Por Pbro. Felipe de Jesús Colón Padilla

La Iglesia que peregrina en la República Dominicana, celebra hoy, ocho de agosto, la fiesta de Santo Cura de Ars, quien es el patrono de los sacerdotes diocesanos. Conozcamos un poco sobre la vida de este santo cura, que vivió y murió con olor a santidad.
San Juan María Vianney nació el 08 de mayo de 1786, en Francia, tres años antes de la sangrienta revolución. Luego de pasar su vida como campesino y de desertar del ejército napoleónico.

Fue ordenado sacerdote a la tardía edad de los 29 años (tarde para la época). Sus dificultades para los estudios (aunque no tantas al juzgar por sus sermones) hicieron que se demorara, especialmente a raíz de la lengua latina.

Se destacó por su dedicación a la oración, la penitencia y la dirección espiritual. Fue párroco en Ars donde pasó la mayor parte de su vida, y se convirtió en un confesor y director espiritual muy buscado.

Su infancia no había sido fácil: de familia humilde, pero de férrea tradición católica, había recibido la primera comunión de manos de un cura «refractario», es decir, de aquellos que no habían querido jurar por la Constitución civil del clero decretada por la República.

Dudaban si ordenarlo o no; pero era tanta la falta de sacerdotes por la cantidad de curas mártires que había matado la Revolución Francesa que, viendo su piedad, fue ordenado en 1815 y destinado a un pueblito insignificante, Ars, a 40 km de Lyon, donde había apenas unas 300 almas; iba caminando y no sabía muy bien qué ruta debía tomar.

En su viaje, encontró a Antoine Givre, un niño campesino y le preguntó por dónde debía dirigirse a Ars. El niño le ayudó y el sacerdote le contestó: – “Tú me has mostrado el camino a Ars, yo te mostraré el camino al cielo”.

Se cuenta que, al llegar el cura a la casa parroquial, completamente derruida y hacía tiempo sin sacerdote, sólo una persona iba a misa. Comenzó su sacerdocio por lo principal que puede debe hacer un cura: predicar la verdad y administrar los sacramentos.

El Santísimo Sacramento estaba siempre abierto. A todos les llamaba la atención la dedicación de este cura demacrado, flaco, penitente, que siempre contestaba con una sonrisa.

Poco a poco, con su paciencia y humildad, aunque también con su carácter férreo, comenzó a ganarse las almas, desde el púlpito y desde el confesionario. Sus misas eran concurridas.

Decía verdades como puños y no aguaba la doctrina de la Iglesia, pero al mismo tiempo, era misericordioso con el pecador arrepentido, con quien le bastaba estar unos minutos en el confesionario para cambiarle la vida.

En una ocasión se acercó a un campesino y le dice: – «Mi querido amigo, dígame, ¿Qué oración reza usted cuando está en la Iglesia?» – «¡Oh, Señor cura! – respondió el campesino – «son muchas las veces que no puedo rezar. Entonces, simplemente, miro a Jesús. Yo lo miro y Él me mira».

El Santo comía dormía poco. Estilaba hervir papas y al mediodía, comer una o dos con algo de pan. Tanto que el demonio lo llamaba «come-papas», incluso le impedía dormir.

Pasaba doce horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil.
Decía: «El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo». Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas. El cura de Ars, murió a los 73 años y su cuerpo se encuentra aún incorrupto.

Pidamos a María Santísima que de nuestras familias surjan jóvenes dispuestos a dar sus vidas para mayor gloria de Dios y salvación de las almas, diciéndole sí, a Dios, en el caso de que los llame a la vocación sacerdotal o religiosa.

Loading