Por Juan Julio Báez Contreras
Faltaban unos minutos para las diez de la mañana. Me encontraba en mi despacho y estaba en una conversación telefónica con un cliente. De repente entra una llamada por la otra línea y veo el nombre de la señora del boss, Rafelita Vargas (la abuelastra). Mi corazón dio un vuelco enorme. Se aceleró mi respiración y un mal presentimiento entró en mi mente. Le dije al cliente que si me podía disculpar un momento, que tenía que colgar porque se me había presentado algo urgente y que lo llamaría más tarde. Al intentar tomar la llamada, ya Rafelita había colgado. Así que nerviosamente le devolví la llamada, al responderme ella, de manera muy escueta me dice: “Tú padre está muy mal. Amaneció con un fuerte dolor en el pecho. Voy saliendo con el para emergencias. Pero es necesario que vengan urgentemente desde La Romana para la capital “. Le dije que saldríamos inmediatamente.
Al colgar, sentí una gran opresión en todo mi ser. Pero para mis adentros reprendí esos malos pensamientos y recordé que apenas unas horas antes mi padre, Ivonne y yo, habíamos conversado. Lo notamos más alegre. Bien relajado. Su tono de voz, fuerte, vibrante lo había recuperado y habíamos quedado de juntarnos con el, en dos días, específicamente el jueves, luego que culmináramos una reunión de trabajo, que mi esposa y yo tendríamos con unos clientes en la capital. Nunca nos pasó por la mente que esa reunión no se celebraría jamás.
Intenté localizar a mi esposa. No me respondió la llamada. Luego de un tercer intento, me dice que va llegando a la oficina. Le digo devuélvete para la casa a dejar tu vehículo allá, porque la abuelastra me acaba de llamar y dice que papi se puso malo y va de camino a la clínica con el a llevarlo a emergencias.
Salgo de mi oficina, voy bajando por el ascensor, al salir noto que el día está soleado. Que está bien hermoso, pero no se porque lo noto triste. Siento un leve dolor de cabeza, a mi que nunca me duele la cabeza. Negros presagios se agolparon en mi mente y pienso que por eso aunque el sol está brillante, lo estoy viendo demasiado gris. Mi corazón está latiendo a mil. Unos sudores fríos invaden mi cuerpo. Recojo a mi esposa.
Tomamos la autopista y vamos de camino rumbo a la capital. Le digo llama a Rafelita, necesito estar informado. La angustia y la desesperación me están matando. Quiero saber qué está pasando con mi padre. Si anoche hablé con él y estaba bien, como es que ahora va muy grave rumbo a un hospital?
Respiro profundo. Veo de reojo a mi esposa. Ya hemos pasado la ciudad de San Pedro de Macorís. Nos ponemos en contacto de nuevo con Rafelita, ella nos informa que ya llegó a la emergencia del Centro Médico UCE, nos envía un video, donde se observa a los médicos llevándose a mi padre en una camilla, subiéndolo a un ascensor para llevarlo a la Unidad de Cuidados Intensivos.
Mientras observamos el video, veo que hay demasiados médicos y todos con cara de preocupación; llegan unos pensamientos a mi mente, que no quiero compartirlos con mi esposa Ivonne que va a mi lado. Pero imagino que lo peor está por ocurrir. Aunque soy un hombre de fe, algo en mi interior me dice que el tiempo del paso de mi padre por esta tierra se está agotando. Y sin quererlo, me imagino, lo difícil que será para mí, la muerte de mi padre. El boss. Mi amigo. Mi mentor. Mi consejero. El más grande de todos mis admiradores. Con quien llevo una bonita relación de amistad, respeto mutuo, que va mucho más allá de la relación de un padre con su hijo. Diez minutos después del ingreso de mi padre al Centro Médico UCE, le dio un paro respiratorio y expiró.
Empiezo a meditar acerca de la fragilidad de la vida. Y de cómo de un momento a otro sin uno estarlo esperando todo cambia.
Apenas dos meses y tres días atrás, el 24 de junio, estuvimos celebrando juntos, su cumpleaños número 82 y el boss estaba en plenitud de condiciones. Hicimos reserva ese día para almorzar con el, en el Restaurante La Cassina, ya que le encantaba comer de ahí el carpaccio de res en baño María, que queda riquísimo.
Así que, para celebrar el cumpleaños de mi padre; Ivonne, mis dos hijos menores Julio Andrés (El Nene) y Julio Miguel (Yiye) y yo decidimos invitar al boss y a la abuelastra a comer y de paso darles gracias a Dios por los 82 años de mi padre, quien había gozado a lo largo de toda su vida de una salud envidiable.
