Por Lester McKenzie

El orgullo puede ser un factor que alimenta los conflictos en las relaciones de pareja, llevando a una falta de comunicación y, en casos más extremos, a la violencia. La violencia de pareja, que incluye abuso físico, psicológico, sexual y hasta económico, puede ser motivada o exacerbada por rasgos como el ego, la soberbia o la necesidad de control que están asociados al orgullo.

Una persona orgullosa tiende a no reconocer su error, lo que dificulta la solución de conflictos y puede escalar a escenarios más graves, especialmente si uno de los miembros de la pareja busca dominar al otro.

De alguna manera gran parte de la infinidad de obstáculos que impiden la unión de los corazones tiene su denominador común en nuestro orgullo o amor propio.

No puede haber apertura al otro donde la pasión del yo se erige como principal protagonista cual si fuese un muro de contención.

El orgullo muestra su significado de pasión capital en la que afecta negativamente a lo más esencial de la persona que es la apertura al otro, volviéndola hermética y refractaria a la verdadera comunicación.

Y es muy difícil que esta pasión tan profundamente arraigada en nuestro ser sea reconocida como la causa real de nuestros males, porque la revestimos de múltiples razones siempre a nuestro favor.

Cuando existen disensiones en la convivencia, el culpable es siempre el otro, no nosotros, y rara vez salimos de este circulo vicioso.

No nos damos cuenta de que, en la mayoría de los casos, no ceder en nuestras razones es, en realidad, no ceder en nuestro orgullo, y sobre todo a esta disposición pasional resulta imposible la apertura pues cerrada nuestra alma al alma del otro, lo que pudiera ser comunión, se convierte en una lucha implacable de egoísmos.

Pero debemos tomar en cuenta que sentirse orgulloso de si mismo por algo que se hizo bien es saludable, siempre que ese orgullo no se transforme en soberbia y esa persona se crea que es un dios que nunca se equivoca y que el resto de la gente bien poco vale.

Tener confianza en si mismo es positivo pero tenerla en exceso puede limitar a una persona a llegar hasta ahí y no intentar nada nuevo. Lo ideal que veamos las cosas desde el lado positivo ya que nos permite valorarnos a nosotros, a lo que somos capaces de construir, a nuestras acciones y experiencias, a nuestros propios logros así como también los logros y acciones de los demás.

Nada de negativo tiene compartir nuestros éxitos y esfuerzos con las personas que queremos.

Las familias más unidas, más felices, pasan tiempo juntas, se escuchan, se perdonan y se esfuerzan por trabajar como las hormigas, en equipo.

Disfrutemos de este radiante domingo de verano en familia, como debe ser, y no olvidemos que es nuestro principal refugio.

Cada uno de nosotros trae dos lobos internos que luchan el uno contra el otro por el control, y termina dominando aquel al que más alimentemos: el amor sencillo y humilde o el orgullo egoísta y arrogante.

El orgullo te hará sentir más fuerte, pero no te hará más feliz.

¡Bendiciones del Altísimo!

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