Enigmas de la Humanidad: Los códices mayas desaparecidos

Imagen ilustrativa (Freepik).

Redacción Exposición Mediática.- La historia escrita de los mayas llega a nosotros como un eco fragmentado: ladrillos de calendarios, monumentos jeroglíficos en piedra, cerámica decorada y —muy escasamente— códices en papel. De esas hojas que una vez almacenaron la astronomía, la genealogía, la magia y la vida cotidiana de una civilización entera, hoy apenas quedan cuatro ejemplares completos y algunas piezas fragmentarias.

¿Qué ocurrió con el resto? ¿Qué saberes se perdieron para siempre?

El enigma de los códices mayas desaparecidos es, en buena medida, el relato de una violencia epistemológica: la eliminación deliberada de la memoria escrita de un pueblo.

¿Qué eran los códices mayas?

Los códices mayas eran libros plegables —hechos sobre corteza de amate o papel amatl, recubierto con una fina capa de estuco— pintados por escribas especializados llamados aj k’ihil o manos del conocimiento.

En su interior se combinaban calendarios rituales, tablas astronómicas, pronósticos agrícolas, fórmulas rituales, listas dinásticas y mitos.

Su forma plegada en acordeón permitía desplegarlos sobre mesas; sus tintas eran colores minerales y orgánicos que, en muchos casos, resistieron el paso de los siglos cuando se preservaron en condiciones excepcionales.

Los códices no eran sólo “libros”: eran herramientas prácticas para la élite sacerdotal. Guiaban ceremonias, sincronizaban siembras con fenómenos astronómicos y orientaban decisiones políticas.

Su pérdida, por tanto, no es sólo un vacío literario: es una fractura en la capacidad de comprender cómo pensaban, medían y actuaban los mayas.

Los cuatro supervivientes y su tesoro fragmentario

Hoy conocemos cuatro códices mayas completos que llegaron hasta nosotros tras siglos de vicisitudes:

Códice de Dresde: considerado el más extenso y el más importante para el estudio de la astronomía maya. Contiene tablas de eclipses, ciclos venusinos y rituales calendáricos. Se conserva en la Biblioteca Estatal de Sajonia, en Dresde (Alemania).

Códice de Madrid (o Tro-Cortesianus): descubierto en el siglo XIX en España; su contenido es más ritual y calendárico, con pigmentos sorprendentemente bien conservados. Actualmente en el Museo de América, Madrid (otra parte importante en la Biblioteca Nacional de España durante su hallazgo).

Códice de París: pequeño, fragmentario, con secciones rituales y iconográficas; se custodia en la Biblioteca Nacional de Francia.

Códice de Grolier (también llamado códice maya de Grolier o de México): su estatus fue largo tiempo polémico; hoy la comunidad académica lo acepta como genuino en parte, aunque su procedencia es controvertida.

Estas raras hojas han permitido a los especialistas reconstruir aspectos del calendario maya, su complejo sistema de cuentas de tiempo (Tzolk’in, Haab’, Cuenta Larga), y su sofisticada observación astronómica.

Pero si estas cuatro piezas son tesoros, su existencia aislada es también la prueba de que hubo muchos más ejemplares —quizá centenares— desaparecidos.

La quema sistemática: frentes coloniales que eliminaron la escritura

La desaparición masiva de códices no fue obra del tiempo; tuvo agentes humanos que, por acción o negligencia, intentaron borrar la memoria indígena.

El ejemplo más infame es el de Fray Diego de Landa en Yucatán (1562). Landa, obispo franciscano de Yucatán, creyó estar salvando almas cuando, en su célebre auto de fe, mandó quemar “idólatras” y “libros de superstición”, vocablos con los que él designó a los manuscritos mayas.

En su carta a la Corona, Landa justificó la destrucción como un acto de purificación; el resultado fue catastrófico: miles de páginas, rituales, genealogías y saberes incinerados.

No obstante, Landa es solo un símbolo. La dinámica colonial general —conversiones forzadas, prohibición de prácticas “paganas”, destrucción de íconos y la imposición de nuevas escrituras— generó un proceso de pérdida acelerada en varias regiones.

Además, la violencia demográfica (epidemias introducidas por europeos) diezmó comunidades enteras; sin guardianes ni transmisores, la tradición escrita quedó desprotegida.

¿Fueron quemados todos? Otras vías de pérdida

No todos los códices desaparecieron únicamente por la hoguera. Hubo múltiples rutas:

Transformación y reutilización: algunas hojas podían ser recicladas; el material de amate fue reutilizado para techos o embalajes.

Expolio y comercio: saqueadores, colonos y viajeros traficarían con códices y piezas artísticas; muchas llegaron a colecciones privadas en Europa y se perdieron, destruyeron o archivaron sin ser reconocidas.

Degradación ambiental: la humedad tropical, insectos, hongos y condiciones de enterramiento destruyeron material orgánico cuando no hubo intervención humana.

