Bad Bunny, cuyo nombre real es Benito Antonio Martínez Ocasio, es un artista puertorriqueño reconocido mundialmente en la música urbana. Su carrera abarca la música, la actuación y la lucha libre profesional.
Redacción Exposición Mediática.- La economía dominicana tiene un nuevo indicador adelantado, más eficiente que cualquier serie del Banco Central, más elocuente que las variaciones del PIB trimestral y, sobre todo, más sincero que los discursos de coyuntura: la venta de boletas para conciertos masivos.
Entre ellos, uno se ha convertido en el gran termómetro emocional, fiscal, social y aspiracional del país: Bad Bunny.
Lo que Elías Wessin Chávez plantea en su artículo original «Bad Bunny, el Nuevo Termómetro de la Economía Dominicana»—con un fino humor político que sirve más de espejo que de burla— trasciende la anécdota de un show exitoso.
Lo que realmente expone es una grieta cultural que la sociedad prefiere no mirar directamente:
la República Dominicana vive simultáneamente una precariedad económica y un auge consumista, una sensación de quiebre y un apetito de lujo, un discurso de crisis y un comportamiento de abundancia.
Las dos noches de “sold out” no son simplemente un logro del artista puertorriqueño. Son la fotografía instantánea de la economía emocional dominicana: inestable, contradictoria, aspiracional y profundamente influenciada por el espectáculo como válvula de escape.
El concierto como diagnóstico económico involuntario
El artículo de Wessin Chávez plantea la escena con ironía: boletas agotadas con precios que, en teoría, desafían la narrativa del costo de la vida que inunda redes y conversaciones cotidianas. El análisis, ampliado, permite observar tres vectores:
1. Desigualdad con apariencia de bonanza
La economía dominicana suele medirse por el consumo, pero ese consumo no distingue entre solvencia y aspiración.
La clase media y la clase media baja participan en la economía del espectáculo como si formara parte de su identidad, aun cuando eso implique ajustes drásticos, endeudamiento informal o sacrificios financieros cotidianos. Así, el país se muestra pobre… pero no en Instagram.
2. El espectáculo como anestesia económica
Frente a la inflación, la volatilidad del dólar, el alto costo de los alimentos y las presiones de la economía informal, los eventos masivos funcionan como un descanso emocional.
No es que la gente “tenga dinero”, sino que la gente está cansada. Y cuando la economía aprieta, los espacios de entretenimiento se convierten en pequeñas liberaciones psicográficas.
3. La paradoja de la queja pública vs. el consumo privado
El domingo se denuncia la gasolina; el viernes se paga un VIP.
Esa contradicción no es hipocresía: es una característica sociológica de las economías en desarrollo, donde el consumo simbólico pesa más que la estabilidad financiera.
Un país de contrastes que usa el entretenimiento como brújula social
El fenómeno Bad Bunny en República Dominicana no es aislado. Previamente ocurrió con Romeo, Karol G, Coldplay, El Alfa en el Olímpico y hasta con los festivales urbanos que, aun en tiempos de “crisis”, reúnen a miles.
Esta recurrencia deja en evidencia que:
• El dominicano gasta más en experiencias que en bienes duraderos, porque la experiencia le ofrece estatus inmediato.
• Existe un mercado oculto de dinero no bancarizado, producto del sector informal, remesas y la economía nocturna.
• La presión social del entretenimiento es real, especialmente entre jóvenes: “no ir” equivale a quedar fuera del relato digital colectivo.
El concierto funciona, así, como ritual de pertenencia en una sociedad donde la brecha económica se amplía pero nadie quiere quedar visible en la zona baja de la pirámide.
La economía del aspiracional: “estamos rotos… pero selectivamente”
Wessin Chávez lo sugiere con humor:
“estamos rotos, pero no tanto; quebrados, pero selectivamente”.
Exposición Mediática lo amplía:
República Dominicana no es un país pobre. Es un país desigual, con bolsillos muy profundos conviviendo con carteras muy vacías, y ambas comparten los mismos espectáculos.
En otras palabras: No todos pueden pagar 25 mil pesos… pero todos conocen a alguien que sí.
Y todos quieren sentirse parte del mismo capital simbólico, aunque no del mismo capital bancario.
El espectáculo como espejismo y como alerta nacional
Bad Bunny, sin proponérselo, dejó al descubierto:
1. El divorcio entre los indicadores macroeconómicos y la experiencia real del ciudadano
Mientras los organismos internacionales destacan crecimiento, muchos dominicanos viven un día a día frágil.
Pero ese día a día no impide grandes desembolsos ocasionales: la economía del deseo funciona con otra lógica.
2. El rol del entretenimiento como válvula de escape emocional
En una sociedad con alta presión económica y baja institucionalidad emocional, conciertos masivos son terapias colectivas donde la gente “compra libertad”.
3. La transformación cultural del consumo
La música urbana dejó de ser expresión marginal para convertirse en centro de gravitación cultural, moral y económica.
Ir a Bad Bunny no es ocio: es identidad.
Síntesis: lo que el país no quiere admitir (pero el Conejo Malo ya reveló)
Lo que el político quiso expresar en su artículo —y que este análisis amplía— es que la sociedad dominicana vive en una tensión permanente entre lo que siente y lo que exhibe. Entre lo que puede pagar y lo que está dispuesta a pagar. Entre lo que dice que sufre y lo que demuestra desear.
Los dos conciertos fueron, en efecto, una auditoría emocional y económica. Un espejo incómodo. Un evento donde, sin querer, un artista urbano medió en la conversación nacional sobre ingresos, prioridades, desigualdad y aspiración social.
Puede que estemos en crisis. Puede que estemos agotados. Puede que estemos en alarma económica. Pero algo sí quedó demostrado:
«Cuando suena el beat, cuando se prenden las luces y cuando aparece el Conejo, el país entero decide que “na’ e’ na’ ”.
Y ese, querido lector, es un dato más elocuente que cualquier informe técnico.
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