida en misericordia.

Alex Dominguez, autor del artículo.

El apóstol Pablo nos recuerda también:

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales restauradle con espíritu de mansedumbre; considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. (Gálatas 6:1)

¿Cómo hemos llegado al punto de tomar el lugar de Dios? ¿Con qué derecho enviamos almas al infierno, olvidando que la gracia de Dios puede actuar hasta el último instante de vida?

Jesús, en la cruz, no solo perdonó al ladrón; también perdonó a quienes lo crucificaban:

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23:34)

¡Qué contraste con nuestro corazón humano, rápido para condenar y lento para perdonar!

Cada vez que apuntamos con un dedo acusador, olvidamos que tres dedos apuntan hacia nosotros. Nos recuerda que todos hemos sido objetos de la misericordia divina:

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. (Efesios 2:8-9)

La misericordia debe ser nuestro lenguaje. El amor debe ser nuestra marca. La paciencia debe ser nuestra respuesta.

Debemos reflexionar

Hoy más que nunca, en un mundo que condena y destruye rápidamente, debemos ser instrumentos de restauración y esperanza. Cuando alguien fallezca o caiga, no levantes el dedo para juzgar; levanta tus manos para interceder. Cuando escuches de tragedias, no seas un eco de condenación; sé una voz de oración.

Recuerda: el Juez justo es Dios. Nosotros somos llamados a misericordia.

Porque el Hijo del Hombre no vino para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. (Lucas 9:56)

Que nuestras vidas reflejen esa misericordia que un día nos salvó a nosotros.

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