Con decirles, que en mis 57 años de vida, solo recuerdo dos ocasiones en las cuales mi padre tuvo ingresado en un hospital. Una vez que se intoxicó comiendo pescado, que yo debía tener 12 o 13 años de edad y en el año 2001, cuando fue operado de la próstata en la Clínica Abreu. Fuera de ahí, ni gripe solía darle a mi padre. Pues siempre se cuidó bastante. Caminaba casi todos los días. No solía comer nada después de las siete de la noche, salvo una que otra ocasión. Era enemigo de tomar cosas frías. Pues según el, el frío daña la garganta y la materia prima de la que el vivía era su voz y por ello tenía que cuidarla como nadie. Generalmente se acostaba temprano y se levantaba más temprano aún.
Solía tomar, uno, que otro trago social de manera ocasional, pues no era muy dado a la bebida. Decía que el día que yo nací, dejó de fumar, de tomar café y de beber, pues el dinero que ganaba en esa época, no daba para beber, fumar y mantener una familia. Así de radical era mi padre.
Habíamos tomado la costumbre de celebrar con el todos los 24 de junio su cumpleaños. Les hacíamos un bizcocho. Una comida. Le cantábamos cumpleaños feliz, pues siempre queríamos hacerle saber lo mucho que le amábamos y no queríamos pasar por alto una fecha tan importante y especial para él.
Al final de sus días el boss logró encontrar la paz que todo ser humano anda buscando. La abuelastra fue clave en ello. Sin lugar a dudas vivió los mejores años de su historia al lado de ella. Sin temor a equivocarme en estos últimos 10 o 12 años, tuvo el equilibrio perfecto que todo hombre quiere tener. Una mujer que le amaba, unos hijos que les amaban, unos nietos que disfrutaban a más no poder estar con su abuelo, pues eran tantos los conocimientos que aprendían estando con él, que se deleitaban en tenerlo cerca. Hasta Ana Emperatriz, su bisnieta, cuando lo fue a visitar a su hogar en la capital, la pasó todo el tiempo con el y no se quería bajar de su cama, ni tampoco volver para su casa en La Romana. Me cuentan mis hijas Julianis y Yanira Emperatriz, que Ana se despidió como siete veces, con besos y abrazos para su abuelo Juan Báez, como ella le decía, quizás en su inocencia de niña se imaginaba que nunca más lo volvería a ver y por eso ese domingo ella estuvo tan simpática y tan amorosa con el boss, al igual que mis nietos Emanuel David y Ema Abigail.
El boss fue un gran luchador toda su vida. Logró de la nada el éxito, contra todo pronóstico. Nacido de un hogar humilde, hasta trascender de una manera tan extraordinaria en sus dos grandes pasiones, el béisbol y el boxeo. Fue profeta en su tierra. Recibió en vida los honores que generalmente la humanidad le dedica a su gente cuando ya han muerto. Su caso fue muy diferente. Recibió varios reconocimientos en los últimos años que acrecentaron su ya inflado ego, que lo llenaron aún mucho más de ese gran orgullo que siempre tuvo.
Dentro de esos reconocimientos estuvieron los del Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano. Ser seleccionado por el Círculo de Locutores Dominicanos, dentro del grupo de las mejores 50 voces de todos los tiempos de la locución dominicana, en un evento que fue celebrado de manera majestuosa en el Teatro Nacional de la República Dominicana. Fue elevado a inmortal del deporte romanense, en el año 2022 y declarado por la sala capitular del Ayuntamiento Municipal de La Romana, Hijo distinguido de nuestra ciudad. Esta última sobretodo lo lleno de una gran satisfacción, por aquello de que generalmente nadie es profeta en su tierra, pero su caso fue muy diferente, admirado, querido, honrado y respetado por todos.
Estas distinciones el boss las recibió de la manera tan “humilde” que le caracterizó, pues tan pronto se la otorgaban, pasaba meses sazonándolas en la sección de deportes que hacía en La Revista de Radio Ven 105.5 FM y de Cielo TV, así como en las transmisiones de la cadena de Los Toros del Este, el equipo con el cual trabajó desde sus inicios y en el cual laboró por largos años.
Cuando le entregaban uno de esos reconocimientos era muy normal escuchar a mi padre decir: “Siempre que alguien recibe un premio con una falsa modestia dice humildemente gracias por este inmerecido premio, en mi caso particular quiero decir, gracias por este merecido premio, porque yo si me lo merezco. He trabajado demasiado duro para lograrlo”.
Quien lo conoció sabe muy bien que así eran las cosas de mi padre. Vaya en paz mi viejo querido. Vuela alto hasta la eternidad. Siempre te recordaré y llevaré en mi corazón todos tus sabios y atinados consejos. Te quiero papi querido.
Nota: Este extracto corresponde a una serie anecdotaria publicada originalmente en Facebook original de Juan Julio Báez Contreras en memoria de su fallecido padre. Esta reproducción de la misma en Exposición Mediática, cuenta con su aprobación.