Miss República Dominicana Universo 2025: Cuando la polémica revela la fragilidad del concepto de belleza

 

Redacción Exposición Mediática.- La reciente declaración de la exministra de la Mujer, Janet Camilo, calificando a las participantes del certamen Miss República Dominicana Universo 2025 como “un grupo de muchachas de las más feas del país”, ha desatado una tormenta de reacciones en redes sociales y en la opinión pública nacional.

Más allá de lo chocante del comentario, lo ocurrido abre un debate profundo sobre lo que entendemos por “belleza”, las dinámicas de poder en torno a los certámenes de este tipo y las implicaciones culturales y sociales de cómo juzgamos los cuerpos y rostros en una sociedad todavía marcada por estereotipos rígidos.

Belleza: un concepto construido y subjetivo

El comentario de Camilo pone de relieve la contradicción central que rodea a los certámenes de belleza: ¿qué significa ser “bella”?

La historia y la antropología cultural nos recuerdan que la belleza nunca ha sido un concepto universal, sino una construcción atravesada por factores sociales, económicos y políticos.

En la antigüedad, en Egipto o Grecia, la belleza estaba asociada a la simetría, a la juventud y a símbolos de fertilidad.

Durante la Edad Media, en Europa se valoraba la piel clara y los cuerpos más robustos, en contraste con las figuras esbeltas que dominarían siglos después.

En la modernidad, la industria de la moda y los medios masivos de comunicación han impuesto cánones que tienden a homogeneizar la belleza bajo un filtro eurocéntrico.

En República Dominicana, como en gran parte de América Latina, la belleza también está atravesada por una dimensión racial y de clase. El ideal estético muchas veces privilegia características asociadas a la herencia europea (piel clara, cabello liso, rasgos finos), dejando en la periferia a identidades afrodescendientes o indígenas.

El certamen como espejo cultural

Los concursos de belleza, lejos de ser un simple espectáculo, funcionan como un escenario donde la sociedad proyecta sus valores y contradicciones.

El Miss República Dominicana Universo no es la excepción: se trata de un espacio donde convergen la tradición del espectáculo, el deseo de reconocimiento internacional y la aspiración de proyectar una “imagen país”.

Cuando una exministra de la Mujer se refiere a las candidatas con un calificativo tan tajante como “feas”, se abre una herida simbólica: ¿qué tanto hemos reducido la valoración femenina al campo de la apariencia física? Y, más aún, ¿cuán conscientes somos de que detrás de cada joven candidata hay una historia personal, una comunidad que la respalda y un esfuerzo profesional que trasciende la superficie?

Las redes sociales como tribunal de la belleza

Las reacciones inmediatas en redes sociales evidencian otro fenómeno contemporáneo: el linchamiento digital y la tendencia a polarizar la discusión.

De un lado, miles de usuarios repudiaron el comentario de Camilo con insultos y descalificaciones; de otro, algunos defendieron su “derecho a opinar”.

El problema es que este tipo de debates en plataformas digitales rara vez se queda en el plano reflexivo. Se transforma en una arena donde se exacerban prejuicios, se amplifican estigmas y se reduce la complejidad humana a memes y frases hirientes.

El daño simbólico recae, sobre todo, en las propias jóvenes que se exponen en un escenario que, en teoría, debería enaltecerlas y no destruirlas.

¿Quién decide qué es bello?

El caso obliga a preguntarnos: ¿quién detenta el poder de definir qué es belleza en una sociedad?

Los jurados de certámenes suelen actuar bajo un guion internacional que busca estandarizar perfiles.

Los medios de comunicación reproducen patrones visuales que, a fuerza de repetición, se convierten en referentes.

La industria cosmética y de la moda moldean aspiraciones a partir de un modelo rentable.

La sociedad misma, a través de sus conversaciones cotidianas, refuerza estereotipos que se transmiten de generación en generación.

Lo preocupante no es que existan diversos criterios de belleza —eso es natural—, sino que muchos de esos criterios funcionan como instrumentos de exclusión.

Lo “bello” termina siendo un privilegio al alcance de unos pocos, mientras lo diverso es relegado como “no apto” o, como en este caso, calificado como “feo”.

El enfoque humanista: más allá del espejo

Si algo nos recuerda esta polémica es la urgencia de adoptar un enfoque humanista al abordar los certámenes de belleza y, en general, la representación de la mujer en espacios públicos.

La belleza no debería ser un campo de batalla, sino una oportunidad para celebrar la pluralidad.

La dignidad de las participantes debe estar por encima de las valoraciones estéticas. Cada candidata es una mujer con talentos, sueños y capacidades que exceden su aspecto físico.

La sociedad necesita desaprender los estereotipos que reducen la identidad femenina a la imagen corporal.

Un certamen de belleza, si quiere mantenerse vigente en el siglo XXI, debería convertirse en un espacio de inclusión donde se valoren no solo rostros y cuerpos, sino también historias de vida, compromiso social y diversidad cultural.

La verdadera lección del debate

Las palabras de Janet Camilo pudieron haber sido desafortunadas, pero lo cierto es que pusieron sobre la mesa una pregunta ineludible: ¿qué lugar ocupa la belleza en nuestra concepción de la mujer y de la sociedad?

En un mundo que comienza a valorar más la autenticidad, la diversidad y la voz propia, los certámenes de belleza enfrentan el reto de reinventarse o quedarse como reliquias de una época que ya no responde a las demandas de inclusión y respeto humano.

Quizá la mayor lección que deja esta polémica es que la belleza no está en el ojo del que mira, sino en la dignidad de quien existe.

Y esa dignidad jamás puede ser reducida a un comentario lapidario ni a un estándar de moda.

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