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Redacción Exposición Mediática.- Vivimos en una época donde la conciencia sobre e¿Qué es exactamente el victimismo crónico?l trauma, las emociones y el bienestar mental ha ganado espacio —y con razón.
Se habla de salud emocional, de resiliencia, de validación del dolor. Sin embargo, entre estas conquistas necesarias ha emergido un fenómeno insidioso que, lejos de empoderar al individuo, lo paraliza: el victimismo crónico.
Más que una reacción ante una injusticia puntual, el victimismo crónico es una estructura mental y emocional persistente. Una visión del mundo donde el sujeto se ve a sí mismo como centro de agravios constantes.
Lo curioso —y a la vez preocupante— es que quien adopta esta postura no necesariamente miente o exagera su sufrimiento, pero sí lo convierte en su carta de presentación, su refugio y su escudo. Y en muchos casos, en su única identidad reconocida.
¿Qué es exactamente el victimismo crónico?
El victimismo crónico no es simplemente sentirse maltratado o haber vivido experiencias adversas. Tampoco se trata de alguien que atraviesa un periodo de dolor legítimo. Es un patrón prolongado donde el individuo interpreta casi cualquier situación como una injusticia personal, independientemente de la intención real de los demás o del contexto.
En esta postura:
• El mundo siempre es injusto.
• Los demás son fuentes de daño constante.
• Las soluciones dependen de que “los otros” cambien.
• La responsabilidad personal es mínima o nula.
• La vida se experimenta como algo que ocurre “en contra” del individuo, nunca “a través” de él.
Desde esa lógica, no se busca tanto transformar la realidad como perpetuar la narrativa de que “todo está en mi contra”.
El origen: ¿por qué alguien se instala en la víctima?
Los motivos son complejos y multifactoriales. Algunas posibles causas incluyen:
• Experiencias tempranas de desamparo: crecer en un entorno donde no se tiene voz, donde la injusticia es real y frecuente, puede llevar a internalizar que el mundo siempre será hostil.
• Refuerzos sociales: a veces, al mostrarse como víctima, se obtienen beneficios emocionales: atención, cuidado, afecto, excusas frente a obligaciones. Esto puede generar una adicción al rol.
• Miedo a la autonomía: asumir el rol de protagonista implica riesgo, esfuerzo, incertidumbre. En cambio, desde la victimización se puede evitar el miedo al fracaso o al rechazo.
• Entornos culturales que glorifican el dolor: en algunos contextos, el sufrimiento se vuelve una especie de moneda social. Mientras más se sufre, más “auténtico” se es.
En suma: hay personas que no saben —o no quieren— vivir fuera del dolor, porque han aprendido que en él está su única fuente de validación.
El poder de la queja como adicción
El quejoso crónico no busca soluciones. Busca perpetuar el ciclo. Porque dentro de ese ciclo, aunque parezca contradictorio, hay placer. Un placer sutil, pero adictivo: el de sentirse moralmente superior, el de pensar que se merece más, el de creerse con derecho a reclamar constantemente sin aportar cambio alguno.
El victimismo crónico es, en muchos sentidos, una forma sofisticada de evadir la incomodidad del crecimiento. Quien asume este papel no necesita hacer introspección, ni asumir errores, ni desarrollar habilidades nuevas. Basta con señalar con el dedo, exigir comprensión infinita, y repetir el relato una y otra vez.
Redes sociales: el teatro perfecto para la víctima
No es casual que el auge del victimismo crónico haya coincidido con el ascenso de las redes sociales. Plataformas como Facebook, TikTok o X (antes Twitter) se han convertido en escenarios ideales para el despliegue de discursos donde el individuo narra una y otra vez su dolor, real o exagerado, en busca de aprobación digital.
La lógica es simple:
• Se expone una injusticia personal.
• Se busca empatía masiva o indignación colectiva.
• Se obtiene una recompensa emocional en forma de likes, comentarios de apoyo o identificación grupal.
Pero este tipo de “terapia pública” tiene un precio: se refuerza la identidad de víctima. Y más grave aún, muchas veces se monetiza. Es entonces cuando el dolor deja de ser una experiencia a sanar, y se convierte en una marca personal.
¿Y si el entorno deja de validar?
Uno de los puntos más complejos del victimismo crónico es su impacto en las relaciones humanas. En un primer momento, quienes rodean al individuo pueden sentirse genuinamente conmovidos. Pero con el tiempo, y ante la repetición constante del mismo guion sin evolución, surge el desgaste emocional.
El entorno comienza a experimentar:
• Culpabilidad manipulada.
• Agotamiento empático.
• Impotencia ante la inacción del otro.
• Frustración al ver que ningún consejo sirve.
Y es entonces cuando ocurre la desconexión: los demás se alejan, y la víctima —en lugar de reflexionar— interpreta ese alejamiento como nueva prueba de traición, reforzando así su narrativa.
La delgada línea entre vulnerabilidad y victimismo
Ser vulnerable es una virtud. Implica honestidad emocional, capacidad de pedir ayuda y aceptación de la imperfección. Pero el victimismo distorsiona esta virtud y la convierte en trampa.
Mientras la vulnerabilidad sana se abre al otro con humildad y con intención de sanar, el victimismo crónico se abre al otro solo para extraer algo a cambio: consuelo, reconocimiento, indulgencia.
Es por eso que muchos discursos modernos sobre salud emocional, si no se abordan con responsabilidad, pueden ser malinterpretados. La moda del “todo es trauma” puede invisibilizar la noción de agencia personal. Y sin agencia, no hay evolución.
El camino hacia la autonomía emocional
Salir del victimismo crónico no es tarea fácil, pero es posible. El primer paso es el más doloroso: reconocerlo. Y para eso, se requiere valentía. Mucha más que la necesaria para seguir repitiendo la historia de siempre.
Algunas herramientas clave para empezar a romper con este patrón:
1.- Asumir responsabilidad sin auto-culparse. No todo lo malo que ha ocurrido es culpa propia, pero sí es responsabilidad propia decidir qué hacer con eso.
2.- Observar patrones. ¿Qué tipo de historias repites? ¿Cómo reaccionan los demás ante ti? ¿Qué papel sueles ocupar en los conflictos?
3.- Buscar ayuda teposturaca real. No likes. No aplausos digitales. Sino espacios donde puedas deconstruir tus creencias sin necesidad de aprobación.
4.- Redefinir la narrativa. Cambia el “mira lo que me hicieron” por “mira lo que aprendí y estoy haciendo con eso”.
5.- Practicar el agradecimiento. La víctima ve lo que le falta. La persona consciente ve también lo que tiene. Gratitud no es negación del dolor, es equilibrio emocional.
Un mensaje incómodo, pero necesario
La cultura del victimismo crónico no solo limita al individuo, sino que contamina a las sociedades. Si todo es culpa de otros, si siempre hay alguien a quien señalar, entonces nunca hay cambio verdadero. Y sin cambio, solo queda la queja como anestesia.
La verdadera madurez emocional consiste en entender que no siempre tendremos el control de lo que nos pasa, pero siempre tendremos el control de cómo lo interpretamos y qué hacemos con eso.
Hay una gran diferencia entre alguien que ha sufrido y ha decidido levantarse, y alguien que ha sufrido y ha decidido instalarse allí. A veces, lo más revolucionario no es exigir justicia eterna… sino hacerse cargo del propio destino, incluso con las heridas a cuestas.