Por Marcos Sánchez
Mientras organizaba el combustión esquema diario de publicaciones de Exposición Mediática, me llegó una interrogante provocada por una persona que había leído un artículo perfilado sobre el talentoso productor detrás de nuestra canción debut en inglés «Like A Toy«.
El abordaje, cargado de respeto y mucho tacto, fue además honesto: «No sabía que usted había lanzado una canción. Me enteré ahora tras leer el artículo del productor y que alguien me lo compartió. Más allá de que se sienta ofendido, a usted le conocía como un excelente y comprometido comentarista cinematográfico y buen conocedor del Rock anglosajón de los 80, pero esto de cantar, me dejó perplejo«, adujo la persona en su mensaje por Facebook Messenger (sin ser contacto nuestro).
Luego abundó: «Leí lo del productor y le felicito con mucha honestidad. Usted podría yo decir, es un ciudadano correcto. Tendrá sus virtudes y defectos, pero su aura proyecta siempre un mensaje de bien común. No me malinterprete, no soy lidonjero, pero a mi avanzada edad aprendí a valorar muchas cosas, que no hice de joven«, expresó.
Lo que vino después fue su conclusión y al mismo tiempo, lo que me motivó a escribir este artículo: «Busqué su canción y me chocó poderosamente el segundo verso de la misma, mire que yo soy de la vieja escuela, mucho antes de usted nacer, porque usted me luce un muchacho, y de verdad que me puso a reflexionar y mirar atrás con lo que he hecho con mi vida. Dios te bendiga muchacho y ¡sigue adelante!», finalizó.
Le confesé al señor que sus palabras habían dado ignición a yo responder abiertamente sobre su reacción al escuchar nuestra canción y lo que le provocó analizar ese segundo verso.
Mucha gente me dice «la escuché, pero no hablo inglés y me quedo corto. ¿De qué trata tu canción?».
Habré escuchado esa frase posiblemente más de un centenar de ocasiones tras salir la canción y mi respuesta siempre ha sido la misma: «Si te agradó el ritmo y estilo musical. ¿Por qué no usas un traductor digital y analizar su contenido lírico?».
Entonces, precisamente éso refiere el segundo verso, que generó esta publicación tras el abordaje del señor más arriba referenciado y la base de este artículo:
El eco de una pregunta universal
“Your existence must have a purpose / Try always to adapt, change or evolve / Due to time’s relentless and you won’t have a chance to get the equation solved”, reza un verso del segundo corte de Like A Toy, canción autoría nuestra bajo nuestro alias artístico Mark Rumors.
Esa línea, a primera vista sencilla, contiene una de las interrogantes más trascendentales que atraviesan a la humanidad: ¿para qué vivimos? ¿Qué significa nacer, crecer, reproducirse, morir… y, entre todo eso, buscar un propósito que nos dé sentido? La vida, vista desde fuera, es un ciclo biológico que no pide permiso: se inicia con el primer aliento y concluye con el último. Pero, ¿qué ocurre en el intermedio? ¿Qué hacemos con ese breve y único espacio que llamamos existencia?
En un tiempo donde los relojes no perdonan y la cultura de lo inmediato nos sofoca, detenernos en esta reflexión parece casi un acto de rebeldía. Sin embargo, es quizás el acto más humano posible.
Contexto histórico-cultural: la obsesión por el sentido
Desde los primeros relatos mitológicos, los seres humanos han buscado dar significado a su paso por el mundo. Las civilizaciones antiguas se aferraron a narrativas cosmogónicas para justificar la vida y su propósito.
Mesopotamia: el poema de Gilgamesh nos habla de un héroe que, al enfrentar la muerte de su amigo Enkidu, emprende la búsqueda de la inmortalidad. Su hallazgo final no es la eternidad, sino la aceptación de que el sentido reside en lo que construimos para los demás.
Grecia clásica: Sócrates exhortaba a “examinar la vida”, pues una vida no examinada no merecía ser vivida. Platón, por su parte, introducía la idea de que el propósito estaba en elevar el alma hacia las ideas puras, mientras que Aristóteles apostaba a la eudaimonía —la vida buena, en virtud y plenitud.
Cristiandad medieval: el propósito existencial se fijaba en alcanzar la salvación y la vida eterna más allá de esta tierra. Lo terrenal era apenas un tránsito de prueba.
Ilustración y modernidad: el hombre deja de esperar respuestas desde lo divino y comienza a confiar en la razón. El propósito se redefine: progreso, ciencia, libertad individual.
En el siglo XXI, sin embargo, estamos frente a una paradoja: nunca antes habíamos tenido tantas opciones de “ser” —y al mismo tiempo nunca habíamos estado tan confundidos respecto a quiénes somos.
