Por Otto De La Torre
En 2008, cuando el mundo tambaleaba tras una crisis financiera que dejó millones sin hogar ni trabajo, una voz anónima emergió desde la sombra digital. No pedía rescates ni leyes nuevas; ofrecía un código. Así comenzó una revolución silenciosa que desafiaría bancos, gobiernos y fronteras. Su nombre: Bitcoin.
Nadie sabe quién es Satoshi Nakamoto. Ni si fue una persona o un grupo. Lo único cierto es que en octubre de 2008 publicó un documento técnico titulado “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico peer-to-peer”. En pocas páginas trazó una idea que parecía salida de la ciencia ficción: dinero sin bancos, sin permiso y sin fronteras. En enero de 2009 minó el primer bloque de la red —el bloque génesis— y escribió un mensaje dentro: “The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for banks”. Era una crítica directa a los rescates bancarios. Así nacía una moneda libre del poder político y económico: una rebelión codificada en matemáticas.
Un año después, un programador de Florida llamado Laszlo Hanyecz ofreció diez mil bitcoins a quien le enviara dos pizzas. Alguien aceptó. Pagó, comió y sin saberlo escribió una de las anécdotas más legendarias de la historia económica. Hoy, esas dos pizzas valdrían cientos de millones de dólares. Ese día se celebra como el “Bitcoin Pizza Day”, un recordatorio de lo absurdo, lo épico y lo humano de esta revolución: un movimiento nacido del código, pero alimentado por la curiosidad.
El camino del Bitcoin ha estado lleno de gloria y tragedia. En 2014, el principal intercambio del mundo, Mt. Gox, perdió setecientos cuarenta y cuatro mil bitcoins en un robo cibernético. Millones de dólares desaparecieron en la oscuridad digital. Parecía el fin. Pero no lo fue. Como el ave fénix, Bitcoin resurgió de las cenizas. Su precio, que alguna vez fue de centavos, comenzó a subir con furia. En 2017 rompió la barrera de los veinte mil dólares, en 2021 alcanzó los sesenta y nueve mil, y en 2024 volvió a un nuevo récord: más de setenta y cuatro mil por unidad. Cada caída fue seguida por un renacimiento más poderoso.
Lo que empezó como un experimento se convirtió en una industria. Empresas como Tesla, PayPal y MicroStrategy comenzaron a aceptarlo o invertir en él. Y el 7 de septiembre de 2021, El Salvador hizo historia al declarar al Bitcoin moneda de curso legal, convirtiéndose en el primer país en hacerlo. Por primera vez, un gobierno abrazaba la rebelión.
Bitcoin promete libertad: control sobre tu dinero, privacidad y acceso sin intermediarios. Pero esa libertad tiene un precio. No hay banco que te salve si olvidas tu contraseña. No hay servicio al cliente si te hackean. Y su valor puede desplomarse de un día a otro. En 2022 perdió más del 60% de su precio antes de volver a subir. Bitcoin no es para todos. Es para quien acepta el vértigo del cambio y confía en las matemáticas más que en los bancos.
Sin embargo, hay un costo silencioso. Cada transacción de Bitcoin consume energía. Mucha. La red entera requiere más electricidad que países como Grecia o Bélgica. Cada bloque minado libera toneladas de CO₂. Los críticos lo llaman “oro digital con huella de carbón”. Los defensores, en cambio, sostienen que el sistema financiero tradicional contamina más y que la minería de Bitcoin está migrando hacia fuentes renovables.
En la República Dominicana, el Banco Central ha sido claro: Bitcoin no es moneda de curso legal. Ningún comercio está obligado a aceptarlo y los bancos no pueden operar con él. Pero tampoco es ilegal. Quien compre, venda o lo use, lo hace bajo su propio riesgo. En materia de impuestos, la DGII establece que si se obtienen ganancias al vender criptomonedas, esas utilidades deben declararse como renta gravable. El mensaje es claro: el Estado no lo respalda, pero sí cobrará impuestos si produces beneficios.
Detrás del estandarte de Bitcoin surgieron miles de imitadores y herederos. Ethereum, con sus contratos inteligentes, llevó la blockchain más allá del dinero. Stablecoins como USDT y USDC prometen estabilidad al vincularse al dólar. Y hoy existen ETF y futuros de Bitcoin que permiten invertir sin poseerlo físicamente. La rebelión ya no es una chispa: es un enjambre de innovaciones orbitando una nueva economía digital.
Bitcoin nació como protesta. Pero hoy inspira bancos, gobiernos y programadores que buscan un nuevo orden monetario. Incluso los bancos centrales exploran monedas digitales oficiales, intentando domesticar la criatura que los desafió. Mientras tanto, millones de personas usan Bitcoin no por rebeldía, sino por necesidad: para proteger su dinero de la inflación, enviar remesas o simplemente creer en un sistema distinto.
Quizás Bitcoin no cambie el mundo mañana. Pero ya cambió la conversación. Nos hizo cuestionar qué es el dinero, quién lo controla y por qué confiamos en él. Satoshi Nakamoto desapareció hace más de una década, dejando tras de sí una red que nadie puede apagar. Una idea que no pide permiso.
El código sigue vivo. El mensaje también. Y cada bloque minado repite, en silencio, la misma pregunta:
¿Hasta dónde llega tu libertad cuando tu dinero ya no obedece a nadie?
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