Miguel Angel Martínez, reconocido actor de teatro, cine y televisión.

Redacción Exposición Mediática.- Este sábado 23 de agosto de 2025 marca un día que el teatro y el cine dominicano no olvidarán. En su residencia en Villa Progreso del Este, Santo Domingo Este, fue hallado sin vida el actor Miguel Ángel Martínez.

Si bien aún no ha trascendido las causas de su abrupto deceso, lo que resuena con fuerza es el vacío que deja: cincuenta años de arte tutelado, de reflexión puesta en escena, de historias que no solo se contaban, sino que se vivían.

Una muerte que no anuncia paros, sino silencios. No se trata únicamente de la pérdida del intérprete, sino del maestro, del referente generacional. Hoy, el eco de su última aparición vibra en los pasillos del Palacio de Bellas Artes, donde era director técnico de la Sala Máximo Avilés Blonda.

De Sánchez Ramírez al corazón del público

El niño que salió de la provincia Sánchez Ramírez llegó a Santo Domingo con un sueño y un cambio de rumbo: ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo para estudiar psicología, pero apenas cursó un semestre. El escenario lo llamó, con más fuerza de lo que él había imaginado. Así nació una carrera imparable.

Su formación en Bellas Artes lo marcó como parte de una nueva generación que haría del teatro dominicano un espacio de diálogo y voz. Con más de 60 obras, películas y programas de televisión en su haber, su versatilidad no solo era técnica, sino profundamente humana.

Trayectoria: entre clásicos y compromiso social

La filmografía de Martínez es memoria viva del cine dominicano. Desde “La cueva del tiburón durmiente” (1977), “Crimen del penalista” (1977), “Perro de alambre” (1978), hasta “Trópico de sangre” (2010), “La soga” (2009), “La Fiesta del Chivo” (2005), y “La lucha de Ana” (2012).

En teatro, su voz se alzó en clásicos universales y patrios: “Duarte, fundador de una república” (1976), “Antígona” (1976), “Fuenteovejuna” (1983), “Bodas de sangre” (1987), “La cocina” (1986) y “Pasaje al más allá” (1998).

Cada personaje portaba una verdad. Y en una industria aspirante, él aportaba madurez, disciplina y profundidad emocional.

Maestro sin título, escuela sin muros

Miguel Ángel no solo representaba personajes: formaba a sus colegas del futuro. Desde Bellas Artes hasta talleres privados, impartió con generosidad y rigor. Junto a María Herrera, compartió su práctica, su ética, su referente humano.

Desde su rol de director técnico en la Sala Máximo Avilés Blonda, también impulsó espacios culturales vitales. Su pasión por la enseñanza no era accesorio: era tan esencial como su presencia en escena.

Vocación y verdades incómodas

Uno de sus testimonios más reveladores: a sus 59 años, se cansó de trabajar gratis. Relató cómo en la película “Duarte, traición y gloria” recibió un pago ínfimo, con un cheque sin fondo, y aún le deben parte de la suma. Esa confesión desnuda el costo que a veces pagan los artistas locales: pasión sin reconocimiento económico.

Su mirada siempre fue crítica. Recomendaba a los jóvenes directores aprender cultura universal y abrazar la dirección de actores. Instruc­tivo, no complaciente.

Un hombre, un legado

Recordaba con emoción a su nieta de siete años que lo veía por televisión y le decía, con orgullo infantil, “Papá, te vi en la televisión”. Esa frase, simple y sincera, avala una vida de significado que trascendía la fama: era legado familiar, afecto compartido.

Se definía como feliz y satisfecho. “He logrado todo lo que quería y recibo el respeto más importante: el de todas las personas”, comentó en una reciente entrevista.

La estela de un faro

Hoy, con su partida, el actor dominicano deja la constatación de que los referentes no se jubilan: desaparecen en silencio, y su luz se hace memoria colectiva. Martínez fue faro para muchos: vital, ético, franco. Su ausencia no disminuye su catalizador.

Queda un país que lo llora, un teatro que añora su paso firme, una cinematografía que debe continuar su lección artística, y generaciones nuevas que tienen en él un modelo a seguir, a conjugar su arte con entrega y dignidad.

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