Imagen de un militar con aspecto recto, conducta asociada a la naturaleza histórica de las fuerzas armadas.
Redacción Exposición Mediática.- La República Dominicana amaneció ayer con una verdad incómoda: dos artículos legales —uno del Código de Justicia de la Policía Nacional y otro de las Fuerzas Armadas— permanecieron durante décadas penalizando la homosexualidad como si el Estado tuviese jurisdicción sobre la intimidad adulta.
Ambos cayeron por decisión del Tribunal Constitucional. Y con ellos, cayó también la máscara de una sociedad que, entre memes, indignación moral y aplausos silenciosos, revela una batalla mucho más vieja que este fallo: ¿quién define la masculinidad y quién decide qué puede ser un soldado?.
La sentencia no sorprende a juristas ni a activistas. Era un anacronismo jurídico indefendible. Pero el terremoto cultural que ha generado —ese río digital de memes de policías afeminados, militares maquillados y chistes predecibles circulando en WhatsApp— dice más sobre el país que sobre las instituciones castrenses. Las redes han reducido un debate constitucional a la pregunta más polarizante y visceral que se podía formular: ¿Debe un militar lucir afeminado?
No es casual. Es síntoma.
Disciplina vs moral privada
La norma anulada castigaba relaciones sexuales entre adultos consensuales, siempre que estos fueran del mismo sexo. No importaba si ocurrían fuera de servicio o en la privacidad de un dormitorio. La conducta era perseguida, no por afectar la disciplina, sino por transgredir una moral institucionalizada. Y ese es precisamente el punto que el Tribunal Constitucional desenredó: las Fuerzas Armadas tienen autoridad para regular la disciplina; lo que no tienen es mandato para gobernar la vida íntima.
La sentencia no “autoriza” la indisciplina ni desmantela el rigor del uniforme. Lo que hace es separar dos cosas que la sociedad dominicana ha mezclado por inercia: la imagen militar y la orientación sexual.L a primera es un protocolo institucional y la segunda es un derecho humano.
El verdadero miedo no es jurídico. Es simbólico
El ruido actual no es sobre la sentencia; es sobre lo que representa para un imaginario colectivo donde el soldado se concibe como el último bastión de una masculinidad rígida, vertical e incuestionable. El militar dominicano, para buena parte de la población, sigue siendo la figura del “hombre-hombre”: recio, endurecido, sin matices.
Por eso el debate se desplazó de inmediato hacia la feminidad. Porque para muchos, aceptar que existe homosexualidad dentro de los cuerpos castrenses implica aceptar algo aún más perturbador: que la masculinidad no es patrimonio exclusivo de la heterosexualidad. Y eso no encaja con la identidad que el país ha construido alrededor del uniforme. El problema no es la ley. El problema es el espejo.
Memes como mecanismo de defensa cultural
Las redes han hecho lo que suelen hacer cuando un tema incomoda: reducirlo a caricatura. Policías caricaturizados como drag queens, soldados abrazándose en cuarteles rosados, videos doblados con voces afectadas. La burla no es casual. Es una reacción colectiva para disminuir la tensión emocional que produce cualquier cambio civilizatorio.
El humor, en este caso, funciona como válvula de escape para evitar la discusión real: que durante décadas, el Estado castigó una orientación sexual usando como excusa la disciplina. Y que ahora, obligado por la Constitución, ha tenido que corregir el rumbo.
Quienes gritan “indisciplina”, temen otra cosa
La idea de que la homosexualidad genera debilidad o afecta la obediencia es un mito tan viejo como desacreditado. Más de veinte ejércitos modernos —incluyendo Estados Unidos, Francia, Israel, España y el Reino Unido— integran soldados LGBT sin alterar su rendimiento operativo.
La evidencia es clara: la capacidad militar no está determinada por la orientación sexual ni por la expresión de género, sino por el entrenamiento, la formación y la obediencia a la cadena de mando.
Y justamente ahí está la contradicción nacional: El país exige disciplina militar, pero al mismo tiempo exige que esa disciplina esté al servicio de una masculinidad estereotipada y no de la Constitución.
El Estado aún puede regular la apariencia, pero no la identidad
Ni la Policía Nacional ni las Fuerzas Armadas están obligadas a permitir expresiones personales que contradigan el protocolo visual del uniforme. Las instituciones militares no son espacios de individualidad, sino de estandarización. Esto no cambia. Ni la sentencia lo toca.
Lo que sí cambia —y eso es lo que tanto incomoda— es que el Estado ya no puede perseguir ni castigar lo que un adulto hace en su habitación, siempre que sea consensuado y privado. La disciplina continúa intacta. Lo que cae es el prejuicio legal.
La pregunta que nadie quiere enfrentar
El país discute si un militar puede lucir afeminado. Pero esa no es la pregunta que corresponde.
La pregunta real es más profunda y más incómoda:
¿Tenemos la madurez social para entender que un soldado puede ser homosexual sin dejar de ser soldado?
La sentencia ya respondió lo jurídico.
Es la sociedad la que debe responder lo cultural.
Síntesis
La República Dominicana está ante un momento que no se mide por un artículo derogado, sino por la reacción emocional que ha desencadenado. La decisión del Tribunal Constitucional no feminizó las instituciones castrenses ni las volvió menos disciplinadas.
Lo único que hizo fue recordar que la Constitución está por encima del prejuicio, incluso cuando este viene disfrazado de tradición militar.
El debate seguirá ardiendo. Los memes seguirán corriendo. Pero las instituciones seguirán siendo instituciones. Y los derechos seguirán siendo derechos.
Todo lo demás es ruido.
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