Apagones en República Dominicana: Entre la memoria histórica y la incertidumbre del presente

 

Redacción Exposición Mediática.- En los últimos días de agosto de 2025, República Dominicana volvió a sentir en carne viva una de sus angustias más persistentes: los apagones.

No se trata de cortes breves ni de fallas puntuales, sino de apagones prolongados que afectaron incluso a sectores que durante años se habían acostumbrado a jactarse de pertenecer al “circuito 24 horas”, ese privilegio simbólico de contar con electricidad ininterrumpida.

El propio presidente Luis Abinader lo reconoció en rueda de prensa, con visible preocupación. Apuntó a tres causas inmediatas: una mayor demanda energética, la salida de plantas generadoras y la inesperada presencia del sargazo en las costas, que complicó el funcionamiento de algunas termoeléctricas.

Pero sus palabras, aunque explicativas, no lograron aplacar la sensación generalizada de déjà vu: ¿Acaso no llevamos décadas escuchando razones distintas para el mismo mal?

El regreso de una vieja pesadilla

Los apagones han vuelto, y con ellos un torrente de frustraciones sociales, reclamos ciudadanos y preguntas incómodas sobre la viabilidad de un sistema eléctrico que desde hace más de cuarenta años parece perseguido por la misma sombra.

Contexto histórico: una herida que nunca terminó de sanar

Para comprender lo que ocurre en agosto de 2025, basta con retroceder en la memoria. En los años ochenta, durante el gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), la cotidianidad de los apagones marcó la experiencia de millones de dominicanos.

Hogares con velas encendidas, negocios que paralizaban sus operaciones y un imaginario cultural donde “irse la luz” se volvió sinónimo de atraso e impotencia.

Los gobiernos siguientes —Joaquín Balaguer, Leonel Fernández, Hipólito Mejía, Danilo Medina y los dos mandatos de Abinader— prometieron, en mayor o menor medida, resolver lo que pronto dejó de ser visto como un problema coyuntural para convertirse en un desafío estructural.

Hubo avances. Se expandió el parque energético, llegaron inversiones en gas natural, se multiplicaron los proyectos de energías renovables.

En la última década, se celebró con entusiasmo la consolidación de los “circuitos 24 horas”, un símbolo de progreso que le dio a barrios enteros la ilusión de que, al fin, el fantasma de los apagones quedaba atrás.

Y sin embargo, agosto de 2025 demuestra que ese alivio era frágil, un castillo de naipes que podía desmoronarse ante la combinación de tres factores técnicos y ambientales.

Dimensión social y cultural: cuando la luz se va, se enciende otra cultura

Más allá de los discursos técnicos, los apagones han dejado una huella indeleble en la vida cotidiana dominicana.

Expresiones populares como “se fue la luz” o “apagón” forman parte del léxico nacional, cargadas de resignación y de humor.

En los barrios, la inventiva cultural se desplegó: velones convertidos en improvisadas lámparas, abanicos manuales sustituyendo a los eléctricos, historias contadas a la luz de la luna y un sinfín de chistes y canciones improvisadas que tomaron la oscuridad como materia prima.

El apagón, más que una carencia, se convirtió en escenario de socialización, de tertulias a la puerta de la casa y de un humor resiliente que le permitió a la población soportar lo insoportable.

Sin embargo, en pleno 2025, cuando la tecnología digital gobierna la vida diaria, la interrupción eléctrica ya no tiene ese carácter “romántico” de las décadas pasadas.

Ahora significa pérdida de conexión a internet, interrupción de teletrabajo, colapso en cadenas de frío para alimentos y medicinas, y paralización de sectores industriales. El apagón, hoy, no solo es oscuridad: es parálisis económica y desventaja competitiva en un mundo globalizado.

Análisis de los factores citados por Abinader

1. Mayor demanda eléctrica
Las cifras hablan por sí solas. En agosto de 2020, la demanda máxima nacional rondaba los 2,730 megavatios. Hoy, cinco años después, alcanza los 4,000 megavatios. El crecimiento refleja una población que consume más —aires acondicionados, electrodomésticos, industrias en expansión— pero también revela que la planificación de la oferta no ha seguido el mismo ritmo.

2. Salida de plantas generadoras
El sistema eléctrico dominicano sigue siendo vulnerable al fallo de pocas unidades. Cuando una o dos grandes plantas salen de servicio por mantenimiento o avería, el déficit se vuelve incontrolable. El diseño centralizado del parque energético convierte al país en rehén de esos imprevistos.

3. El sargazo: enemigo inesperado
Si algo sorprendió a la opinión pública fue escuchar al presidente atribuir parte del colapso al sargazo, esa masa de algas marinas que invade periódicamente las costas caribeñas. En este caso, su acumulación en tomas de agua para plantas de generación complicó el enfriamiento y obligó a reducir cargas. Lo que antes se percibía como un problema turístico, ahora entra en el corazón de la crisis energética. Es el recordatorio de que los desafíos ambientales son también desafíos económicos y sociales.

Voces desde la oscuridad

En un colmado ubicado en cualquier recóndito lugar del país es víctima de la desesperación debido a que una tanda de apagón extendido se traduce en pérdidas de productos refrigerados.

Fuera de ese escenario, en un aula nocturna, sea universitaria o de nivel técnico e incluso pública, aspirar a clases virtuales es una pesadilla ya que a falta del servicio energético, la falla en la internet es tácita.

¿Y en los hogares? Bueno, tenga usted o no el privilegio de un sistema climatizado en su casa, sin energía todos serán objeto de la incomodidad (sobre todo de madrugada y esa inquietante sinfonía de mosquitos al oído), provoca frustración total.

Paradoja temporal

En pleno siglo XXI nuestro país da a conocer importantes datos a nivel de crecimiento económico y modernización, pero inexplicablemente seguimos batallando con velas y plantas eléctricas como hace cuarenta años.

Perspectiva crítica y divulgativa: un problema estructural

La explicación técnica de Abinader señala causas inmediatas, pero el problema eléctrico dominicano es más profundo. Tiene que ver con planificación deficiente, dependencia de combustibles fósiles, debilidad en las redes de transmisión y distribución, y la incapacidad de crear un sistema resiliente y diversificado.

El sargazo solo desnuda una verdad más amplia: el país no ha preparado su infraestructura para los retos del cambio climático.

La demanda creciente desnuda otra: el desarrollo económico no ha sido acompañado por políticas de eficiencia energética ni de inversión suficiente en energías limpias.

Y la salida de plantas revela lo obvio: seguimos confiando demasiado en pocos jugadores, sin un sistema robusto de respaldo.

En resumen, la crisis no es coyuntural: es el síntoma de una estructura frágil, donde cada verano caluroso o cada falla ambiental amenaza con devolvernos a la oscuridad.

Al cierre: ¿progreso o espejismo?

Los dominicanos aprendimos a medir el progreso en horas de luz. El “circuito 24 horas” fue celebrado como símbolo de modernidad, pero agosto de 2025 nos recuerda que puede ser también un espejismo recurrente.

La pregunta abierta es si, como sociedad, estamos dispuestos a seguir viviendo en ciclos de alivio y recaída, o si este nuevo colapso servirá para replantear de manera integral la política energética nacional.

Porque, al final, cada apagón no es solo la interrupción de un bombillo: es la metáfora de un país que enciende y apaga su propio futuro.

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