Por Johan Alfonso Atiles

La madrugada del lunes 7 de abril de 2025 quedará grabada en nuestra historia como una de las más trágicas y desgarradoras jamás vividas por la República Dominicana.

No hay palabras suficientes, ni lágrimas que alcancen, para expresar el dolor que se ha apoderado de nuestras almas.

Perdimos mucho más que vidas… Perdimos sueños, abrazos pendientes, promesas por cumplir. Y entre esas pérdidas, se nos arrancó de raíz a uno de nuestros más grandes tesoros: Ruby Pérez, la voz que hizo del merengue una bandera, que transformó cada nota en esperanza, en orgullo, en alegría.

Murió haciendo lo que amaba: cantando con el alma, entregado al público, al arte, a su gente. Y es precisamente eso lo que más duele… que el escenario se haya vuelto sepulcro, que la música se haya silenciado cuando más viva sonaba.

Pasará mucho tiempo —quizás toda una vida— antes de poder entender, o siquiera aceptar, lo ocurrido. La nación entera está de luto. El alma del pueblo dominicano está rota, tambaleando entre la incredulidad y el llanto.

Hoy no hay merengue.
Hoy no hay fiesta.
Solo hay silencio, dolor, y una profunda necesidad de consuelo.

Refugiémonos en Dios, nuestro único amparo, nuestra única fortaleza en esta noche larga y oscura. Solo Él puede calmar este mar de tristeza que nos inunda.

Ayúdanos, oh Jehová, porque no sabemos cómo vivir sin ellos,
porque se nos fue la alegría en un suspiro, porque necesitamos sentir tu abrazo en medio de este frío de ausencia…

Que este luto nacional no solo nos vista de negro por fuera, sino que nos una en la esperanza de que algún día, en algún rincón del cielo, volveremos a escuchar esa voz que nos hacía sentir tan vivos.

El autor es locutor y abogado.

Loading