Por Manuel Castillo
«En un mundo de pantallas y prisas, volver a las verbenas comunitarias es revivir el alma de nuestros barrios»
Hubo un tiempo en que las tardes en La Romana olían a empanadas recién fritas, a algodón de azúcar derritiéndose entre risas infantiles y al son lejano de una tambora mezclándose con las voces de los vecinos. Las kermeses no eran solo fiestas: eran el latido de los barrios, el lugar donde las abuelas vendían sus dulces, donde los niños ganaban sus primeros juguetes en rifas pintadas a mano y donde los jóvenes se enamoraban entre puestos de artesanías y canciones populares.
Hoy, esa tradición se apaga. Las calles que antes vibraban con la energía comunitaria ahora están silenciosas, rotas por el individualismo y la indiferencia. Las nuevas generaciones no conocen el valor de juntarse sin prisas, de compartir sin calcular, de celebrar sin necesidad de un teléfono en la mano. Pero ¿qué nos costaría rescatar lo que fuimos? ¿Volver a ser esa comunidad que se sostenía no solo por paredes de concreto, sino por lazos de solidaridad?
El origen: más que una fiesta, un acto de resistencia
Las kermeses llegaron a República Dominicana como herencia de resistencia. Eran espacios donde, incluso en tiempos difíciles, la gente encontraba consuelo en lo colectivo.
En La Romana, se organizaban para recaudar fondos para las iglesias, para ayudar a un vecino enfermo o simplemente para recordar que nadie estaba solo. No había diferencias de clase en esos predios adornados con farolitos: el rico bailaba junto al pobre, el niño jugaba con el anciano, y todos comían del mismo caldero.
¿Por qué las perdimos?
El progreso mal entendido nos robó la paciencia para lo simple. Las pantallas reemplazaron las miradas cara a cara, la comodidad del delivery mató el orgullo de preparar juntos una bandera dominicana, y el miedo a la calle nos encerró en casas con rejas cada vez más altas. Pero lo más triste es que ni siquiera extrañamos lo que perdimos… hasta que alguien lo menciona. Entonces, como en un sueño lejano, recordamos: ¡Ah, sí! ¡Cómo nos divertíamos!»
Cómo rescatarlas: un llamado a la acción
No basta con nostalgia. Necesitamos voluntad:
1. Reactivar las kermeses en espacios públicos: Que los parques de La Romana vuelvan a llenarse de puestos gestionados por vecinos, no por grandes empresas.
2. Involucrar a las escuelas y clubes: Que los niños aprendan de su cultura no solo con libros, sino con experiencias. ¿Qué tal una kermés donde ellos mismos vendan sus manualidades?.
3. Apoyo municipal: Las autoridades deben facilitar permisos y seguridad, pero sin burocracias asfixiantes. Que la comunidad lidere, no los políticos.
4. Recuperar la música y los juegos tradicionales: Que vuelvan las competencias de sacos, las presentaciones de teatro callejero y los tríos tocando boleros en vivo.
El drama de lo que nos falta
Hay un vacío en La Romana que no se llena con más centros comerciales. Es el vacío de no saber el nombre del tendero de la esquina, de no tener a quien pedirle un favor sin miedo a ser ignorado, de no recordar cuándo fue la última vez que nos sentimos parte de algo más grande que nosotros mismos. Las kermeses pueden ser el antídoto.
Volver a las kermeses no es un capricho romántico: es un acto de supervivencia cultural. En un país donde la desigualdad y la violencia nos dividen, recuperar estos espacios es tejer nuevamente la red que nos sostuvo por generaciones. La Romana lo necesita. Todos lo necesitamos.
Que vuelvan las kermeses. Que vuelva la vida. Lo piden Los Ciudadano de La Romana y nostálgico de un futuro donde volvamos a ser comunidad.