Por Elías Wessin Chávez
En República Dominicana, parece que aspirar al poder se ha convertido en un ejercicio rutinario de continuidad disfrazada de cambio.
Los aspirantes de dos partidos hegemónicos, PRM y PLD, no difieren en lo esencial: ambos responden al mismo molde estatista, clientelar y alineado a la Internacional Socialista, aunque lo nieguen o lo oculten bajo un lenguaje sesgado.
El PRM, llegó al poder en un contexto global de incertidumbre. Durante los años del primer gobierno de Trump, debió simular distancia y prudencia; con la llegada de Biden y los Demócratas, sin embargo, el gobierno de Luis Abinader se sintió en casa.
No es casual que sus políticas más emblemáticas coincidan con la agenda globalista de los organismos multilaterales y el nuevo consenso progresista: énfasis en la “inclusión” y la “agenda verde”, y una complacencia evidente con los dictados, ahora de Bruselas. Ojo, para ser honesto en mi criterio, debo especificar que en el PRM existe una corriente conservadora que se opone a esas políticas globalistas.
Pero en su generalidad el PRM, que en teoría debía representar una renovación liberal-democrática, ha mostrado ambigüedad ideológica: se dice de centro, actúa como socialdemócrata y gobierna con mentalidad de ONG woke. Su discurso es liberal, pero su práctica es asistencialista.
Reproduce, al igual que el PLD, el mismo modelo de dependencia económica, subsidio electoral y centralización estatal.
El PLD, por su estrato marxista y su visión de “Estado empresario y centralista”, hizo del poder un fin en sí mismo. Su intento de perpetuarse durante la era de Danilo Medina mostró la esencia de su proyecto: un control total de las instituciones bajo el disfraz de estabilidad. Pero la administración de Donald Trump les puso freno. Washington no estaba dispuesto a tolerar un nuevo ciclo de autoritarismo tropical, y ese “alto en seco de Pompeo” fue determinante para que el danilismo no cruzara la línea del fraude sistemático.
Hasta ahora los aspirantes de ambos partidos, con sus matices, son parte de una misma maquinaria: la de un sistema político dominicano capturado por el estatismo moderno, que impide la emergencia de un verdadero proyecto de nación soberana, productiva y libre.
Mientras no se rompa ese molde, gobernar será apenas administrar el mismo fracaso con otro rostro.
En el fondo, ninguno de los aspirantes propone una visión distinta del país. Ni del PRM ni del PLD se atreven a hablar de libertarismo ordenado, soberanía económica o responsabilidad ciudadana. Son prisioneros de una visión cortoplacista que se alimenta del poder por el poder mismo.
De ahí la necesidad de una alternativa de pensamiento y acción política, una plataforma que no aspire a “hacer lo mismo”, sino a refundar el contrato social dominicano desde la libertad responsable, el orden moral y la economía productiva.
Esa es, precisamente, la línea que la Convergencia PAX defiende: una mejor República Dominicana que deje de seguir el guion de otros y recupere su propio destino.
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