El sentido de la vida, en la era digital, se debate entre el ruido de las pantallas y la urgencia de no quedar fuera del juego. ¿Es posible hallar un propósito auténtico en un mundo que constantemente nos dicta cómo vivir?
Mirada filosófica: entre la nada y el todo
Las grandes corrientes filosóficas nos ofrecen lentes distintos para observar esta cuestión:
El existencialismo de Sartre: la vida no tiene un propósito dado; cada individuo debe construirlo. No estamos condenados a seguir un guion, sino a inventarlo. La libertad radical es a la vez bendición y condena.
Camus y el absurdo: la vida es absurda porque busca sentido en un universo que no lo ofrece. Pero en lugar de caer en la desesperanza, Camus nos invita a imaginar a Sísifo feliz: encontrar valor en el acto mismo de vivir, aun sin respuestas absolutas.
Nietzsche: propone superar la moral establecida y crear un propósito a través de la voluntad de poder, el impulso creador que nos lleva a forjar valores propios.
Viktor Frankl: sobreviviente del Holocausto, desarrolló la logoterapia, planteando que el sentido no es un lujo, sino una necesidad vital. Incluso en las circunstancias más atroces, el hombre puede encontrar un “para qué”.
Estos enfoques nos devuelven al verso de Like A Toy: “Your existence must have a purpose”. No se trata de un mandato externo, sino de una constatación: sin un propósito, la vida corre el riesgo de sentirse vacía, como un juguete manipulado por fuerzas externas.
Narrativa personal: el espejo íntimo
Preguntarse por el propósito no es un ejercicio abstracto; es una confrontación íntima.
Todos, en algún momento, nos vemos frente al espejo y nos preguntamos: ¿he vivido mi vida o la vida que otros han trazado para mí?
Un joven que abandona la carrera que eligieron sus padres, una mujer que a los 40 descubre que su pasión es la pintura y no la oficina, un anciano que se arrepiente de no haber dicho más veces “te quiero”… cada historia personal refleja una lucha silenciosa con el tiempo y con esa pregunta fundacional.
El propósito, lejos de ser una meta fija, parece un camino en constante transformación.
Hoy puede ser formar una familia, mañana puede ser explorar el mundo, y pasado puede ser dejar un legado cultural, intelectual o espiritual.
Lo que permanece constante es el impulso: no resignarse a ser una existencia vacía.
Análisis crítico: ¿adaptarse, cambiar o evolucionar?
El verso completo de Like A Toy plantea: “Try always to adapt, change or evolve / Due to time’s relentless and you won’t have a chance to get the equation solved.”
La sentencia es doblemente reveladora. Por un lado, nos recuerda que el tiempo es implacable: la ecuación de la vida no da segundas oportunidades. Por otro, nos advierte que la única forma de resistir ese paso implacable es la evolución constante.
En una sociedad marcada por el consumismo y la hiperconexión, adaptarse no significa simplemente “sobrevivir”. Significa no permitir que la inercia del sistema nos convierta en engranajes sin voz. Evolucionar implica cuestionar, decidir y atreverse a ser.
La presión cultural suele dictarnos que el propósito está en el éxito económico, en acumular posesiones, en seguir la moda del momento. Sin embargo, los índices crecientes de depresión, ansiedad y vacío existencial revelan que esa ecuación no resuelve el problema de fondo.
Entonces, la pregunta se desplaza: no es “¿cuál es el propósito correcto?”, sino “qué propósito, entre todos los posibles, me resulta auténtico y me permite vivir en plenitud?”
Una vida, una oportunidad
Quizás la verdadera tragedia no sea morir, sino morir sin haber vivido plenamente.
El propósito no está escrito en ningún libro sagrado ni dictado por algoritmos: está en cada decisión diaria, en cada acto de valentía silenciosa que nos lleva a escoger nuestra propia narrativa.
Al final, nadie puede resolver la “ecuación” de la vida en términos absolutos, como dice la canción.
El tiempo es despiadado y no se detiene a explicarnos nada. Pero sí nos da la oportunidad —irrepetible— de escribir en sus márgenes.
La cuestión no es si la vida tiene propósito, sino qué haremos nosotros con el breve tramo que se nos concede.
Tal vez, como en las viejas crónicas filosóficas y en las nuevas letras de canciones contemporáneas, la respuesta esté menos en encontrar un propósito único y más en atrevernos a vivir con la convicción de que nuestra vida importa.
Porque, aunque el mundo insista en tratarnos “Like A Toy”, lo cierto es que solo nosotros podemos decidir qué significa, en última instancia, haber estado vivos.