Pérdida cultural: la persecución religiosa y los desplazamientos sociales rompieron las cadenas de transmisión de conocimiento, por lo que técnicas de lectura y escritura se extinguieron junto con sus poseedores.

El resultado fue un trauma epistémico: saberes incompletos, lagunas en genealogías y calendarios, y una arqueología textual que intenta recomponer lo fragmentado.

El papel de la ciencia moderna en la reconstrucción

A pesar del daño, la ciencia moderna ha desplegado herramientas poderosas para rescatar lo posible:

Comparación epigráfica: los glifos en estelas, cerámica y arquitectura permiten reconstruir sintaxis y léxico, ayudando a leer lo que permanece oculto en los códices.

Fotografía multiespectral: capaz de revelar pigmentos y trazos invisibles a simple vista; algunos fragmentos apenas legibles han sido restaurados virtualmente.

Análisis químicos: identificar pigmentos y binders ayuda a fechar y localizar talleres de producción.

Digitalización y redes: museos y universidades comparten archivos de alto resolución de códices y piezas, democratizando el acceso y facilitando análisis colaborativos.

Estas técnicas han permitido reinterpretar pasajes y confirmar calendarios, pero no reemplazan lo perdido: la voz originaria de los autores sigue ausente en muchos casos.

¿Qué significaría recuperar un códice perdido?

Imagina hallar un códice completo y legible: sería descubrir una combinación de tratado astronómico, manual ritual y registro histórico. Consecuencias posibles:

Reescritura de cronologías: algunos eventos locales podrían ser datados con mayor precisión.

Comprensión de trayectorias científicas: tablas astronómicas completas podrían revelar prácticas de observación y predicción aún desconocidas.

Conexiones interregionales: textos podrían contener referencias a intercambios con otras culturas mesoamericanas o más allá.

Riqueza lingüística: aportaría vocabulario, fórmulas rituales y sintaxis que enriquecerían la recuperación del idioma clásico maya.

Sin embargo, la “recuperación” no es solo arqueológica; es también política y ética.

¿Quién decide la custodia?

¿Deben los códices permanecer en museos extranjeros o retornar a comunidades indígenas?

Estas preguntas son parte esencial del diálogo contemporáneo.

Controversias, falsificaciones y debates académicos

El mercado de antigüedades ha generado fraudes: desde pequeños fragmentos vendidos como “restos de códices” hasta piezas enteras de dudosa autenticidad.

El códice de Grolier fue por décadas objeto de escepticismo; solo con análisis científicos y consenso gradual se aceptó su parcial autenticidad.

Aun así, el debate sobre procedencia —si hallazgos fueron obtenidos de manera legal o por saqueo— persiste.

Otro foco de tensión es el uso nacionalista o comercial de fragmentos. Instituciones y coleccionistas han disputado posesión y exhibición, mientras que comunidades mayas reclaman repatriación y control sobre la interpretación de su legado.

Cultura popular, memoria y restitución

La ausencia de códices alimentó también la imaginación moderna: relatos novelados, documentales y exposiciones que presentan a los mayas como sabios ocultos y sus libros como oráculos prohibidos. Esa mitología a veces distorsiona la realidad académica—pero también mantiene vivo el interés.

En paralelo, movimientos indígenas y académicos han impulsado programas de restitución cultural: solicitar la devolución de piezas, promover proyectos de educación local sobre paleografía maya, y desarrollar museografías que respeten las voces originarias. Restaurar no es solo tener el objeto: es permitir que la propia comunidad acceda, interprete y se reconozca en su patrimonio.

Reflexión: lo perdido y lo que queda por hacer

La desaparición masiva de códices mayas es una herida histórica. Nos muestra cómo procesos coloniales y económicos pueden borrar no solo personas, sino sistemas de conocimiento enteros.

Pero también revela la resistencia: los glifos en piedra, las tablillas inscritas, incluso la memoria oral, han conservado fragmentos que permiten hoy reconstruir imágenes del pasado.

La tarea de las ciencias y las artes no se limita a buscar fragmentos en cuevas o colecciones europeas: incluye repensar prácticas curatoriales, colaborar con descendientes culturales y fomentar la educación que reconozca esa pérdida como parte de una historia compleja.

Recuperar saberes perdidos es posible en cierto grado, pero restaurar la justicia cultural requiere voluntad política y compromiso ético.

Conclusión

Los códices mayas desaparecidos nos recuerdan que la historia no es sólo lo que sobrevivió para ser exhibido en vitrinas; es también aquello que se extinguió por la acción humana.

Su ausencia nos interpela: nos obliga a reconocer la violencia que produce el olvido y nos invita a preservar con rigor y respeto los vestigios que quedan.

En cada página de Dresde, Madrid o París late el recuerdo de cientos de libros que ya no existen —y con ellos, voces que todavía merecen ser escuchadas.

Recordar a los códices desaparecidos es, en última instancia, un acto de responsabilidad: con el pasado, con las comunidades que aún existen, y con la memoria colectiva de la humanidad.

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