Por Lester McKenzie
De cuando en vez y de vez en cuando y en ocasiones sin una justificación lógica nos enojamos, enfurecemos, enfadamos, incomodamos, encolerizamos y esta conducta en vez de remediar nuestros males, nuestros problemas, casi siempre los agrava, los empeora.
Hay momentos en que nuestra cólera es motivada por lo que consideramos la forma injusta en que nos trata la vida o alguna persona en particular.
En ocasiones nuestra ira se desata porque consideramos que las cosas no han salido como las hemos programado y casi siempre detrás de nuestro mal humor se esconde la absurda pretensión de que las cosas y las personas se adapten a nuestra forma de pensar y de sentir (como dice la canción).
Cuando nos enfadamos lo hacemos en relación directa al nivel de nuestras exigencias y expectativas y debemos tomar en cuenta que en momentos, por el contrario, esa reacción es inversamente proporcional a nuestro nivel de aceptación.
La frecuencia de nuestros enfados nos muestra, pues, una pista clara de nuestra capacidad de tolerancia y aceptación y asimismo, las razones de nuestro enfado identifican nuestros puntos flacos emocionales y cuáles son las personas y situaciones sobre las que deseamos ejercer un mayor control.
Hay quienes saben mantener la calma en los conflictos laborales, así como en ambientes sociales, difícilmente pierden la sonrisa y los estribos con sus subalternos, y/o amistades y, sin embargo, cuando llegan al hogar y están con sus hijos o con la pareja, las explosiones son frecuentes y el grito fácil.
Esto no significa que sus hijos o su pareja le traten peor que el resto del mundo, si bien generalmente el enfado va asociado a la autocompasión, la victimización y una idea latente de injusticia contra la que nos rebelamos.
Sin embargo, por mucho que insistamos en culpar la razón de nuestros enfados, el mensaje claro que deberíamos observar es que tenemos un conflicto de aceptación con esa persona o situación en concreto, y se torna más profundo cuanto mayor es la intensidad de nuestro enfado.
Si nos enojamos por las injusticias, ese enfado personal es un sentimiento cuasi-inútil ya que por grande que sea nuestro malestar, la situación tiene un alto porcentaje de posibilidades de que no cambie y el resentimiento trabajara siempre en contra nuestra, pues nos producirá agotamiento nervioso e incluso podría afectar nuestra salud.
Cuando nos enojamos con mucha frecuencia llegamos a adquirir hábitos de mal humor que nos llevaran a aumentar la tensión arterial y tendrán una repercusión negativa directa en el aparato digestivo, por ejemplo.
Por el bien de todos incluso el nuestro, debemos desterrar de nuestra vida los sentimientos de cólera que están cargados de una rabia espontánea e incontrolable en algunos momentos, que nos llevan a perder el control sobre nosotros mismos y a cometer actos que en muchas ocasiones el autor luego se siente totalmente arrepentido de haber sido participe de ellos; por lo tanto, no se enfade, sonríale a la vida y viva más y nunca olvide tratar y hablar al prójimo como Ud quisiera que le tratasen y le hablasen.
Feliz domingo para todos, en familia, disfrutemos los últimos días del mes de Octubre y a seguir cuidándonos aplicando los protocolos de lugar.
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