Por Manuel Castillo
Santo Domingo, 27 de julio de 2025. Amanece con un sol prometedor sobre la capital, un domingo que huele a café recién colado, a mangú caliente y a alegría contenida. No es un domingo cualquiera. Es el día en que la República Dominicana detiene su bullicio habitual para honrar, con el pecho inflado de orgullo y gratitud, la figura que sostiene los pilares del hogar: el Día del Padre.
Desde temprano, las calles vibran con un propósito común. Se ven niños y niñas, vestidos con sus mejores galas – quizás la camisa nueva o el vestido floreado – cargando paquetes envueltos con nerviosismo y amor. Son embajadores de la gratitud, portando los reconocimientos para esos «tígueres de la casa», esos hombres cuya fuerza se mezcla con la ternura en un cóctel único.
En las iglesias, las misas tienen un matiz especial. Se agradece por esos «hombres grandiosos», como los describiría un hijo emocionado, no solo como procreadores, sino como «la perfecta creación de Dios» encarnada en el padre que guía, que enseña con el ejemplo. Se ora por el «buen padre y buen hijo», por el «mejor amigo» que sabe escuchar tras un día agotador. Se bendice al «hombre alegre y luchador», cuya sonrisa es un baluarte contra las adversidades, al «emprendedor desde la gestación», que forjó su camino con sudor y determinación para darle un futuro a los suyos.
El reconocimiento, hoy, es doble. Es un reconocimiento a nosotros mismos, los hijos, por tener el privilegio de llamar «papá» a un hombre así. Y es, profundamente, un **reconocimiento a ellos**, un homenaje a su excelencia en el arte más difícil: ser padre. Es honrar al «amante de su prójimo», cuya bondad trasciende las paredes del hogar, y sobre todo, al «hombre de una sola mujer: su madre… y buen esposo». Esa frase, cargada de un respeto casi sagrado hacia la madre y de lealtad inquebrantable, define una esencia: la del hombre que honra su origen y cumple su palabra.
El almuerzo es la gran celebración. Las mesas se doblan bajo el peso de la sazón dominicana: el sancocho espeso y reconfortante, el arroz con habichuelas que sabe a hogar, la carne guisada, el tostone crujiente. El aire se llena de risas sinceras, de anécdotas compartidas, de brindis con ron o jugo de chinola. La música – un merengue contagioso, una bachata sentida, un son montuno que evoca raíces – se convierte en el himno de la jornada. Es la fiesta del cariño, donde el «hombre alegre» brilla en su máximo esplendor, quizás bailando torpemente con su hija o contando un chiste que todos conocen pero celebran igual.
En los parques, en las playas, en los patios de las casas, se ven grupos familiares. Abuelos rodeados de hijos y nietos, padres jóvenes cargando bebés en hombros, tíos compartiendo el rol. Es un mosaico de generaciones unidas por el hilo conductor del respeto y el amor filial. Se juega dominó con intensidad amistosa, se rememoran historias de la infancia, se agradece en silencio la presencia de ese pilar.
Al caer la tarde, cuando el sol empieza a pintar el cielo de naranja y morado, queda una sensación de plenitud. Quizás el padre, ese luchador incansable, descansa finalmente en su sillón favorito, mirando a su alrededor. En sus ojos, aunque cansados, brilla una luz profunda: la satisfacción del deber cumplido, el amor recibido multiplicado. En las manos ajadas por el trabajo, sostiene quizás un dibujo infantil o una tarjeta escrita con letra temblorosa. Son sus trofeos.
Hoy, República Dominicana no solo celebra a los padres. Celebra la esencia de ese hombre dominicano: fuerte como el guayacán, alegre como el merengue, trabajador como el sol que madura la caña, leal como las olas a la costa, y profundamente arraigado en el amor familiar. Celebra al constructor de sueños, al guardián del hogar, al héroe sin capa que merece, no solo un día, sino una vida de reconocimiento.
¡Felicidades, papá dominicano! Hoy y siempre, tu legado de lucha, amor y alegría es el cimiento de esta tierra que te venera.
«Homenaje a la excelencia, a la perfecta creación de Dios, reconocimiento a mí mismo por tenerme, amante de su prójimo, hoy en día del padre Dominicano, hombre alegre y luchador, emprendedor desde la gestación, hombre grandioso, buen padre y buen hijo, mejor amigo, sobre todo hombre de una sola mujer: su madre… ¡buen esposo! ¡Felicidades, papá!»