Por Lester McKenzie
Observando el comportamiento de infantes y jóvenes de esta generación y su reacción para con sus padres, llego a la conclusión de que fuimos la última generación en ser corregida por nuestros padres y la primera en ser reprochada por los hijos.
En nuestros años de formación hogareña desde pequeños asimilamos esa figura de autoridad de nuestros padres, tíos, abuelos, padrinos, madrinas, profesores, adultos, vecinos, etc., y aprendimos que cada acto tiene consecuencias positivas o negativas teniendo como resultado las preconcebidas recompensas como también las susodichas sanciones. Con disciplina, consistencia, firmeza, apoyo, aliento, amor y acompañamiento, entre muchos factores, fuimos impulsados a superar las conductas negativas y a fortalecer el autoestima.
Los niños veíamos en los adultos a nuestros aliados, nuestros héroes, y con mucha sutileza nos hicieron aprender y comprender que nuestros actos conllevaban consecuencias: si estos eran positivos las consecuencias también lo serian y si en cambio esos actos eran negativos los resultados implicaban castigos dependiendo de la magnitud de la falta cometida.
Hasta donde el video mental nos permite retroceder en este recorrido de nuestros años infantiles, recordamos como nuestros padres a quienes siempre dijimos Usted, nunca Tú se convirtieron en nuestros primeros agentes socializadores, poniendo límites a nuestro comportamiento, y mientras mas pequeños éramos, las consecuencias de nuestros actos eran más concretas.
Hoy día estudiosos de la conducta humana dicen que a partir de los 5 – 6 años el niño es capaz de diferenciar lo bueno y lo malo a través de las recompensas o sanciones que le ha tocado vivir a su corta edad y le ha permitido ir encausándose en diferentes puntos de socialización de su vida, como la familia, el entorno de sus amistades y la escuela, por ejemplo.
Nuestros padres fueron muy habilidosos en el manejo del aspecto formativo pues comprendían muy bien la importancia de reconocer una acción positiva con la consabida recompensa en una época en que no había muchas opciones para premiar y se la ingeniaban para lograr que “ese premio” lograra el impacto deseado.
Sin mucha preparación académica en un buen porcentaje pero con un gran manejo de paternidad y maternidad responsable comprendían que la motivación intrínseca era la fuerza que nos ayudaría a seguir por el camino correcto y a esforzarnos por alcanzar nuevas metas, nos decían lo que ellos esperaban de nosotros y nos ayudaban a comprender el por qué de la conducta incorrecta.
Entendían muy bien que cada uno de sus hijos era diferente, que con los niños pequeños el manejo era diferente comparado con el de los más mayorcitos.
En la inmensa mayoría de los casos la madre normalmente estaba en el hogar por lo que la aplicación de medidas correctivas era inmediata, y por consiguiente no había que esperar por escuchar la famosa frase “Espera que llegue tu papa para para que tu veas».
Por un sin fín de razones, hoy día las cosas son diferentes, muy diferentes y vivo convencido de que este derrotero solo cambiara de dirección cuando en el hogar se vuelva a tomar el toro por los cuernos y se tracen las pautas aplicando el sentido común, que lamentablemente hoy se ha convertido en el menos común de los sentidos.
No permitamos que el comportamiento de otros perturbe nuestra paz interior.
¡A disfrutar de este domingo en familia, como debe ser!